El poeta y crítico francés Jean Michel Maulpoix publicó en 2018, bajo el sello de PUF, el libro Les 100 mots de la poésie. Presentamos, en versión de Alí Calderón, la entrada correspondiente a “Alma”. Se lee en la contraportada del libro: “Imposible de reducir a una definición simple, la poesía puede ser aprehendida a partir de una constelación de palabras que la esclarecen en sus distintas aristas; palabras que son la carne misma del poema. Jean Michel Maulpoix convoca verbos que refieren los gestos de un trabajo, otros que describen los movimientos del cuerpo y del pensamiento, nombres que dan cuenta de una experiencia, bosquejan un espacio, objetos o formas (alejandrino, oda) pero también objetos del alma”. El libro de poemas más reconocido de Maulpoix es Une historie de bleu. Es el teórico de poesía más admirado en la Francia de nuestros días. Su libro más reciente, publicado por Mercure de France, es Rue des fleurs. En 2022 recibió el Prix Goncourt por el conjunto de su obra.
ALMA
Si vamos a Platón, el alma es un bloque de cera, más o menos abundante y fino según la nobleza de aquel en quien reside, es ahí donde se imprimen “los objetos que conocemos por los sentidos”. Es el bien más precioso y la parte más íntima del ser, algo así como el órgano mismo de lo espiritual, si el corazón lo fuera de la sensibilidad.
Para Alphonse de Lamartine, la poesía es un “grito del alma” que lo divino arrebata. Oprimida o encantada, el alma es ese lugar del humano donde reside aquello que lo desborda o lo devora. Pero, ante todo, el alma hace un eco y se acompasa con la respiración del mundo. Y es siempre, como pensó Platón, una “impresión” la que la porta.
“Conozco ahora el arte de domador de almas”, escribió Víctor Hugo en un poema en el que evoca su “amor por las cosas aladas”. Y Paul Claudel no deja de ver tampoco en sus alucinadas tintas la obra de un poeta con “vista directa sobre el alma” que prueba una suerte de “contemplación pánica”. Para Charles Baudelaire, no se trata solamente de endulzar las almas sino de arrastrarlas, quizás de liberarlas; y todo poema “no merece su título sino en tanto excita y arrebata el alma”. Es ese su “valor positivo”. Se trata, entonces, mediante la escritura poética, de escapar simbólicamente de la prisión del cuerpo, inmerso en lo real, y de elevarse por encima de las “miasmas mórbidas” para entrar en el proceso del conocimiento idealizado que muestran las “correspondencias”.