Álvaro Solís reseña Cuadernos de patología humana de Orlando Mondragón

Leemos una reseña de Álvaro Solís sobre  Cuadernos de patología humana del poeta Orlando Mondragón (Ciudad Altamirano, 1993). Con este libro Mondragón mereció el Premio Loewe 2021. Publicó en 2017 el libro Epicedio al padre con el cual obtuvo el IV Premio de Poesía Joven Alejandro Aura. Escribe Margo Glantz en la cuarta de forros: “Cuadernos de patología humana es un diario médico preciso y ordenado en el cual el poeta recorre una a una las distintas salas donde lo esperan la enfermedad y la muerte, y, si no fuera melodramático, diría que en el poema la muerte es hermosa, coloreada de rojo y azul siguiendo el transcurso vital de las arterias y las venas que, condensadas, aparecen en pequeñas prosas poéticas que en este poemario se manejan como una especie de estribillo: coronan o resumen los distintos tramos de la muerte y de la vida, pintándolos de rojo y azul a la manera en la que Rothko, el pintor estadounidense, pintaba sus extraordinarios cuadros”.

 

 

 

 

Cuadernos de patología humana de Orlando Mondragón

Hace unos meses estuve en un hospital, agonizaba mi madre. Uno no sabe lo que es la soledad hasta que la muerte te arrebata al ser que amas. La vida de mamá se apagó como esas llamas en medio de una ventolera, agitada, convulsa y luego inerte por completo. Antes de desaparecer, ante mí apareció, como un testimonio de la magia más oscura, un cadáver de alguien que no reconocí.  

Ahora que leo Cuadernos de patología humana (Visor Libros México/Círculo de poesía, 2022), Premio de Poesía Fundación Loewe, es imposible no trasladarme a ese escenario aséptico de hospital donde mi madre supo que sus días estaban ya contados. Como en el poema inicial del libro, yo también “le tomé la mano a mi enferma/ para saber que seguía vivo” (perdón por la apropiación). Me rindo ante los maravillosos y también dolorosos hallazgos de Orlando, porque con él asiento, sí, ese “Silencio” que sucede a la muerte no se parece a ningún otro, porque no sólo es ausencia de sonido, también es ausencia de esperanza, también es dolor indescifrable e indescriptible: “Traduzco ese idioma/ escondido entre el silencio y la carne./ Lengua de ciegos”. ¿No es acaso la poesía una traducción de aquello que no puede decirse? ¿No abreva la poesía de ese silencio intermedio entre los vivos y los muertos? ¿No es la poesía ese dolor sin testimonio que se parece a morirse de repente, como una llama apagada por el viento?

La mirada que yace en Cuadernos de patología humana estremece y acerca a la catástrofe muda de la enfermedad, al momento en el que descubres que tu enferma observa en el techo los rostros de su memoria y que fantasmas de otro tiempo le hablan al oído y le advierten que al día siguiente morirá, que es momento de la despedida: “Tomas al bebé en tus manos. Está sucio. Tus guantes se manchan con la sangre de tu madre. Luego de los gritos, un breve silencio. Aunque puede ser largo. Puede durar toda la vida, el silencio. Callarnos antes de poder llorar a todo pulmón”. Todos somos ese niño ensangrentado y abandonando en las entrañas de la madre, todos somos el “niño que nació/ muerto en mis brazos./ La madre no quiere cargarlo. ¿Dónde lo pongo?”.

Orlando parece decirnos que el silencio es ese punto intermedio entre el llanto de nacer y el llanto de la despedida de un ser querido.  En el libro, cada lector es un cuidador de alguien que todavía no recuerda, esos cuidadores de los hospitales que, desconocidos y asustados, contiguos, apenas si cruzan sus miradas, esperan la mejor noticia cuando saben que viene lo peor. Los cuidadores cambian turnos, a regañadientes se desvelan cuidando con temor, se quedan dormidos cuando debían estar despiertos, miran a su alrededor fantasmas blancos ir y venir, esos que a cuidadores y enfermos susurran que: “Nada les queda en los harapos/ de sus cuerpos,/ en la magulladuras. Nada les obedece”.

Sin duda, Cuadernos de patología humana es un libro excelente, por encima de varios que actualmente pululan en los estantes de las librerías, es también un libro difícil de leer porque hay tanta verdad en él que es imposible hacerse a un lado antes de que uno de sus versos bisturíes nos marque, abra nuestras cicatrices ya viejas de la vida para decirlos que pronto moriremos. El libro no sólo “es un diario médico preciso y ordenado en el cual el poeta recorre una a una las salas donde lo esperan la enfermedad y la muerte”, como afirma Margo Glantz, también es la cicatriz abierta a la escritura donde nos reconocemos, enfermos futuros que abarrotaremos los hospitales, moribundos entre sombras blancas que, indefensas también, no podrán nada en contra de la muerte. Cuadernos de patología humana es la memoria aquí en el reino de los vivos, la memoria de aquellos a quienes tomamos de las manos, antes de desaparecer.

 

 

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