Poesía costarricense: Vilma Vargas Robles

Leemos poesía costarricense. Leemos a Vilma Vargas Robles (San José, Costa Rica, 1961) Tiene estudios de sociología, derecho, y literatura por la Universidad de Costa Rica. Ha publicado los libros: El fuego y la siesta (1983), Premio centroamericano Juan Ramón Molina del Ministerio de Cultura de Honduras; El ojo de la cerradura (1993), Editorial de la Universidad de Costa Rica con prólogo de Jorge Boccanera; Oro de la vida (1996) Editorial Macondo, prólogo de Isaac Felipe Azofeifa; El fuego y la siesta (2004) Editorial Costa Rica, prólogo de Yadira Calvo y José María Zonta. Quizá el mañana (2007) Editorial de la Universidad de Costa Rica. Letra espina (2016) Editorial Arboleda y Cuarto Creciente. Poesía reunida (2019) Guayaba Ediciones. Su obra ha sido publicada en las siguientes antologías: Voces indómitas o las poetas en Costa Rica, selección, prólogo y notas de Sonia Marta Mora 162 y Flora Ovares, Editorial Mujeres, Costa Rica, 1994. Sostener la palabra, Antología de poesía costarricense contemporánea, compilador Adriano Corrales Arias, Instituto Tecnológico de Costa Rica, 1997. Lunada poética, Poesía costarricense actual, compilador Armando Rodríguez Ballesteros, Ediciones Andrómeda, Costa Rica, 2006. Es cofundadora de Casa Poesía en el 2002. Participó en el Primer Festival de Poesía en Granada, Nicaragua, 2005; en el Congreso de Escritores de Centroamérica de la Universidad Tecnológica de Panamá, 2005; y el VI Congreso de Escritores Latinoamericanos, organizado por el Instituto Tecnológico de Costa Rica, 2009. Ha sido invitada al Festival de Poesía de Sao Paulo, de la Secretaría de Cultura de Sao Paulo y de la UNESCO.

 

 

 

 

 

La visitante

 
Mis parientes están ofendidos,
sacuden las paredes,
me dan este golpe apretado.
Me asomo a sus ventanas
y mi rostro desaparece.
Están ofendidos, no gritan,
cuidan sus uñas enterradas.
Soy yo la que no puedo.
Me arranco el pecho desplomado,
les devuelvo la falsa esperanza que me dieron,
el vellón con el que rasgaron mi corazón hasta
romperlo.
He llegado hasta aquí, siempre desnuda,
pero ya no espero,
sé lo que pueden darme.
Cierro la puerta y lloro.

 

 

 

 

Yo subo yo desciendo

 
Yo subo, yo desciendo
oigo el sol enfermo
atrapo rescoldos que se atreven a asomarse.
Yo subo, yo desciendo
no puedo evitarlo
no tengo hermanos ni padres
duermo vencida
y a veces intento atraparme
para verme el pecho
las puntas que me han labrado
no quiero ofenderme ni ofenderlos
veo el camino que está adelante,
atrás para mí no hay nada
y sin embargo subo.

  

 

 

 

Si soy negada

 
Si no me ves
si soy negada,
dame tierra para hacer mis dibujos.
Si no dan sombra mis manos
dame un sitio donde ponerlas.
Si no tengo oficio,
si este oficio me ha hecho transparente
un clavo bastaría;
trae el martillo y clava.
¿Qué me darás,
qué cosa semejante a los otros?
Si este jardín es inútil
dame otro
donde no necesite las palabras.

 

 

 

 

Despierta de tu amor tan sudoroso

 
Despierta de tu amor tan sudoroso,
hija mía natural y desvalida.
Ya no puedes cubrirte, aunque eso no importa
para el que ya no vuelve.
No me gusta así.
Saca mejor tu gota de veneno,
huye de mi custodia,
todo te lo permito.
Cántame las verdades
con tu cara bonita,
pues no me gustas crédula y miedosa.
Y de una vez rompamos este juego.

 

 

 

 

No hay ruido de otros pasos

 
Aquí estoy, no me escondo,
junto a la puerta que no cede.
Llamo a la suerte
y ella me rodea como un brazo de trapo.
Los pájaros giran como remolinos ebrios,
un mundo no escapa y cruje de nuevo.
No hay ruido de otros pasos,
sólo un camino para huir.

 

 

 

 

Caracol

 
Salgo a la puerta de mi casa.
El otro muro, sin embargo, existe.
Meses en que a nadie vi
y a nadie hice más daño
que a mí misma.
Flores que nacían y hoy las veo:
su olor como miga sube por la escalera.
Desde aquí, como un caracol,
no tengo pruebas, tropiezo.
El dolor es como un río
por el que siempre regresamos.

 

 

 

 

Mascarada

 
En la noche cercana alguien me espía.
En las caras una lágrima se alarga.
Voy a deslizarme donde no logró entrar el sol.
Pero no querré enseñarles a llorar
porque soy una buena niña de piedra.

 

 

 

 

Malles

 

Los domingos
nos dan permiso
de morirnos.

 
Pasada la tarde,
hay que resucitar.

 

 

 

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