Poesía española: María Alcantarilla

Leemos poesía española. Leemos poemas de María Alcantarilla. Es Licenciada en Periodismo, autora de Ella: invierno (Granada, Valparaíso, 2014), La edad de la ignorancia (Madrid, Visor, 2017, Premio Internacional de Poesía Hermanos Argensola), Introducción al límite (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2019, Premio de los Libreros Independientes españoles), aparte del volumen de poesía visual El agua de tu sombra (Musa a las 9, 2012, I Premio de Poesía Multimedia Poemad), La verdad y su doble (Sonámbulos, 2016), una antología visual de la poesía española contemporánea, la novela Un acto solitario (Sevilla, Isla de Siltolá, 2017) y la antología de poesía femenina El cielo de abajo. La escritura del cuerpo en 13 poetas hispanoamericanas (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2021). Ha trabajado en arte audiovisual, pintura y fotografía. Su obra ha sido expuesta en galerías de arte contemporáneo como Colorida Art Gallery (Lisboa), Carolina Rojo (Zaragoza) o Slowtrack (Madrid), dirigida por Marta Moriarty y ha llevado a cabo colaboraciones gráficas con editoriales y medios de comunicación como El País, Le Monde Diplomatique o El Rapto de Europa, y con otros narradores españoles como Juan Bonilla. Ha sido profesora de Lengua y Literatura y actualmente es directora del Laboratorio de Escritura de la Universidad de Cádiz.

 

 

 

 

 

 

(NO) SOY QUIEN DIGO SIEMPRE

 
Reconozco a menudo al hombre que me habita
y le saludo como a un nuevo convidado
a mi presente.
Es, a la hora en que aparece y me interpela,
una especie de hijo perdido en una edad
            indescifrable,
sujeto a unas costumbres infantiles
y a un gesto que parece haber vivido
más años de la cuenta.

 
A veces se sienta en mi sofá y toma un libro entre las
            manos
con la astuta confianza
de quien conoce el polvo y las esquinas.
Otras, sin embargo, solo observa a mis gatos como un
           dueño
y les habla como yo
y los reclama.

 
Hay días en que llega y, de repente,
no sé cómo sentarme,
ni comer,
ni ser quien dije.

 
Y hay días en que no sé quién visita
a quién y, en la confusa coincidencia,
lo abrazo y me despido y salgo entonces
como otro visitante hacia otra casa.

 

(La edad de la ignorancia, Visor, 2017)

 

 

 

 

EL ÁNGEL QUE NOS MIRA

 
Pero, en el fondo, qué importa ser mayor o ser un niño
si el miedo es casi igual y la alegría
a pesar de la estatura.
Tenemos la verdad frente a los ojos
y solo existe el mapa que sentimos dolernos entre líneas,
olvidado el conjunto y su débil rumor tan parecido.
Qué importa si hoy no sabes el sentido,
la razón de estar yendo hacia algún lado
en el que nadie te espera y, sin embargo, acudes.
Qué importa lo que llega de ti y te recuerda que eres débil
mientras miras a un perro paseando solo entre los coches.
Qué importa el dolor en el que vives
si no sabes el nombre de esa triste mujer
que se emborracha cada día
en el único banco de la plaza
y orina la tristeza —como tú—
de no poder hablarle a quien la mira.
Qué importa si te escuecen la voz y los recuerdos,
si oyes por oír y te parece que nadie escucha ya tu retahíla
de sueños incumplidos
y amigos que se van a otros países
y padres que jamás dirán te quiero.
Porque, en el fondo, qué importa estar de más
si ni siquiera conoces lo que amas,
ni sabes si lo amas,
ni intuyes halagüeño aquel futuro
que pensaste habitar mientras huías.
Qué importa ser mayor o ser un niño
si al cabo la verdad siempre nos busca,
nos anda persiguiendo hecha una sombra,
una voz,
un día de lluvia;
qué importa la tristeza de ser tú
si esa verdad te grita la alegría
y a cambio no te pide nada más,
solo que existas.

 

 

(La edad de la ignorancia, Visor, 2017)

 

 

 

 

DONDE AÚN CABEN LOS DÍAS

 
Ten piedad de la tristeza
y de sus hilos borrosos
como un pastor observa a su rebaño
un día de lluvia.

De la vejez a solas,
de los días que le faltan
en forma de caricia,
de nuevo testamento
donde urdir su ansia de futuro.

De la ilusión doblaba
como un adverbio en medio de los años.

Piedad de los aleros
y su cohorte de palomas
enfermas y olvidadas.

 

 

(La edad de la ignorancia, Visor, 2017)

 

 

 

 
[Pronunciar la vida como quien pega sellos en las cartas por temor a des-
pedirse. Como padre y su manía de inventar la realidad sin la memoria.
Como el error consecutivo y la nostalgia a la que nadie pone nombre.
Como las fotos de familia.
Pronunciarla igual. La vida.
Un lazo alrededor de las costuras que algunos llaman cuello pero que es,
también, linaje y dolor en las heridas.
Un hijo vestido de persona observando los resortes del amor entre parientes.
Un retrato sin voz y sin fantasmas donde figuren las últimas razones y
su herencia].

 

(Introducción al límite, Fundación José Manuel Lara, 2019)

 

 

 

 

6

 
Incluso cuando espero estoy cansado
y encuentro entre sus voces la furia de un sonido indistinguible
que apela a mi tristeza como otra infancia vuelta sobre el tiempo
y saca a relucir de la ceniza al niño que yo fui, hombre y cobarde.

 
Porque están todos ellos, como una vía apenas transitable
inflando los silencios, un modo de habitar donde no hay nadie
que sepa distinguirse en las palabras,
decirme que la voz también nos hiere.

 
Incluso a media noche estoy despierto
y camino hacia mí como quien lleva a cuestas la memoria
o escurre el corazón mientras los coches gritan
y el sueño es otra herida a la que acuden todos los ausentes.

 
Difícil es hablar o yo rehúso
creer que ni siquiera reconozco mi voz cuando ella suena,
que tengo entre los dientes la malsana costumbre de la sangre,
que nadie puede oír porque es el ruido mayor que el pensamiento.

 

 

(Introducción al límite, Fundación José Manuel Lara, 2019)

 

 

 

 
 
Un loco sabe abrir las cicatrices
y limpiar de pasado sus arterias.
De qué forma, si no, podría el loco
volver hacia una infancia sin fisuras.

 
En los dedos del mundo
el Hombre está más solo que al principio.
No quiere desandarse en los caminos
porque el celo es mayor que sus visiones:

 
el Hombre teme ser imaginado
el Hombre teme abrir sus cicatrices.

 
En los dedos del mundo nacen aves
cuyos vuelos preceden al lenguaje.
No sienten esas aves el temor de caer hasta la tierra
ni miran de soslayo el mundo aquel
ni compadecen al pez por sus escamas.

 
Pero el Hombre asegura que allá arriba
nadie sabe caer sin sentir miedo
y los dedos del mundo se resienten
y esquivan la metralla.

 
Si pudieran los Hombres elevarse
por encima de todas sus ideas
sabrían que, en el aire,
el loco reconoce sus temores
y obliga a las mareas a expulsaros.

 
Si los Hombres supieran ver al loco
como al niño que juega en esa orilla,
quizá los Hombres fuesen menos fieros y,
en sus ojos parduzcos de palabras,
nacería otra vez este verano.

 
 
(Inédito)

 

 

 

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