Poesía peruana: Doris Moromisato

Leemos dos textos de la poeta, narradora y ensayista peruana Doris Moromisato (Chambala, 1962). Ha publicado poemarios como Morada donde la luna perdió su palidez (1988), Chambala era un camino (1999) y Diario de una mujer esponja (2004). Es ecologista, feminista y budista. Es hija de migrantes japoneses. En el 2006 la Prefectura de Okinawa la nombró Embajadora de Buena Voluntad. Su libro más reciente es Paisaje terrestre (2007).

 

 

 

 

Escena de familia /con mujer adentro

 

Desvistes tu cuerpo
palpas en silencio el origen de tus pechos,
no te detiene el ruido de sus voces
avanzas sigilosa hacia la punta de tu miedo.
Tu familia cena esta noche la misma rutina,
trafica en la mesa los escombros de un día deshecho
Tú bajas hacia tu vientre caliente que te espera
como un negro pájaro la noche se instala en tu pubis
aletea y empieza a llover sobre tus muslos
Tu padre, ruidosamente, traga la sopa y eructa
tu madre se queja y hace lo mismo
tus hermanos se miran y la imitan
Tú te dejas caer sobre tu nuca
mansa, te abandonas al placer de tus orillas
Una boca escupe sobre el piso
Tu boca se abre lentamente
Otra boca lanza groserías
Gimes, no te explicas
Alguien arrastra los pies y sale a la calle
Dentro de ti otra tiembla cuando tiemblas
rehace el perfil de tu cintura
por la curva de tus nalgas se resbala
Tu padre derrama el vino sobre la mesa
Tú te derramas en un suspiroMaldice a tu madre, tira la puerta y se marcha,
tu madre limpia y se llena de grasa
Tú, de rocío
Recoge los viejos trastos y su viejo destino
Tú aprendes a amarte con ésa que te imita
Tu madre llama, se enfría la sopa
Abres la puerta, miras a la mesa
y del triste cajón de tus quince años
extraes una sonrisa.

 

 

 

 

 

La luna sobre el arrozal

 

Sus ojos dos luceros de la noche,
como inesperado insecto el tiempo
se posan en su pecho y remueve su cansado corazón.
Por el surco naranja de los ajíes se escucha
el displicente paso del ciempiés.

Las velas
aún alumbran las mamparas del patio y las tres cuerdas
de la vieja guitarra que padre convirtió en su cómplice shamisen.
Hala una cuerda y su mirada se pierde en un campo de arroz.
Su boca cansada del imperio de castizas palabras
vuelve atrás: mikayuki-sama, konbanwaa…

Un aullido antiguo brota de su pecho
animal solitario que huye de los más salvaje de su amor.
El hogar se llena de la sobria, gris melancolía.
Todo calla
y yo escucho desde mi cama, para no verlo morir.

Hala otra vez y la suave brisa estremece a las lechuzas,
la luna besa su cuerpo lleno de mikayuki-sama,
konbanwaa…

La eterna historia de la barca surcando el mar de Okinawa
brota de sus labios. Pescadores saludando a la luna,
retornando felices a la aldea.

Padre estira su voz, la luna se resbala sobre el arrozal
y la última vela empieza a derretirse sobre el piso
como mi corazón

Como su viejo cansado corazón.

 

 

 

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