Poesía ecuatoriana: Santiago Grijalva

Presentamos una muestra perteneciente a Nos dolerá siempre que sea necesario de Santiago Grijalva (Ibarra, 1992) publicado en Bolivia bajo el sello Llamarada Verde que dirige el poeta Gabriel Chávez Casazola. Santiago Grijalva es psicólogo social comunitario, poeta y editor. Publicó los poemarios La revolución de tus cuerpos (2015), Arreglos para la historia (2017), Los desperdicios del polvo (2018), Cerrar una ciudad (2019), Propositti della belleza (Propósitos de la belleza; Raffaelli Editore, 2020). Está incluido en la Antología de Poesía Española Contemporánea. Y lo demás es silencio Vol. II (2016), Seis poetas ecuatorianos (2018); está incluido en la selección de poetas ecuatorianos “Voices form the center of the world” realizada y traducida por la poeta Margaret Randall. Sus poemas han sido publicados en Revista Aérea Hispano Americana de Poesía, Utopía, Cuando E. P. Thompson se hizo poeta: revista de poesía política, Caravansary. Revista Internacional de poesía, Letras del Ecuador, además de varias revistas digitales en Iberoamérica. Participó como invitado en festivales nacionales e internacionales. Participó como invitado en el Festival Internacional de Poetas Poesía en Paralelo Cero (Ecuador, 2016), Las líneas de su mano (Bogotá,2018), Jauría de palabras (Bolivia, 2019). Actualmente es subdirector del Encuentro de Poetas en Ecuador Poesía en Paralelo Cero.

 

 

 

 

Aquí, la palabra poética es el espacio entre un sol y una lluvia, una pausa luminosa, misteriosa y elocuente. Y es esta palabra la que vibra en los versos del poeta ecuatoriano Santiago Grijalva. Desde la orilla de los lectores podríamos ser como aquel hijo ciego que pregunta ¿Cómo se ve la lluvia por detrás de los faroles?; y la respuesta nos llegará como una cascada de imágenes que arman un camino.

Ese camino está poblado de realidades, en algunos casos inquietantes, como puertas de hospitales, ventanas con polvo, abismos. Sin embargo, también hay valles y la presencia de ruiseñores y petirrojos, y al final hay cenizas que limpian la mirada. Estos versos hablan de lo que nos duele, incluso de lo que es irremediable y, sin embargo, están cobijados por un halo de ternura.

Nos dolerá siempre que sea necesario es una sentencia, la resolución de librar todas las posibles batallas que el destino depare, a sabiendas del riesgo. Es también una esperanza: Si limpiáramos el cielo y dejáramos de escuchar / la herida de la tierra cuarteada, podría ser este un poema de amor.

Paura Rodríguez Leytón

 

 

 

 

DEFENSA DE LO ABSURDO

Defiendo los asuntos del tiempo
el hilo tirado de lado
el pie cojo de mi nostalgia
la causa pérdida de mis derrotas
la piel repleta de moho
en esta vieja revolución de pájaros.

Defiendo esas pequeñas cosas
que desencajan el paisaje
la belleza de un elefante muerto
el buitre y la carroña olvidada
la soledad en la pata izquierda de los leones
la flor arrancada para los floreros de la historia.

Defiendo las cosas absurdas
como el camino en círculo de los falsos laberintos
las casas habitadas por luciérnagas
la luz del mediodía sobre los árboles de la plaza
el croar de los sapos en coro con las libélulas
el optimismo en una despedida
la expectativa de una promesa
las mentiras de la piel
y las arrugas en los ojos de los dioses.

Defiendo cosas que no me incumben:
el gobierno de turno
las revoluciones del mayo francés
la libertad de los animales en los zoológicos
el sueño gatuno de los niños
el olor a humo en los aeropuertos
y las cicatrices.

La defensa sutil de lo absurdo
me convierte en un toro optimista
antes del rodeo
en la yema infértil buscando vida
en el ojo de un ciego que arma su camino
cuando la luz escasea
en el oído sordo de Dios
en el que contempla el mar repleto de barcas
en el que deja de comer
y no reparte sus potajes.

La defensa sutil me devuelve,
en contragolpe, la soledad
y hago de monigote
para tener algo
que me justifique la vida.

 

 

 

LA CAMISETA EN EL CAJÓN DEL PADRE

Podríamos haber corrido con ella tras un toro en pleno vuelo de palomas,
haber sudado con la cara al sol en vientos de enero,
pudimos haberla dejado en un cordel prendida al sol y a la lluvia,
dejarla dispuesta para un nido de pájaros.

Pero no, no decidimos con sensatez ninguna de sus utilidades,
preferimos descoserla, dejarla en el cajón de padre después de su partida,
acumulando polvo, desasiendo el tiempo en el moho de la historia,
dejamos que se pareciera a la anti-camiseta de alguna abundancia,
la dejamos en la higuera para que no se note el fruto de la derrota,
la fuimos agujereando con las lágrimas,
la encogimos para irnos fungiendo de gigantes,
la escondimos entre las manos para llenarnos de rabia en la sangre,
la limpiamos estrictamente todas las mañanas a pesar de los pesares.

Nos fuimos inventando una silueta entre las sombras del encaje,
atreviéndonos al dolor, nos fuimos con uno o cinco recuerdos entre sus cuellos percudidos.

Ahora arrojo la primera piedra contra la luz de mis pupilas,
se me ha quebrado la nostalgia en este acertijo,
en este crucigrama incansable en los significantes,
¿acaso la higuera ha dejado de dar flores blancas?
¿acaso ha dejado de oler a miel en días de lluvia?
O solo fue tu olor, padre, o tu camiseta gastada que me descansa
o solo eres tú, roble sediento, chacal escondido,
el que me habita, como esperando conmiseración
y dejándome carne viva entre mis incisivos
para arrancarme el dolor y verme en el espejo de la ruptura,
como una camiseta gastada por esconder
la herida, de relamerme la pena.

Acaso soy yo el que ha muerto
y tú, padre,
sostienes con intransigencia y rabia
la camiseta con la que salía temprano al patio
para alcanzar a los primeros enojos de Dios,
o para perseguir las libélulas
que me guiaron, en contraluz, a la calma serena
de mis pies, a las venas del toro.

 

 

 

EL ÚLTIMO PEDAZO DE PAN SOBRE LA MESA

Ves, me decía mi padre, mientras espantaba a los ratones
y con un gotero daba medicina a mi hermano,
aquella fiebre fue injusta con los ángeles
no hay que dejar a la suerte las tormentas,
no hay que bajar la espalda al látigo del tiempo y la espera
es mejor echar cerrojo a la puerta y disparar por las ventanas
como cuando la enfermedad ataca a las manos primero.

Es por eso que siempre fui cortando tulipanes a destiempo,
me fui por la amapola restregada en el suelo
solo por ver como la belleza también tiene colores en su derrota.

Mi padre presiona el agujero, la raspadura herrumbrosa
que dejó sin propósito a las hormigas que se despiden en los equipajes,
se van acortando los ritmos, los maderos de este barco
apilando los horizontes en los costados del cristo triste donde me reflejo,
es tiempo de reconocer los carcomas,
las heridas sin cicatrizar en el vientre,
es tiempo de dejar a tu hijo tendido
para recargar la libertad con el sonido de un gotero en la boca de los sobresaltos,
es momento de romperse en el mundo, la mitad equivoca de la fortuna,
yo andaré por aquí, rondando el llanto de mi padre,
disparando piedras a los dioses
a ver si en algún momento cae un pájaro
y me presta sus alas para
empezar a alzar vuelo y
reconocerme en los vientos.

 

 

 

PLEGARIA SOBRE EL OLVIDO

Sobre el camino divago,
rondo e imagino la forma que tiene el olvido:

Acaso es un árbol reseco
que de a poco va desprendiéndose de sus hojas,
quizá tiene la forma del agua
que va goteando y se evapora para ser parte de la ausencia.
En ocasiones puede ser la tierra cuarteada por donde nacen brotes.

De vez en cuando creo que el olvido
puede ser una casa en fiesta donde
los inquilinos empiezan a marcharse de a poco,
o quizá una autopista desierta en mitad de la noche
que juega a poblarse de polvo y luces intermitentes.

Pero también puede parecerse a un pájaro de alas cortas
o a un colibrí que no camina
o a un gato doméstico que vive de lo que cae entre sus zarpas,
un ciervo escondido que solo surge
cuando se escucha el tronar de una escopeta
o un elefante que migra en el verano
para volver en invierno,
también puede ser el cocodrilo y su llanto interminable,
una hiena que ríe cuando pide clemencia.

A menudo el olvido puede ser cosas que guardamos en los bolsillos:
una llave que no abre ninguna cerradura,
unos fósforos húmedos que de nada sirven,
unos trompos con las que nadie juega,
una servilleta sucia que ya no hace falta,
el pañuelo que adorna el lado que le hace falta al pecho,
unas monedas que no pagan, pero brillan.

Quizá el olvido pueda ser sitios:
un cementerio sin epígrafes y desperdicios,
una estatua de arcángel pisando el cuello a la serpiente,
o tan solo la plaza de armas sin bandera
pero con adoquines manchados de sangre.

El olvido puede ser todo aquello que se duele,
se relame las heridas,
todo aquello que no reconoce ni empatiza
ni se conmueve ni abraza ni siquiera un puente,
pero lo andamos buscando en cada esquina,
en cada cerrar de ojos…
creyendo que vendrá de frente
nos enseñará los dientes
y aprenderemos a masticar los recuerdos.

 

 

 

DECLARACIÓN SOBRE EL DOLOR

Dónde vivir,
dónde sentarse a resumir las heridas,
dónde acariciar a los perros abandonados de la piel,
dónde reinventarse,
dónde ser destello de utopía,
dónde caminar sin esperar que los pies se encallen,
dónde confesarán los manantiales su grito de luz,
dónde quedarse para pender del hilo
que no atraviese la aguja de la melancolía.

Dónde quebrarse el alma como un cretino.

 

 

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