Poesía mexicana: Mariana Viveros

Presentamos cuatro poemas de la autora mexicana Mariana Viveros Ventura (Xalpa, Ver., 1986). Es egresada de la Facultad de Teatro de la Universidad Veracruzana. Se desempeña como correctora de estilo y redactora independiente. Ha publicado poemas, relatos, columnas y reseñas en medios impresos y digitales de México, Chile, Cuba y España.

 

 

 

 

CALLE DEL AGUA

El tiempo descansa a tus pies
como baldosas lunares,
en tus flancos cobalto,
en la aldaba-mano de las puertas.
Alguien abre persianas matutinas
todavía con nudos de vino y jaleos en la sienes.
Café. Primera bocanada. Rocío que se evapora.
Pasó ya la temporada de cofradías
pero en esta calle
el aire siempre huele a buñuelos,
canela y pimientos.
También aquí se guarda
el secreto del agua de los árabes
tras los muros impasibles de un hammam.
Agua que fue hielo en las cimas.
Agua rumor de acequias.
Agua santa cinco veces al día
en cada llamado al adhan.
Calle del agua
en tus espejos me peino el pelo.
Calle del agua
tu nombre es tan cierto
que sobre ti llueve por tangos:
uno, dos, tres, cuatro.

 

 

 

DEJÉ DE VER LA CIUDAD

Pilla el abrigo y nos vamos pa’ Ucrania
que aquí no hay na’ que arañar
más que la rabia.
GATA CATTANA

Dejé de ver la ciudad.
Camino sin notar las baldosas,
la fuente, la farola;
ya no hay encanto de niebla
ni miradores en la hora azul.
Dejé de ver la ciudad
en medio de un invierno crudo
donde cada día
era noche interminable;
los rostros todos se volvieron, entonces,
réplica uno del otro del otro,
tiempo espiral.
Una noche llegó Jasón
y por instantes volví a ver la ciudad
pero a través de sus ojos:
argéntea, abierta,
“es perfecta para soñar” (dijo él).
Suéñala, Jasón
quema tus naves en ella,
Medea te libera y se va.
Quiere una copa de arak,
baklava, cous cous.
Tu licor es melancolía
en esta boca roja amiga del Solanum nigrum.
Hay olivares esperando,
palacios nazaríes brillando escarlata
bajo el sol de la ciudad soñada:
ciudad portentosa, de magia telúrica,
ciudad para verla siempre
aun en penumbras,
aun desolada.

 

 

 

LIBERACIÓN

En brillante redondez
se asoma la luna del escorpio.
Frente a su rostro de lava y memoria
enumero sus dones,
agradezco sus tinieblas.
(le digo)
¿Qué trozos de mí he dejado al camino?,
rastros piel de víbora
vistos de reojo en el tiempo.
¿Qué huesos me quedan?
¿Qué musculatura los cubre y pulsa?
¿Son gotas de la misma sangre
las que hoy manchan la entrepierna,
la sábana pulcra?
Mi nombre ya es, quizá
un anagrama,
varios seres en letras dispersas.
(responde)
Eres Morayma de Granada,
antorcha, estramonio, pez
pero tus huellas
han de ser arena al viento,
tu carne, vasija rota,
un cráneo más en la pira del aghori
y cuando dejes de temer a eso
la eternidad será guirnalda sobre tu pecho.

 

 

 

RECONOZCO EL CENTRO DE TU MANO

A Félix

Reconozco el centro de tu mano
paisaje transformado con el tiempo,
escarpado.
Tú creías dar forma a la madera
pero sus largas tiras moldearon tu palma
al compás de una jarana
en mañanas soleadas de café y olor a barniz.
En el fondo de tu mano
se ahogaron mis obsesiones;
de él brotaron caudales de almíbar
y también ahí cayeron
una a una
lágrimas del adiós.
Runas, lunas, brumas
todo lo hallé en el centro de tu mano;
áspero tacto,
cálido refugio,
música antigua.
El centro de tu mano
ahora lleva una herida purpúrea
que pulsa y duele.
Quisiera poder sanarla
y retornar a ese hábitat,
plácida, liviana
como quien se sumerge en un río
una tarde de verano.

 

 

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