Poesía de Polonia: Anna Świrszczyńska

Presentamos, en versión de Gustavo Osorio de Ita, poemas de Anna Świrszczyńska. Nació en Varsovia en 1909 y falleció en Cracovia, el 30 de septiembre de 1984. En su obra poética aborda temáticas muy variadas, incluidas las referencias autobiográficas a sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial, la maternidad, el cuerpo femenino y la sensualidad. Durante la ocupación nazi de Polonia participó en la Resistencia polaca, colaboró en Varsovia hacia 1944 como enfermera y publicó poemas en revistas clandestinas, donde también trabó amistad con Czesław Miłosz, quien, en conjunto con Leonard Nathan, se han encargado de difundir su obra traducida al inglés.

 

 

 

El más grande amor

Ella tiene sesenta. Está viviendo
el amor más grande de su vida.

Camina mano en mano con su amado,
su cabello flota en el viento.
Su amado le dice:
“Tienes un cabello que son perlas”.

Sus hijos dicen:
“Vieja tonta”.

 

 

Yo y yo misma

Hay momentos
en que siento con más claridad que nunca
que estoy en compañía
de mí misma.
Esto me consuela y tranquiliza,
esto me anima,
justo como mi tridimensional cuerpo
es animado por mi propia y auténtica sombra.

Hay momentos
en que en verdad siento con más claridad que nunca
que estoy en compañía
de mí misma.

Me detengo
en la esquina de una calle para virar a la izquierda
y me pregunto qué pasaría
si mi yo misma caminase hacia la derecha.

Hasta ahora aquello no ha ocurrido
pero eso no responde a mi pregunta.

 

 

Intestino grueso

Mira al espejo. Deja que ambos miremos.
Aquí mi cuerpo desnudo.
Aparentemente te gusta,
Yo no tengo razones para hacerlo.
¿Quién nos unió, a mi y a mi cuerpo?
¿Por qué debo morir
junto con él?
Tengo derecho a saber dónde se traza
la frontera entre nosotros.
Dónde estoy yo, yo, yo misma.

¿En el vientre, estoy en el vientre?¿En los intestinos?
¿En el hueco del sexo?¿En un dedo del pie?
Aparentemente en el cerebro. No consigo verlo.
Saca mi cerebro de mi cráneo. Tengo derecho
a verme a mí misma. No te rías.
Eso es macabro, dices.

No he sido yo quien ha hecho
mi cuerpo.
Visto los trapos usados de mi familia,
un cerebro ajeno, fruto del azar, el cabello
de mi abuela, la nariz
pegada de retazos de otras narices muertas.
¿Qué tengo yo en común con todo eso?
¿Qué tengo en común contigo, a ti que gustas
de mi rodilla, qué es mi rodilla para mí?

Claro
Habría escogido un modelo diferente.

Los voy a dejar a ambos aquí,
a mi rodilla y a ti.
No me tuerzas la boca, voy a dejarte todo mi cuerpo
para que juegues con él.
Y voy a irme.
Aquí no hay sitio para mí,
en esta ciega oscuridad que aguarda
la corrupción.
Voy a despojarme, a correr lejos
de mí misma.
Voy a buscarme
corriendo
como loca
hasta mi último aliento.

Uno debe darse prisa
antes de que llegue la muerte. Pues para entonces
como un perro halado por su cadena
tendré que regresar
a este cuerpo que estridentemente sufre.
Pasar por la última
y más estridente ceremonia del cuerpo.

Derrotada por el cuerpo,
lentamente aniquilada a causa del cuerpo

me volveré falla renal
o la gangrena en el intestino grueso.
Y expiraré en vergüenza.

Y el universo expirará conmigo,
reducido como está
a una falla renal
y a la gangrena del intestino grueso.

 

 

Virginidad

Uno debe ser valiente para vivir a través
de un día. Lo que queda
es nada salvo el placer de la nostalgia –cosa inapreciable.

La nostalgia
purifica como lo hace el vuelo, fortalece como lo hace un esfuerzo,
esculpe el alma
como el trabajo
esculpe el vientre.

Es como un atleta, como un corredor
que nunca dejará
de correr. Y esto
le concede resistencia.

La nostalgia
es alimento para los fuertes.
Es como una ventana
en una alta torre, a través de la cual
sopla el viento de la intensidad.

La nostalgia,
la virginidad de la felicidad.

 

 

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