Voces de agua que suena. Muestrario de poesía LGBT+ desde Aguascalientes (Primera parte)

Dentro del Mes del Orgullo LGBT+, presentamos una muestra de poesía LGBT+ de Aguascalientes preparada por Mario Frausto Grande. En esta reunión encontramos las voces de Maritza González Huitrón, Moisés Ortega, Ivonne Lara, Daniel Isaí Mata Velázquez, María de Montserrat Ramírez Quezada y Mario Frausto Grande. 

 

 

 

Voces de agua que suena. Muestrario de poesía LGBT+ desde Aguascalientes (Primera parte)

Desde su tenue rincón en el centro de México, Aguascalientes permanece como una de las zonas más pequeñas del país pero, a su vez, se erige como uno de los bastiones más conservadores y mochos de esta nación. Ante esto, el colectivo LGBT+ de esta pequeña ciudad ha tenido que abrirse paso para levantarse y gritar, para hacer de la gama de la diversidad un conjunto de ondas que se expanden, cada vez más, dentro de los ojos de agua que preferirían mantenerse cerrados y herméticos ante la existencia de otras formas de amar, de experimentar el cuerpo, de alzar los gritos y de accionar los afectos. Esta muestra de poesía busca ser una onda más que siga moviendo la quietud y la mochez de aquellas pupilas de agua que le brindaron su nombre al estado conservador de Aguascalientes. Decidí titularla con la especificación “desde Aguascalientes” ya que, otra de las peculiaridades de este estado, es que ha servido como un sitio de alta migración de personas que provenimos de otras partes de México. Por tanto, aquí se incluyen voces originarias, pero también algunas otras que por distintas circunstancias han hecho de este sitio un hogar y una zona para resistir y luchar desde distintas brechas. La diversidad también grita, resiste, ama, se acuerpa y siente desde este tenue rincón del país. Somos voces de agua que suena y, sin duda, seguiremos formando ondas de resistencia, amor y ternura hasta que los ojos de agua de esta ciudad se desborden.  

Mario Frausto Grande

 

 

 

 

 

Maritza González Huitrón

 

Colibrí
–hilo temporal de mis recuerdos– [1]

Este poemario es para ti
por tanto vuelo vivido
porque se me enraizó la nostalgia
porque este exilio
es la única posibilidad de reencuentro.

 

Colibrí I

Mujer, acuérdate de mí bonito como cuando me querías.

Cantaré al polvo
para no morir sola
desde el olvido más alto.
Moriré de amor
de viento y de tristeza.

Y cuando de mí no quede nada
me volveré polvo
me iré al mar
a sacudir pirules
a cosechar estrellas.

En mi reflejo
la luna será líquida
y me la beberé entera.

 

 

Colibrí II

Retrocede mi estancia
y se fija precisa en la imagen                                                                             

de una fotografía juntas
¿qué podía ser yo a esa hora?
cuando hay tanta dicha que no se dice
para que no desaparezca
¿qué podía ser yo?
me faltaba llorar para ser triste
y me faltaba nombrar para que fuera.

 

 

Colibrí III

Me resisto a dormir,
a cerrar los ojos,
me resisto —no puedo— dormir.
Heme aquí con un miedo nuevo:
despertar
y volver a verte.

 

 

Colibrí IV

Acepto la noche que cae
sobre mis hombros.
Llego a mi lecho,
tiemblo por caricias fragmentadas.

Me levanto, y a tientas
cierro la ventana,
no vaya a ser que por viento
se me arremoline el recuerdo.

 

 

 

Encuentro

A Yazmín

I

Como procesión de mariposas
estalló la noche y con ella la lluvia,
estabas en la ciudad que se habita
en la desmemoria.

Entre todas estas cosas
tú eras lo más puro.

 

II

Somos cuerpos de lunas enlazadas,
no dejaremos más descendencia
que la huella de este suspiro.

 

III

La lluvia de afuera cede, la ciudad calla,
en ti me ensueño:
cuerpo,
mujer,
durazno,
pan.

 

IV

Voy desnuda sobre tu luz, te miro,
y merodea mi voz en tus oídos.
Abres la ventana permitiendo al viento
y al alba morar en tu sonrisa.

 

 

 

Moisés Ortega[2]

La palabra orquídea no significa belleza por sí sola, pero algo se mueve al escribirla. Algo en la hoja se va tornando flor y los colores se alertan. Alguna tarde declaré que la orquídea era la obra maestra de Dios, no sabía su condición de parásito. Lo que le ocurre al árbol del que decide prenderse para nacer: la parte de raíz que se le muere cada que una inflorescencia nace, la carne que se quema para siempre donde el cuerpo de la planta se enquista. Cuando hablé de las orquídeas no conocía la piel de los hombres. Lo que ocurre en el alma del que decide amarlos. La carne que se quema para siempre donde el cuerpo del otro se enquista. Por sí misma la palabra hombre no significa decadencia.

[los toqué para ver si en ellos estaba la luz.

 

 

*

Pero la luz es otra cosa.

Para hacer crecer una orquídea,
para saber cuánta agua bebe y la frecuencia,
observe cuan seco es el ambiente:
        el tamaño de la maceta, el grosor del tronco, el tipo de sustrato en el que crece,
        cuan cálido es el clima y la velocidad con la que el viento la acaricia.
        No hay una regla general de riego.
Hay que observar las hojas y las raíces,
aprender a hablar con ellas sobre el sol.

*

Para hacer crecer a un hombre, mírelo a los ojos.
         No hay una regla general de juego. Aprendí a volar sobre su cuerpo y no podía dejar de pensar en la pasión de un Cristo azul.
                                     [lo doloroso del viacrucis.
Hay agua en el costado del amor que nace entre dos almas, la carne que se rompe.
                                     [lo que duele escribir la palabra amor.
Descendí solo de la cruz a la que me clavé para entender el secreto que hay en la partícula de Dios, en la piel de las apariciones. Fui hasta la piel de otro hombre a buscar todo lo que falta en el universo.[3]

No encontré nada

*

Es por amor que una se enferma de esto
Joaquín Hurtado

 

Casi ningún muchacho sabe la similitud transitiva que hay en los verbos amar y morir. Comenzamos a apagarnos el día que adivinamos que la mirada no es una constelación para siempre y que las partículas de la luz y la energía desaparecen sin motivo, mucho antes de que alcancemos a escribir su nombre. Casi nadie se entera a tiempo que de amor, de amor, nadie va a morirse.

[uno debería nacer sabiendo el destino de agonía lenta
que supone criar orquídeas.

 

 

 

Ivonne Lara

Amarillo[4]

Ya no quedan palabras sagradas sobre las bocas fósiles, aquí termina la esperanza y comienza la resignación.

La escena transcurre impasible, quietud inapropiada para momentos tan ásperos que duele citar.

Tiempos confusos girando el cuello sobre su propio eje desde el exilio; noches cansadas con lluvias irregulares, raquíticas.

                                        (Se extingue la vista con discreción.)

Un canasto arrojado a su suerte frente a la puerta. Un canasto en que dormitaba el frío, recién venido al mundo.

Recordé que la muerte llegó del mismo modo: la muerte niña, que mamó y bramó del mismo seno desteñido en que después engendró finales mal apiñados; tragedias estáticas, como actos fatales, tragedias masoquistas, embriagadas de dolor, tragedias ponzoñosas que supuraban y bebían del mismo tarro, tragedias asqueadas de su propia tragedia, del amarillo verduzco que teñía sus rostros y las palmas de sus manos.

Quise asesinar con mis manos la tragedia.

Quise asesinar con mis manos al insomnio.

Quise asesinar con mis manos su recuerdo.

Ella era la luz de la antorcha encendida en el invierno tardío, era

la nieve que el calor volvió incorpórea y volátil, era el brillo que nace en el rabillo morado del ojo que espía de cerca a la desdicha, era las alas de la mosca que se juraba hembra por tener el abdomen café y un par de secretos oscuros guardados dentro de un frasco.

Era el impulso y la indiferencia, era un instinto suicida y un par de plumas flotando sobre el agua, era el cabello negro que caía sobre su hombro derecho y un susurro lejano llegando a oídos de Elisa, era una copa de cicuta bebida de fondo para calmar los nervios.

Del recuerdo, sólo las heridas quedan. Heridas como mártires acrónicos llegando tarde a la resurrección, el mismo despunte del alba comiéndonos los ojos desde distintas páginas, el mismo libro mal escrito en que vertimos desperdicios y gusanos asqueados que se retorcían, exangües, en su propio vómito amarillo. Amarillo, siempre amarillo; el puto amarillo manchándolo todo, asomándose detrás de cada cornisa, sugiriéndose a sí mismo entre luces y reflejos. El puto amarillo que escarba entre huesos ya secos, que se pega la boca y produce arcadas, que huele a decadencia e incertidumbre.

Ella era la copa de los árboles lanzando luciérnagas amarillas por el bosque, era el último pensamiento cálido antes de caer en la locura.

 

 

 

Recuento de un segundo origen

El deseo de siete muertes decantado en oración.

Hablo de la soledad de las palomas desde un pasado confuso, donde seis manos, entumecidas por el frío, tiraban de una cuerda para romper la noche. Era sólo una venganza inocente contra aquellos que rompían el día cada mañana de domingo (domingo asesino, te lo digo a ti, que lo comprendes).

Busco un refugio a tientas.
El signo tras la luna sugería la existencia de un sitio donde la lluvia
humedecía los cuerpos sin mojar el alma.
Quizá se me revelará con el tiempo.
A lo mejor no existe ese lugar.

Hablo de los sentidos que se desvanecen con el pasar de los años, que se fusionan con la resignación de quien perfora su oído para escuchar al menos en blanco y negro.

“El bolígrafo de Schördinger”, pienso,

mientras la escritura se entrecorta y las palomas vuelan y me ululan al oído que no están solas, que ellas se burlan de mi soledad desde la cuerda del campanario.

Yo no lloro hacia afuera para que no se me corra el rímel, lo hago hacia adentro, luego comprendo por qué mi alma nunca está seca.

Dudo si abrir el bolígrafo, porque quizá entonces estaré segura que ya está vacío.

(No lo estaba, quizás también se mofa pensando que la vacía soy yo).

No estoy segura de cuál reflejo es el mío o de si soy yo quien hace gestos de duda desde el otro lado.

Una contemplación perpetua de hechos no siempre constantes.

Quizá la existencia no es circular, si lo fuera parecería plana, como la tierra vista desde aquí.

La existencia es cuadrada, por eso tiene esquinas donde la única salida es dar vuelta hacia la izquierda, siempre hacia la izquierda, hasta volver al origen.

¿Europa luce igual desde aquel lado de la luna? Porque desde este, hiere siempre, especialmente en las notas más altas. No descubrimos nosotras el hilo negro, tampoco fue él quien nos descubrió, seguimos al acecho desde las sombras, cazadoras furtivas; de esas que asquean, que fuman puro, pretenciosas, en un sillón individual situado a mitad de la sala de trofeos, donde los rostros vacíos parecen flotar para cubrir las paredes; inertes, ajenos al ajetreo y al dolor, y a la miseria que envuelve la escena, y al vacío en la pared blanca que no cubren ni uno ni mil rostros de miradas oblicuas, albas y ausentes.

El tiempo siempre se divide en tres.

Me retiro de la escena tras bajar el telón, reiterando que las palomas están solas, jodidamente solas, aunque sean todas un conjunto.

 

 

 

Daniel Isaí Mata Velázquez

Amanecer en el sereno[5]

A Kanan

I

La pantera me dijo que era un tigre,
un felino de cometas y manchas,
una piel de luceros y cristales.
Y me dijo que debía correr
entre la canícula de la selva
en el bambú opaco de su mirada,
en la libertad de la hoja en verano
y de un horizonte hecho de misterio.

La pantera no sabía que lo era:
estampa ni pintura de pantera,
ni que su piel era de sombra y noche
ni que su mirada la suave aurora
de su fantasía dormida e intacta. 
Y me deliraba que yo era un tigre
y le soñaba que era una pantera
y juntos nos soñábamos creándonos
en las formas felinas del secreto
con figuras leopardas y fieras.

 

II

La noche cobijó con las estrellas
como un negro velo a sus ojos claros;
ojos de cristal, luna de miradas.
Y corrió de la sombra la pantera
en la espesura del bosque nocturno
transformando su piel con las tristezas
hermosas y distantes del crepúsculo.

Huida que se disipa en la distancia
con el rugido de un pelaje oscuro
con su trote de pasos y cenizas
con el pelo hecho de nevisca y escarcha,
con su volar de plumas en praderas.
con la piel de luna buscando el alba.

Y sobre la noche, nosotros éramos
de una fantasía estival y opaca:
como un sopor ajeno y ennegrecido
como una alfombra de maleza y sombra
como los juncos que mecen al río
en su pendular de muda campana.

Ya habrá otro día en que la sangre huirá
de nuestras garras a nuestros colmillos.
Ya habrá otro día en que entre los peñascos
se escuche nuestra voz en un rugido
como un cuerno natural y bélico
en la selva profunda en la que ahora
dormimos con canoros ronroneos.
Démosle lo que le atañe al ahora:
encantos de los senderos oscuros
que están tras los párpados y miradas.

 

III

No sé si fue mi tristeza en el río
de verlo en la orilla de arena y rocas
lo que me hizo mirar sus cicatrices
como flores hechas bajo sus palmas
cuando corrió en el filo del abismo
más allá de un astro tras las montañas.

Y se despertó mirando las mías,
mis cicatrices en calles e hileras,
en mis manchas que forman sembradíos
y campos de lumbre, trigo y amapola.

Y recordé aquella vez que me dijo
tigre en confesiones de epilepsia,
cáncer y depresión diagnosticadas;
que nos hacían pantera y felino
en ese calor de interior morada.

 

IV

Y ahí en el sereno no había espacio
para lo obsceno, ni para lo sucio,
ni para el silencio que habita al pecho
reunido y temeroso en sus latidos,
ni para el cazador con su fusil
ni para sus cárceles de amargura
ni para las tristezas con su capa
en el lento vaivén de nuestras sombras.

Y ahí en el sereno no había ruido
sólo el silencio de nuestros murmullos,
y el roce de la hierba con nuestros cuerpos
y el cantar del río en su quedo arrullo.

Fue entonces cuando nos llegó el albor
de la mañana en su húmedo rocío
y cuando nos vistió la roja luz
de la hojarasca bajo los gorjeos,
y cuando entre modorros jugueteos
nos hicimos imágenes de fuego
en la mañana de candela y sol,
en la cálida aurora del sereno.

Y me deliraba que yo era un tigre
y le soñaba que era una pantera
y juntos nos soñábamos creándonos
en las formas calientes del secreto
con figuras de plumas y lumbreras.

 

 

 

María Ausencia

Dioses

Ojalá que lluevan flores amarillas
que las calles se cubran
las casas se cubran
las selvas y mares se cubran de amarillo
que la muerte homosexual cambie de colores
la muerte sea un gorila triste

fue bueno verte bajo el viernes sin anotaciones
sin planes
como el día que vi ese documental de simios asesinados
y me puse a llorar toda la tarde
de no haberlo visto
quizás no haya escrito este poema 
de no haberte encontrado de casualidad 
en el centro
si de casualidad quisieras no existir
lo agradecería
agradecería a los peces a los rayos
a Buda
Quetzalcóatl.

 

 

 

Palomas en pausa

Aprendí a dibujar pájaros
una noche de mayo
con el calor entre los dedos

Dibujé palomas sin vuelo
palomas detenidas

                        en pausa

sobre el espacio en blanco

No he aprendido demasiado a mi edad
nada conozco de astrología
ni de animales marinos

Desaprendo las calles prohibidas
los escondites para guardar tus manos
para que nadie nos descubra
en nuestro delirio de aves. 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Este texto fue publicado por primera vez en la revista El Gallo Galante.

[2] Estos poemas pertenecen al libro La indefensión y las orquídeas (2017) contenido en la obra Ritual del que se queda. Poesía reunida (UAA, 2020).

[3] Aún no sé cómo reparar la foto en que mi madre llora

y sigue diciendo que no le gusta que los hombres tengamos pelo largo.

[4] Este texto apareció por primera vez en la revista Pirocromo.

[5] Este texto fue publicado por primera vez en la revista Campos de Plumas

 

 

 

 

 

Semblanzas

Maritza González Huitrón. Nacida en Temascalcingo, Estado de México en 1995. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha realizado algunas publicaciones en revistas estudiantiles, y recientemente sus poemas han sido incluidos en la antología Versas y diversas: muestra de poesía lésbica mexicana, publicada recientemente por la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

Moisés Ortega. Es poeta. Nació en Aguascalientes en 1988. Es Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Fue beneficiario del PECDA Aguascalientes 2014-2015 y becario del FONCA, 2015-2016. Es compilador del libro Muestra de poesía regional Los Médanos de la Memoria, (IMAC, 2013) y autor del poemario Autorretrato con seres que vuelan (Ojo de Pez, 2014). Es también compilador de la antología del poeta Luis Aguilar Limpio de sospecha. Antología Boreal, (UANL, 2016). Y autor del libro Ritual del que se queda, poesía reunida (UAA, 2020).

Ivonne Lara. Estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Cuenta con publicaciones en la revista Critonis y Pirocromo; actualmente forma parte del Consejo editorial de esta última. También ha participado en eventos culturales independientes. En el 2020 participó en el CONELL “Migraciones: Multiculturalidad y Descentralización”.

Daniel Isaí Mata Velázquez. Paciente con micosis fungoide y estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ocupó el cargo de editor en la revista Pirocromo de 2020 a 2021. Ha sido publicado en las revistas El Gallo Galante, Los demonios y los días, Pirocromo, Campos de plumas y La historia y sus gusanos. Fue ponente en la tercera edición del Congreso Nacional de Creadores Literarios. Además, obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional al Estudiante Universitario, en la categoría de poesía José Emilio Pacheco. Actualmente es corrector de estilo en el periódico El Heraldo.

María de Montserrat Ramírez Quezada, seudónimo María Ausencia (1990). Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha participado en diversos festivales de poesía algunos como: Festival Internacional de Poesía joven: “Los días que vendrán”, Festival de poesía: “Las cuatrocientas voces”, Encuentro de poetas: “Francisco González León”, Encuentro Internacional “Mujeres Poetas en el País de las Nubes”. Sus poemas se han publicado en diversas antologías como Letras versales de la Universidad de Guanajuato, Viejas brujas II publicado por editorial Aquelarre, Mujeres poetas por la paz 2016 y 2017, Mujer y poeta en los Altos de Jalisco y Versas y diversas. Sus libros son Cóctel Guadalajara, Los gatos no saben amar, Paisaje mexicano con música de fondo y Juan Lu.

Mario Frausto Grande. Nació en San Luis Potosí. Es Licenciado en Letras Hispánicas y Maestro en Investigaciones Sociales y Humanísticas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ganador del concurso Entre Paréntesis (ICA, 2020) en la categoría de poesía y, además, textos suyos han aparecido en los siguientes libros: Antología del Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes (Gobierno de Morelia, 2016); Las avenidas del cielo. Muestrario poético de Aguascalientes y Guanajuato (UAA, 2018); Aguascalientes una ciudad abierta con vocación de puerto (ICA, 2020) y el poema “Habitante de mí mismo”, incluido en la plaquette de poesía de los ganadores del concurso Entre Paréntesis (ICA, 2020). Otros escritos de su autoría han aparecido en la revista Punto en Línea de la UNAM, en Golfa, Círculo de Poesía, Gaceta UDG, Al Margen, entre otras. Radica en Aguascalientes desde hace 20 años.

 

 

 

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