Sobre la poesía de Elizabeth Echemendía. Texto de Yordan Arroyo.

Yordan Arroyo piensa la poesía de Elizabeth Echemendía (Cuba, 1992) Reseña el poemario Mi sombra es la madrugada (2021). Echemendía creció en Costa Rica y actualmente vive en Estados Unidos. Además de poeta, es fotógrafa y directora de arte. Publicó, en Valparaíso Ediciones,  El ave nos guarda en su canto (2020). Yordan Arroyo (Costa Rica, 1995) es poeta, gestor cultural, crítico e investigador académico. Actualmente vive en España.

 

 

 

 

 

DIALÉCTICA ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA EN LA POÉTICA DEL ENCUENTRO DE ELÍZABETH ECHEMENDÍA

 

El poemario Mi sombra es la madrugada (2021)[1] es el segundo libro publicado por la poeta cubana-costarricense Elízabeth Echemendía en la editorial Valparaíso. En términos generales, su trabajo estético desnuda el alma del yo lírico femenino para mostrarle a su recepción lectora las partes más íntimas, sensibles y reflexivas del ser humano. Esto le permite, a partir de diferentes experiencias tratadas algunas desde lo filosófico, creer en la esperanza, tal el caso del verso “Me temo mucho” (p.5). En todo este libro, el acto de temerse es muy relevante, pues es parte del autoconocimiento que conlleva a la hablante lírica hacia la búsqueda de sus recuerdos, sus seres queridos y en especial, al encuentro con la herida, sitio donde se encuentran la flor, la niña y la mujer interior.

Asimismo, esta estética de búsqueda a partir de la herida, el recuerdo, las experiencias familiares, entre ellas poemas dedicados a su hijo con alta sensibilidad, poemas dedicados a los perritos que, como símbolos de fidelidad, se convierten en familia, y muy importante, las vivencias de la autora como migrante, es bastante visible en el título de este libro, pues la voz lírica es consciente de que la sombra siempre la acompaña, por eso, sin ella nunca se conocería la luz. La sombra es la que permite, a partir de un proceso de introspección, el descubrimiento de la madrugada que, en este caso, se convierte en símbolo de regeneración, renacimiento o esperanza de una vida más confortable y llena de experiencias.

Por esta razón, podría considerarse que la voz lírica es consciente de que la palabra compañía, desde su dualidad e intimismo, es bastante visible en todo el libro. Incluso, un referente notorio se encuentra en la portada. En ella, a nivel de análisis semiótico, se miran dos cuerpos femeninos, pegados uno del otro y acompañados por flores que podría considerarse nacen de ellos mismos. Además, las flores representan la feminidad, lo que remite al intimismo estético que conforma este poemario.

Y es que no es casualidad que conforme se pasen las páginas, el público lector encuentre cada vez más huellas y vacíos que, aunque nunca podrán llenarse del todo, al menos la voz lírica, en una especie de proceso de sanación, es consciente de que están allí y en este caso, aceptar es muy importante, pues al hacer un paralelismo con el título, aceptar se convierte en motivo para abrir los ojos de nuestras sombras y ver el sol que emerge detrás de una montaña durante la madrugada.

Al leer este libro, no pueden quedar dudas de la amplísima sensibilidad de la autora ni de sus destrezas en el área psicológica. Mediante la voz lírica, quien anda en constante búsqueda interior, se aceptan cada una de las heridas que pueden cicatrizarse por medio de la palabra. Así es que se entiende mejor por qué las memorias también son pieza clave del libro. Por esta razón, la misma voz lírica habla de memorias y no de memoria. Detrás de la pluralización de dicha palabra existe una intención retórica que permite una amplitud existencial y psicológica en el mensaje poético que, tal cual se dice en el primer poema, aparte de hilvanar los espacios, marca los códigos necesarios para emprender un viaje dialógico cuya característica principal es provocar una morfología sensible y humana entre pasado y presente.

En esta línea de la retórica de la memoria aparece el segundo poema “CARTA AL RECUERDO DE LUCÍA”, en él se dice: “Yo te recuerdo, Lucía y en mí aún no eres del polvo;” (pp. 4-5). Si se nota, estos versos recurren a la filosofía de la inmortalidad a través del recuerdo, una de las más importantes para los antiguos griegos y que, por ende, marca una huella importantísima en las ideas de Occidente. Recuérdese que, en la antigua Grecia, se sabe, por medio de la literatura, como es el caso de la Odisea y la Ilíada de Homero, que los héroes luchaban por alcanzar la  ἀρετή (excelencia)[2] a través de sus grandes hazañas y de esta forma, como lo diría Jean Pierre Vernant, obtener la inmortalidad por medio del recuerdo.

Así entonces, en este segundo poema del libro, Lucía, cuya etimología, justamente viene del latín lux (luz), pareciera estar llena de esa energía que brota durante las madrugadas en el interior de las montañas. Esto conduce de nuevo a la importancia que tiene la palabra madrugada en todo este libro, pues más que un simple decorado, adquiere un sentido estético psicológico, filosófico e íntimo.

Por esta razón, desde nuestra lectura filosófica, Lucía, aunque se supone está muerta, en realidad no lo está. Ella sigue viva en el recuerdo, en la palabra y por eso hace que la voz lírica genere diálogos y le realice preguntas retóricas cuyo afán es volver a un pasado que quizás no está en lo tangible, pero sí en el acto creativo de la imaginación que permite la escritura como recurso estético para construir, tal cual se nota en los versos 22, 23 y 24, espacios llenos de esperanza: “déjame enseñarte la música de hoy, decirte algún secreto al oído, / mostrarte las trizas del cole, / tenderte estas manos”.

Por otro lado, es necesario destacar que la sensibilidad de la voz lírica no solo se queda en sus experiencias familiares, migratorias, con respecto a sus amistades y a la humanidad en general, sino que se manifiesta por medio de la empatía con la naturaleza, producto manifiesto en gran parte de la literatura escrita por mujeres. Un ejemplo de ello se da en el cuarto poema del libro: “hoy creo que brota más del remanso, / que no son ni el sol más ardiente, / ni la lluvia que inunda, / quienes seducen / –sino el balance– a la semilla” (vv. 5-9).

En los versos citados, el sol, la lluvia y el balance a la semilla están inscritos en un sentido femenino de la ritualidad o lo cíclico y esto permite decirle al lector que para salir del sufrimiento hay que equilibrar los elementos telúricos internos. Por esta razón, la voz lírica compara los procesos de sufrimiento con los mismos procesos por los que debe pasar una cosecha, porque, antes de que la fruta nazca de la tierra, se necesita sol y luego lluvia. Nuevamente, esto encadena un diálogo con el título del libro “Mi sombra es madrugada”. En este caso, la madrugada no es ni más ni menos que esa semilla que nace de las raíces de la tierra luego de recibir sol y lluvia. La voz lírica es consciente de que todo en la vida forma parte de los procesos cíclicos y que es necesario llevarlos con firmeza, tranquilidad, sabiduría y aceptación.

No obstante, los diálogos telúricos no solo se generan en el poema citado, sino también en otros poemas como en “BORDES Y EN AMOR MÍO” donde la voz lírica hace comparaciones con el agua y con la tierra como fuente de engendro del amor, de la vida y de la fortaleza que une al uno con el otro, materia y espíritu. Sin duda, los versos de Echemendía apuntan por la materia de la astucia que enfrenta el miedo por medio del amor, la palabra y la aceptación hasta derrotarlo, por eso en el poema “ENTRE GUERRA” se dice: “y entonces yo, / –que de astuta no tengo poco—, / sufro por defecto del alma y aborrezco, / por recuerdo, / las ausencias que depare / el futuro”. (vv. 46-51).

Nuevamente, por medio de los versos citados, la voz lírica apuesta por la compañía como esperanza de la humanidad, aunque, para apostar por esto debe conocer bien a su sombra, pues solamente ella le permite conocer cuáles son los miedos que debe tomar de la mano, con el objetivo de llevarlos hasta esa luz de la madrugada que ilumina el alma de cada uno de los lectores de este libro construido a partir de un proceso de crecimiento, tal cual sucede en el poema “COMO EL ÁRBOL BONSAI” que, al ser un poema con un significado enorme alrededor de la estética intimista, de la feminidad y la filosofía cíclica y telúrica de este libro, comparto completo de inmediato:

 
Si hoy yo corto mis raíces
no creceré jamás lo suficiente,
más pequeña seré
y daré por ende menos frutos.

¿Qué son las raíces?
Debo cuidarlas con terneza, depositar en ellas mi centro.

¿Cuál es mi centro?
Permitir que se extiendan libremente como lo hacen los años vividos y sacudirlas  a cada rato,
para soltarme de nudos y larvas.

Mami dice que soy cubana, dice que esa es mi raíz,
pero, ¿las raíces no son lo que nos alimenta?

Es mi hijo lo que me alimenta, el silencio y el aire, es tu amor,
la atención dilatándose en tus ojos

negros,
el bosque lluvioso de tu lengua,

y muchas otras cosas;

Vuelos y declives entre calles conocidas o aprendidas
que se han enriquecido con mis pasos,
 
quizás Cuba también;
pero mi centro ha de ser el amor.

 

Sin duda, en los versos del poema anterior, la voz lírica deja claro que la vida es un proceso, en ella hay dolores, sufrimientos, alegrías, triunfos, miedos, amores, desamores, fracasos, sombras y luces, por eso, todo debe guardarse en el alma de la memoria; nada de ello debe cortarse porque de lo contrario ese árbol que todos somos nunca crecerá, hay que cuidar las raíces de nuestras experiencias con agua, sol, prudencia, ternura y amor para que  broten las caderas de la luna que bailan durante la noche. También, dentro de lo íntimo, esperanzador y humano no solo de este poema citado, sino de todo el libro en general, se deja claro que las fronteras y las nacionalidades no son más que imaginarios, pues el verdadero centro de todo, de lo que nos marca como personas es el amor que podamos sentir y expresar a través del cuerpo y la palabra, como fuentes sagradas y ancestrales de vida y salvación espiritual, cuyo fin antes de marcharnos, al igual como sucede en el poema “TÓTEMS” es la apuesta por la transformación en “algo”, por ejemplo, en luna, que quizás ya somos y no nos hemos dado cuenta, por ende, necesitamos: “¡Un cerebro nuevo, por favor! … Que el de ahora está podrido.” (“DESRREALIZACIÓN”, vv. 16-17).

A manera de cierre, y sin concentrarme en evaluaciones estilísticas, sintácticas y ortográficas, sino en valoración de la materia o contenido, según se apunta en este libro, únicamente con un cerebro nuevo comenzaremos la vida que no habíamos descubierto debido a que no habíamos logrado entablar un diálogo con el sol y con la luna, o con la sombra y la madrugada, tal cual lo hace la Elízabeth Echemendía, quien, por medio de la voz lírica, nos deja claro que todos los seres humanos “somos un proceso” (p. 59) que solo se puede llevar a cabo con amor, esperanza, autoconocimiento y armonía con la naturaleza y con nuestros seres más cercanos e incluso, con quienes se marcharon de sus cuerpos para vivir eternamente en nuestras memorias.

 

27 de septiembre de 2021
Madrid, España

 

 

Notas

[1]        Puede adquirirse en: https://www.casadellibro.com/libro-mi-sombra-es-la-madrugada/9788418694356/12504294

[2]        Diferentes estudiosos de la cultura helénica, entre ellos Jaeguer apuntan que la areté fue uno de los valores más importantes. Se educaba, principalmente a los hombres, para que se esforzaran por alcanzarla.

 

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