Mexicanas (Parte I)

Proponemos la lectura de poetas mexicanas. La primera entrega de esta muestra vuelve a algunas autoras que comenzaron a escribir a finales de los años setenta y principios de los ochenta entre las que se encuentran Isabel Quiñónez, Leticia Herrera Álvarez, Adriana Monroy, Ethel Krauze, Silvia Tomasa Rivera, Verónica Volkow, Blanca Luz Pulido, Kyra Galván, Nelly Keoseyán y Minerva Margarita Villarreal.

 

 

 

 

ISABEL QUIÑÓNEZ

 

 

Me abres

 

Nadie, ni el silencio
me abre
como tú, ni el tiempo.

 

 

 

 

 

LETICIA HERRERA ÁLVAREZ
(1954)

 

De paseo

 

Me lucía
como un zapato nuevo
aunque doliera

 

 

 

 

ADRIANA MONROY
(1954)

 

La ciudad nos enclava, húmeda
como una cripta, densa.
Andando sobre la oscuridad
hemos llegado,
andando la noche
hasta tocarla.
Aquí es donde se inicia el viento
en donde el frío reafirma
la verdad del silencio.
No hay luz,
la claridad no existe.
El sol no es más que un cántaro.
Ya no se puede mirarte.

 

 

 

 

ETHEL KRAUZE
(1954)

 

¿Recuerdas cómo era la lluvia…?

 

¿Recuerdas cómo era la lluvia
cuando aún no nos besábamos?
Era julio
y el moribundo cielo
se rasgaba.
Nos miramos tras la reja
muchas veces,
antes de que el fruto
se abriera.
Nos subimos al puente del aroma
para probar el naranjo
en nuestra sed,
y no saciaba.
No saciaban los hielos
en el vaso
ni el cántaro de vino
ni la miel.
Nos bebíamos el filo
de la lluvia
en la ropa,
en el paraguas,
y el clamor no cesaba.
Recorrimos las calles,
los planetas,
buscando el vértice
del agua.
No lo hallamos.
Intentamos la espuma,
la neblina,
el vidrio de la madrugada,
las fibras del rocío,
la escarcha,
la vibración de la nieve…
Nada.
Ni una gota que calmara
la fiebre.
No hubo otro modo: cerramos los ojos
y dejamos que el beso
nos llamara.

 

 

 

SILVIA TOMASA RIVERA
(1955)

 

Aquí, sobre esta hierva quiero amarte.
Salir desde temprano a corretear el aire.
Allá lejos quedó el rumor
que turba el sentimiento.
No existe alguna ciudad que no recuerde,
ahora somos de este campo
como dos pájaros perdidos
bajo el sereno mirar de la llovizna.

 

 

 

 

VERÓNICA VOLKOW
(1955)

 

La memoria

 

Mientras yo avanzo,
hay otra que sigue mi pie
y copia mis movimientos como una sombra,
una que abre la puerta
por la que ya he salido,
otra que nace
y otra que llora.
Hay un momento en que me estoy enamorando siempre
y en que pierdo el amor,
momento sucesivo:
circulación de una película invariable,
agua cincelada que ya no se derrama.
Otra siempre
calza la huella de mi pie
y otra a su vez hay que calza su huella.
Ciempiés que simultáneo avanza
en todos los instantes
irrigando ruinas y despojos:
viejo ferrocarril de la memoria
que cruzas por un túnel de excavadas madrugadas,
conoces sólo un cielo diluido,
y el gesto, en otro tiempo acto,
repitiendo besos, pasos y murmullos.
Vida gastada ya en vivirla,
termes
que a su paso dejó un termes hueco.

 

 

 

 

KYRA GALVÁN
(1956)

 

La paradoja de Shrödinger

 

El gato de Shrodinger
en cualquier momento está vivo
y en cualquier otro, está muerto.
También puede plantearse:
que está medio vivo y medio muerto
en el mismo instante.
Así es la incertidumbre cuántica,
y para entenderlo está la vejez:
no estás muerto, pero tampoco vivo.

 

 

 

BLANCA LUZ PULIDO
(1956)

 

El fuego

 

Toda la noche vi crecer el fuego
y no pude tocarlo
ni sumarme a su encuentro luminoso.

Toda la noche supe de su danza
de su comercio con el viento
y no quise unirme a su llegada
ni celebrar su magnífico retorno.

El fuego es la renuncia de las cosas
a su aspecto tenaz, a su dibujo.

Toda la noche vi crecer el fuego
y no conocí su voz
ni apuré su llama.

Y aquí estoy
en este paisaje de cenizas.

 

 

 

 

NELLY KEOSEYÁN
(1956)

 

Por tu pasión los mares colmados de silencio estallan
y su violencia reverbera en la roca
en el alma del viento y del pájaro
de la música    del vacío    del alba
y de la cierva que canta y se sacia en un arroyo helado.
Por tu amor, dulce fuego que unifica,
la muerte y la vida se concilian
en la quietud del espíritu.

 

 

 

MINERVA MARGARITA VILLARREAL
(1957)

 

Lesbia comprensiva

 

Ah, este mi Catulo que vaga por las noches,
este mi Catulo amado por todas,
no me hagas más daño
jurándome lo que no será.
Nada podemos contra Quintio, mi esposo,
así que anda,
ve y baja mis medias en las piernas de otras,
que con ellas sí puedes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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