Sobre la poesía de Juan Suárez Proaño

Yordan Arroyo Carvajal piensa Las cosas negadas del poeta ecuatoriano Juan Suárez Proaño (Quito, 1993), libro ganador del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2021. También ha publicado los poemarios Lluvia sobre los columpios (2014), y Hacen falta pájaros (2016). Hace parte de volúmenes antológicos Seis poetas ecuatorianos (México) además de Y lo demás es Silencio Vol. II (España). Actualmente estudia en la Universidad de Salamanca. Yordan Arroyo Carvajal es un poeta e investigador costarricense aspirante a doctor. Máster en “Textos de la antigüedad clásica y su pervivencia”, de la Universidad de Salamanca.

 

 

 

 

NEGAR IMPLICA SOÑAR, PERO TAMBIÉN DESPERTAR: LAS COSAS NEGADAS DE JUAN SUÁREZ, PREMIO NACIONAL PARALELO CERO, 2021

 

Conocí al poeta ecuatoriano Juan Suárez en Salamanca, España; allí, desde 2021, pudimos compartir palabra, silencios y experiencias, dada nuestra fuerte dedicación a los estudios, unas cuántas veces porque así nos pusimos de acuerdo o porque el destino de la cultura nos convocaba sin que nos diéramos cuenta. Además, tuve la oportunidad de conocer lo que Suárez nos presenta en su libro Las cosas negadas no solo leyéndolo, sino también, escuchando las bellas palabras que expresaron sobre él, la poeta Mariángeles Pérez López y el poeta Alfredo Pérez Alencart y escuchando algunos poemas, en voz del propio autor, durante su primera presentación física en Salamanca, 2022.

Según lo que las nubes de mi memoria recuerdan que aquella noche, coincido, totalmente, con Pérez Alencart y Pérez López, en exponer los poemas de este libro como textos que se sumergen en lo más humano del yo y del mundo, lo cual, a mi criterio, implica traer, a luz del lector, lo más bello, pero también lo más trágico, caótico y marginal de la vida. Justamente, sobre este punto, todos los que hemos comentado este poemario de Suárez (Pérez Alencart, Pérez López y Arroyo Carvajal), también coincidimos con el poeta Harold Alva, quien en la contraportada dice: «[…] no es un libro: es un bosque, una casa, “un alfiler en los ojos”».

Sin duda, el poeta Alva acierta en su parecer, de manera muy precisa y metafórica, porque muchos de los textos de este poemario se clavan en el corazón de los ojos hasta provocar escalofríos. Esta es una de las razones que me permitieron titular esta reseña “Negar implicar soñar, pero también despertar”, porque los poemas de Las cosas negadas, tal cual su título, niegan mundos paralelos, para soñar, quizás, con un mundo que solo se puede crear desde la imaginación, desde el encuentro íntimo entre poeta y poesía o poetas (entrar en contacto con las tradiciones) y poesía (como manifestación dialógica de lo animal y de lo humano), pero al negarlos, también despierta. Por eso, el libro está dedicado a su abuelo, que tuvo su primer par de zapatos a los trece años, a su abuela que le leía poemas y a quienes levantaron al poeta Suárez en la calle.

No existe mejor título ni mejores dedicados. Suárez es preciso, pero esa precisión engloba muchos mundos y pareceres. Las cosas negadas (2021) es un encuentro con las experiencias del yo, de Juan Suárez en los campos rurales de Ecuador, poeta nacido en la década de las noventa, joven, pero con gran madurez en el caparazón de su palabra; y de los otros a quienes les han negado la palabra, la voz. Aunque aquí, en su libro, Suárez les brinda un espacio sagrado y eterno para que puedan pronunciarse. Por ende, este es un poemario de compromiso, dolor y esperanza, claro reflejo de lo duro o aconteceres difíciles que le ha correspondido enfrentar a este poeta en el siglo XXI, época llena de crisis, muertes, marginalidad, indiferencia, pero que él, por medio de la poesía, no cae en el desencanto total, al contrario, según mi parecer, crea un espacio desde la mismo otredad, le da vida y lugar a lo que alguna vez en la vida ha sido negado y para ello, hace luz de la oscuridad, tal cual lo refleja el dibujo de la portada: un niño, una rosa y un pájaro o en otros códigos, esperanza, amor y poesía.

Pero quedarme, únicamente, en el siglo XXI, época del poeta Suárez, quien hace de su contexto, poesía, sería una imprecisión de mi parte como lector, pues también, en este libro se escuchan los dolores que vivieron otros seres humanos en el siglo XX, algunos conocidos por Suárez por medio de experiencias familiares, como es el caso de su abuelo (uno de sus dedicados principales) o mediante experiencias que solo permite la poesía, tal es el caso de la voz de César Vallejo, que, según mi criterio, hace eco intertextual en los poemas de este libro.

Por referir y desarrollar un ejemplo, el poema “El pan nuestro” (en Los Heraldos negros, 1918) de Vallejo, se encuentra en indudable diálogo con la parte VII del poema largo “Este es nuestro sitio” (pp. 13-18), inicio de la primera parte del poemario de Suárez. En el poema de Vallejo se encuentran los siguientes versos “Se quisiera tocar todas las puertas / y preguntar por no sé quién; y luego / ver a los pobres, y, llorando quedos, / dar pedacitos de pan fresco a todos.” (vv. 6-9) y “¡El pan nuestro de cada día dánoslo, / Señor…!” (vv. 15-16), a los cuales Suárez, por medio del yo lírico, en su poética de la negación, da respuesta de la siguiente forma: “No amamos el mundo que nos toca / porque fue negado a nosotros / el tiempo de la contemplación. / Pero seguimos devorando los panes duros de la verdad y bebiendo el trago de la pérdida / hasta perder la compostura” (p. 16, el subrayado es propio);[2] “y compartimos el golpe del alba, / aprendemos la postura / en que nos luce mejor la medalla de los últimos, / entrenamos en el dolor / honesto y claro / sin que nadie haga de él catástrofe / o leyenda” (p. 17).

En ambos casos, existe un compromiso humano, lo cual puede ser, a nuestro parecer, que provoque un intertexto consciente o inconsciente. Me quedo más con que esto es una relación dialógico que se produjo de manera consciente, pues tanto en Vallejo como en Suárez existe una preocupación por darle voz a los pobres, a los que lloran o en palabras de Suárez (o más bien dicho, por medio del yo lírico, en el fragmento VII), a los que no aman su mundo porque se lo negaron. No obstante, el discurso bíblico inmerso en la poética de Vallejo, según el ejemplo citado, adquiere otra sintonía estética en la poética de Suárez.[3] La vértebra de su libro es, mayormente, de cuestionamiento, me refiero a todo el libro de este poeta ecuatoriano. Y por eso, su voz delata una condición cruda y que, a juicio del lector, en este caso yo, se puede sentir más cercana a la realidad, al mundo tangible, al día a día; pero esto tiene un fin, no quedarse en el típico y tradicional discurso del miserere, miserere, sino que, a partir de la negación, aceptar a la otredad y mediante esta aceptación brindarle su propio espacio, su sitio y el de los suyos, en otras palabras, el “nuestro”, como lo entona la voz lírica en el título del primer poema.

Se niega un mundo y se acepta otro, en donde las voces se entretejen como colectivo cultural, cuya existencia, aunque haya sido negada, amerita su propio espacio: en la herida, en la llaga, en la oscuridad, en la miseria o en el fango (como me refiero en la nota 3). Esto se observa en las conjugaciones verbales en primera persona plural: “compartimos”, “aprendemos” y “entrenamos” (p. 17). En fin, se adaptan a su mundo, para vivir mejor: “sin que nadie haga de él catástrofe / o leyenda” (p. 17); por eso, buscan y buscan, tal y como se menciona en la parte VIII: “Así seguimos, buscando, en la geografía más feroz, / la ternura” (p. 17). Y nuevamente, la relación dialógica con el poema “El pan nuestro” de Vallejo, se cruza en el camino:

 

Si alguien quiere cruzar nuestra puerta
tendrá que demostrar
que lleva en el lugar del alma una piedra oscura,
un pedernal que se enciende
en el roce de la obstinación.
Tendrá que demostrarnos
            que cree con firmeza
que aún no ha sido inventado en el mundo
aquello que no puede ser soportado (VIII, p. 18, el subrayado inicial es propio)”.

 

En el poema de Vallejo, la voz lírica dice: “Se quisiera tocar todas las puertas / y preguntar por no sé quién”. A nuestro juicio crítico, Suárez, de Sur a Sur de América, parece ser muy consciente de este verso y por eso responde, mediante su voz lírica, por quién deben preguntar: sin duda, por los que sufren y lloran, por los pobres o por los otros, que de valientes tienen mucho, porque todo lo soportan y por eso, sobreviven para contarlo y alentar a quienes creen fallecer en la lucha. Los versos de Suárez dan esperanza, vida, luz e identidad, a estos otros que se subliman en su alma, para que sigan defendiendo su espacio, el nuestro (como dice el poema) su mundo (que por sí mismo representa un espacio, el de la negación, el de ellos), porque, según la propuesta humana y esperanzadora de este libro, aceptando sus cicatrices, sus identidades, sus cosas negadas, la rosa marchita florecerá, hasta adquirir un bello color rojo, en el bosque donde los niños sonríen y corren detrás de los pájaros, un bosque que solo es de ellos y por eso, nadie mejor que el poeta que nace del sufrimiento y sobrevive en el fuego, puede entenderlo:

 

Preferimos la valentía a las razones
            para defender este lugar
            como si alguien
            quisiera disputarlo.
Aquí estamos.
No se nos abrirá otro sitio (p. 18).

 

Vemos, nuevamente, en los versos citados, el inicio de un estrofa, por medio un verbo conjugado en primera persona plural, lo que comprueba nuestra afirmación inicial. Este verbo, tal como su etimología, de pre y ferre esconde un pasado u otro mundo y decide sobre él o sobre el presente, futuro; vida de los privilegiados o vida de los pobres y marginados a quienes les niegan las cosas. Sin duda, cuando la voz lírica expresa “preferimos”, se incluye la voz del poeta Suárez, quien habla por los grupos a quienes, como a él o a su abuelo, les han negado las cosas (esto demuestra, como lo he venido defendiendo, que el título de su libro lleva un perfecto hilo), pero por medio de su poemario, adquieren un valor particular, importancia como humanos y no como monstruos desconocidos. Este libro les da identidad a los otros; no los denigra. Por eso, permite que se apropie de su lugar, de su sitio, de ese espacio que el poeta crea por medio de la palabra.

En los versos citados (p. 18), se habla por una valiente colectividad que lucha por defender el tópos de la otredad, donde hay un mundo distinto al de los privilegiados (mundos que se unen en la precisión del verbo preferir [debo decidirme por A o por B, por quien me decida, en este caso, será mi preferido y, por ende, por quien tengo y asumo un compromiso]), quienes buscan negarles cada vez más cosas, aunque ellos no bajarán la guardia. Por tanto, según mi criterio, con el afán de darle una mayor fuerza retórica, Suárez utiliza un encabalgamiento para iniciar una nueva estrofa por medio del verso “Aquí estamos”, como parte de ese proceso de aceptación (al cual me he venido refiriendo), en donde se buscan amar las heridas, las cicatrices y las lágrimas que solo son parte del mundo de la otredad, donde hay “purísimos hospitales / aromados de tos y vergüenza” (I, p. 13) y en donde el olvido es una de las bases de la casas, pero que al aceptarlo, permite que lo negado tenga su propio lugar e identidad desde la negación, tal y como se dice en uno de los versos del poema “Una forma de la vida”:

 

“No me importa el olvido.
Pero me entristece que la muerte
pueda borrar de mí esta tarde
— bella entre las tumbas amarillas—
en que miro a mi madre llorar ante sus muertos
y contemplo en sus gestos
un leve resumen
de la vida” (p. 26).

 

En pocas palabras, lo que de humano nos dicen los versos anteriores es que la vida de muchos, entre ellos, la de la madre a la que se refiere este poema, y la de todos los muertos a los que les llora, es un resumen del dolor que deben enfrentar muchas personas para sobrevivir, aunque a veces no queda más opción y alternativa que aceptarlo y hacerse amigo de él (del dolor) por medio de la negación de la felicidad eterna y de la justicia. Aunque al menos, durante ciertos días, como se dice en el poema “El jardín”: “[…] uno sospecha conocer la paz / Y parece que basta” (p. 30), y aquí, el uso del verbo parecer tiene una función bastante simbólica, porque en realidad, lo que en este libro se propone es que no basta con conocer la paz, a veces, sino que la vida, principalmente de quienes les negaron y les siguen negando las cosas, está llena de luchas y de trabajo, metáfora perfecta de la hormiga, como sucede en la estrofa final de este mismo poema (“El jardín”):

 

Las hormigas han hecho su país en el jardín.
Y en mis manos
la espada del futuro
              ya no sirve
ni para pelar naranjas.

 

En fin, para que el público lector de esta reseña pueda tener criterio, por su cuenta, del compromiso que los poemas de este libro tienen con la humanidad, principalmente con los habitantes principales del olvido, tal y como se dice en el poema “La tarea” (pp. 65-60), cuyo título nos remite a la tarea que tiene no solo Suárez con su época y con su historia, sino la que todos los artistas deberían tener, se comparte el primer poema largo del libro, que a lectura personal, fue uno de los que más me atrapó y uno de los que más he comentado en estas páginas, debido a un viaje y una narración poética llena de imágenes bellas, tristes y frías, entre el ayer y hoy, escritas desde un silencio, que por sí mismo es palabra o quizás, letras negadas en el abecedario de la historia:

 

 

Este es nuestro sitio

 

I

Fue una madrugada como cualquiera,
prescindible y pacífica sobre las colinas:
llegamos
hartos de tanto buscar el mañana,
hartos de no recibir otra señal
que no fueran los halcones
que venían a llevarse las crías de nuestros perros.
Alguien
desde la umbría celda del frío
susurró en los oídos del sueño
«es aquí, descarga tus valijas».
Y así lo hicimos.
Llegamos
a los rincones amarillos de la ciudad
            para ver como el día ejecutaba a los gorriones,
llegamos a los purísimos hospitales
            aromados de tos y vergüenza
y más tarde a las tabernas
repletas de cuerpos no nacidos
que en silencio andan desde entonces a nuestro lado
           y vamos en silencio con ellos
porque tenemos clara nuestra repartición de lealtad.

 

 

 

II

Y revolotearon
ante los ojos habituados al asombro
las cosas que nos habían sido otorgadas:
hojarascamente llegaron las charlas de las viudas
y las conversaciones de los ciegos con la luz.
Vino la pobre sal buscando su sitio en los riñones,
             los capataces del destino
             a pisotearnos el hígado y la garganta,
los días como una cicatriz ardiente
que nos alcanza cuando estiramos las manos.
Y de los muchos pájaros que la ciudad acoge
              picotearon nuestros pies las palomas,
              siervas de lo común y prescindible.
Eventualmente vino el cuarto sombrío
que se repiensa siempre,
el amor leal en la infidelidad,
el metálico olor
del pisoteado corazón del cielo,
y los mensajes en garabatos que el dios más viejo
nos hacía llegar en el vuelo de las moscas.

 

 

 

III

Desde esa madrugada
tenemos el agua sedosa de la fiebre,
           y para que nunca hagamos reclamos
corre por nuestros dedos los domingos
el agua bendita
que no cura los navajazos ni el fracaso
ni la llaga de saber que de ninguna pobreza
          tenemos la culpa
pero que eso no será impedimento
para que atraviese los huesos de los hijos
y ellos, en justas rabietas, nos hallen culpables.

 

 

 

IV

¿Realmente esperábamos algo más?
Siempre estuvimos al tanto de la ceniza
siempre fuimos grises en las pistas de baile,
              y aun así, ciertas veces, en ciertas callejuelas,
esperamos hallar un rincón generoso
           un paisaje poblado de luz.

 

 

 

V

A quién podríamos preguntar
cómo luce la belleza. Quién podría decirnos
si no estuvimos frente a ella
y la dejamos pasar
porque estábamos ocupados
hablando con las piedras que sueñan con ser tórtolas.
Quién podría hablarnos
si los padres
hace siglos que no contestan.

 

 

 

VI

Tarde supimos que nos sonreía
el diente oscuro de la intemperie
pero ¿cómo podríamos saborear el mundo sin su mordida?
Tarde supimos que el deseo de vivir
nos estalló en los labios como agua hirviendo.
Pero ¿hay alguien a quién le importe nuestros deseos?

 

 

 

VII

No amamos el mundo que nos toca
porque fue negado a nosotros
el tiempo de la contemplación.
Pero seguimos devorando los panes duros de la verdad
y bebiendo el trago de la pérdida
hasta perder la compostura,
           y entonamos canciones propias, místicas canciones
           aprendidas o inventadas en parques,
           y empieza una celebración lamentable, una celebración
insomne,
una celebración a la que no asisten los triunfadores.
No estamos solos.
Somos también estas mujeres
y su murmullo de mutiladas luciérnagas,
estos adolescentes, amados ya
por el musgo, siervos de su coraje;
estos hombres arrastrados por las olas
         de la imperfección y la fe,
estas crías que huyen con bolsas robadas
         en las manos
y compartimos el golpe del alba,
aprendemos la postura
en que nos luce mejor la medalla de los últimos,
entrenamos en el dolor
          honesto y claro
         sin que nadie haga de él catástrofe
          o leyenda.

 

 

 

VIII

A veces nos asomamos a la vida
y parece un carnero
que mastica las hierbas que germinaron
cuando el bosque de la esperanza fue quemado.
A veces,
nuestra sangre
derrite el granizo en las veredas.
Así seguimos,buscando, en la geometría más feroz,
la ternura.
Si alguien quiere cruzar nuestra puerta
tendrá que demostrar
que lleva en el lugar del alma una piedra oscura,
un pedernal que se enciende
con el roce de la obstinación.
Tendrá que demostrarnos
            que cree con firmeza
que aún no ha sido inventado en el mundo
aquello que no puede ser soportado.
Preferimos la valentía a las razones
            para defender este lugar
            como si alguien
            quisiera disputarlo.
Aquí estamos.
No se nos abrirá otro sitio.

 

 

 

NOTAS

[2]          La alegoría polisémica y bíblica del pan, como espejo de la vida, de la verdad o de las respuestas, también se encuentra en el poema “El jardín”: “De nada sirven / el pensamiento, la culpa o el anhelo. / Al final solo importa encontrar / entre el polvo y la ceniza / una corteza de pan / que nos permita disimilar las manos huecas / los huesos huevos, el tórax como vacío globo de fiesta / y decir que no todo fue un derroche de aliento, / una forma lenta e incansable de perder” (p. 31).

[3]          El juego con el discurso bíblico se halla en el poema “El gato”, en donde el yo lírico altera los diez mandamientos para acercarlo a su propuesta estética, la cual busca darle voz a esos otros, que como bien se dice en el poema referido: “conocieron el rocío de la pobreza / y sus manos perduraron en la humillación” (p. 22), que in illo tempore, dan a conocer cómo fue “la primera mañana de este siglo” (p. 23). También, muy al estilo de Vallejo, en el poema “La leyenda del fango”, la voz lírica dice: “¡Ah señor; no habrá diluvio que borre las huellas / que dejamos en el fango entre casa y casa!” (p. 28). Aquí, el fango se convierte en una metáfora de la identidad de los otros, de los pobres, los olvidados, que cada vez son más absorbidos por quienes les han negado cada vez más cosas a lo largo de la historia y por eso, el fango, según la propuesta de este poema es la “[… única prueba de haber estado aquí, / un dibujo a imagen y semejanza / de la taciturna, estancada, pantanosa vida que nos toca]” (p. 29). El fango es una imagen que tiene vida, como vida tienen los muertos que hablan en este libro.

 

 

 

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