Poesía peruana: Enrique Sánchez Hernani

Leemos poesía peruana. Leemos algunos textos de Parábola de las ideas impuras de Enrique Sánchez Hernani (Lima, 1953). Fundó con Roger Santiváñez La Sagrada Familia, un grupo de escritores a finales de los años setenta. Publicó libros como Por la bocacalle de la locura (1978), Violencia de sol (1980), Banda del sur (1985), Altagracia (1989), Pena capital (1995), Música para ciegos (2001), Vinilo, 42 poemas del rock’n roll (2006), Quise decir adiós (2011), Cuaderno extranjero (2016) y la antología Catálogo del maestro de obras (2017).

 

 

 

 

 

Madrugada con pájaros

 

Desde la mañana incierta donde cojo tu recuerdo
y lo pongo sobre el tablero áspero de mi mesa
cuando la luz se abre paso con alguna dificultad
casi renga y desamparada
yo te saludo primer pájaro del alba
te hago una venia y reconstruyo tu figura al vuelo
sobre una página inmaculada
para que no te enfermes nunca
para que me cantes siempre muy despacio
cerca del oído del mundo
para que cualquier estruendo se disipe pronto
y solo podamos ver el fulgor de tu plumaje
agitándose entre esas palabras
que hoy se alejan tan precarias:
valor y refugio
                           sanación y beatitud
y que son las que en verdad necesitamos
para que siempre regrese el bullicio
de aquellos que han sanado
con su iluminado candor
con todo su regocijo
ahora y en la hora de tu vuelo definitivo.

 

 

 

 

Chanson de la diosa lírica

 
Yo que solo te beso a ti
en tu boca beso a todas las demás
allí donde arden mil imágenes de mármol
aunque solo se consuma mi corazón
como una hiedra que se ovilla
sobre tu cuerpo
para retener el primer y el último quejido.

En tus labios pienso
y a través de ellos resoplo las tonadas
de las mejores estrofas de amor
que inventaron los maestros
y si bien eternamente las recuerdo
dejo estropearse al tiempo
pues nada sucede
y ya nadie canta igual que antes.

Tuya es la verdadera poesía
que desnuda corre por un campo
entre magnolias de hojalata y fantasmas
tuya es el agua que fluye
y te pertenecen también el ardor
los crepúsculos el infatigable mar
que siempre retorna a mí
después de haberte besado los pies

oh limpia estatua de Calíope.

 

 

 

 

Contemplación de los apetitos

 
Amo tu boca en la que se esconde el pez
que cogiste en el río
convenientemente aderezado
y con la pizca de azúcar
que tu lengua le pone encima.

Amo tus labios que se empapan
con el aliño de las ensaladas
por donde navegan pequeños pimientos
pero también algunas estrellas diminutas
y todo un cortejo de miel de tilo.

Amo tu lengua porque simplemente paladea
los arándanos y su avena
porque busca tenazmente las enzimas
con las que transforma las hortalizas
en una vida provechosa
así se cubra de relucientes lagos de saliva
pues creo que de esa manera luce excitante
para la portada de la revista aquella
donde muy pronto aparecerá
mostrando toda su carne compasiva
y el esplendor de sus papilas.

Amo esos labios que descubren
tus dientes magníficos
incluso cuando me muerdes
aún cuando arrancas trozos de mí
para mejorar tu dieta.

Amo tu boca cuando pronuncia mi nombre
y lo convierte en un exótico menú
apetito carnal de las últimas horas del día
todo en ascuas todo con azufre todo a vapor
sin ninguna nube que enturbie
mi contemplación de la sangre que gotea
desde mi boca hacia la tuya.

Mas no tolero la sevicia con la que aceitas
mi turbio corazón cuando te apetece
lánguida deidad de la furia digestiva
pues insistes en usarme como un bocadillo
en los insípidos convites
donde haces rodar mantel abajo
a todos los seres sometidos a tu canibalismo.

 

 

 

 

Un callado cielo crece en la ventana

 
Miro por la ventana el sol que se arrastra
por los cristales.
Un tulipán se eleva en el aire
intercambiando su peso con el cálamo
de una pluma desordenada.
Un disco titila al caerse sobre el tornamesa
y desajusta tres de sus variaciones armónicas.
Una partícula de polvo se posa
sobre la mesa
y provoca un sismo fugaz aunque muy denso.
Mi taza de café se convierte en el astro
al que orbita una legión de moscas
todas azules e impertinentes.
Una gota de agua se detiene a medio camino
en su cósmico viaje del cielorraso a la tierra.
La niebla luce quieta a la altura de las lámparas
pero se rasga como una mácula de aceite
cuando aquellas explotan.
Un colibrí ha ingresado a la casa.
Un hipocampo lo ve cruzar el espacio
y se santigua
creyendo que es el ser que atrae los milagros.
Una enredadera de madreselvas se marchita
abrazada a una silla.
El acordeón desfallece arruinado en el sofá
y sin mucha culpa se echa aire con el fuelle.
Aún no hace tanto calor
pero las cortinas ya transpiran un bálsamo
que les moja el fundillo a las enfermedades.
El canario arrogante que nos gorjeaba
su historia personal tras sus barrotes
acaba de ser secuestrado por un ovni.
Una fruta emprende vuelo
desde el mármol pálido de la cocina
huyendo del acoso de una orquesta de abejorros.
Hasta el perro permanece en silencio
agobiado por tanto sigilo.
Un globo aerostático planea por mi sala
y arroja papel picado
a los melancólicos muebles que le saludan.
La radio por fin aúlla.
Su sonido hace crujir el armario
donde se guarece el tiempo.
Han pasado solo cinco minutos
y por fin creo haber descubierto
el cortinaje donde se oculta en sus goznes
esa vieja carroza que sigue en pie
llamada eternidad.

 

 

 

 

Almanaque de suicidas

 
En el momento que un tordo se elimina
volcando la corola de la flor
     que sostenía en la garganta
y discretamente se evade de la fila
de los seres vivos
     nos estrangula un poco a todos
con esa brutal ceremonia.

El ave nos compromete con su silencio
con su semblante adusto
con ese gesto inconforme de los que nunca
     tocaron con las manos el firmamento
y nos arroja encima su falta de luz
causada por el revuelo de las cosas perdidas.

Con su mueca impronunciable y trágica
nos embarca unos metros
en el vagón sombrío que jala el propio estornino
hacia el despeñadero final
     al que todos le tememos
nos mete un ala en el escote
y nos aprieta el grito que demora en salir
y también el último silencio.

El tordo nos compromete
     a usar un traje negro para siempre
añadiéndonos a su oscuro linaje
nos unta la cara con su ceniza
y nos obliga a comer los despojos
                   de su postrera cena.

Y si el fenecido vertebrado decide cantar
desde su herida sanguinolenta
     las tazas de café se quiebran
los relojes dan vuelta contra la corriente
y un tenso ulular se escapa
     de lo profundo de la fractura
     de los muros.
Nosotros —de esta manera
                          empezamos también
a morir entre tímidos arpegios.

Todo rueda entonces hacia las sombras
y con su aire fétido
nos dan una ojeada hasta los ángeles caídos.
El universo se contamina y hiede
y lentamente se descompone el día
dentro de las macetas
donde sin ningún remedio se marchitan
     poco a poco las dulces petunias
que prestaban su tintura y aroma
           a nuestros años bisiestos.

Cuando parte el tordo arrastrando tras de sí
los andamios de su pureza
baja el brillo de la luz austral aún al mediodía
se inclinan todos los fanales
y como una figurilla de ónix y basalto
     se nos queda mirando
desde el hoyo más entrañable de la casa.

 

 

 

 

Desaparición del héroe

 
Un animal ciego es una bóveda astral
donde los soplos del sol se ahogan

es un perro que ladra sobre la osamenta
del mundo que ha perdido

el paisaje lleno de pájaros negros
y sondas arruinadas en el vacío estelar.

Un animal ciego es tan fuerte
como el grito de dios

o semejante al estruendo de mil albatros
dispuestos a sucumbir

o afín al olor del jengibre que repta
por un cuerpo virtuoso a punto de arder
en los maderos de su inocencia.

Un animal ciego es el hocico del mundo
apuntando al cielo
cuando pide clemencia

y te recuerda que por algunos
decisivos instantes continúas siendo
el personaje menos heroico
                          de todo el planeta.

 

 

 

 

Doncella en fondo añil

 
Muchacha del levísimo turbante azul
que con tus dedos prodigiosos recompones
y enderezas los cuerpos atenazados
por el garabato del dolor
                                             atiéndeme:
quiero que cien pájaros llenen tu cabeza
que ellos se unan a ciertos artefactos
que en libertad deambulan por la vía láctea
y que se licúe todo allí adentro
para que salgas a la calle echando por la boca
un nuevo universo
                                   único   limpio
donde nunca nazcan las bacterias
donde nada sea opaco
y transparente y muy pura te levantes
como el batir de las alas de un cardenal
a fin de que tu brillo se mantenga incólume
para siempre.

 

 

 

 

 

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