Mario Bojórquez (Los Mochis, 1968) es uno de los autores de obligada referencia en la poesía mexicana. Alí Calderón piensa aquí su poesía con el pretexto de un prólogo a dos libros que serán publicados próximamente en Italia. Bojórquez mereció el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2007 por El deseo postergado, el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2010 por Alteridad y poesía. Antología apócrifa de ensayos sobre la heteronimia en la poesía iberoamericana actual y el Premio Alhambra de Poesía Americana 2012 por El deseo postergado, entre otros.
La poesía de Mario Bojórquez
Mario Bojórquez nació en el noroeste de México en marzo de 1968. Según una vieja tradición azteca consignada por fray Bernardino de Sahagún, un recién nacido desarrolla carácter y cualidades semejantes a las del instante de su alumbramiento. Es 1968 y la revuelta planetaria es un llamamiento a reencantar el mundo, a renovar los valores, a vivir una vida auténtica. 1968 es el año de Street fighting man de los Rolling Stones, Revolution de los Beatles y de la aparición de Creedence Clearwater Revival. El impulso que anima la obra poética y crítica de Mario Bojórquez comparte algo del espíritu de lo anterior. En 2007, ganó el premio de poesía más prestigioso de México. Para entonces tenía diez años escribiendo la mejor y más intensa poesía del país. Su modo de concebir el poema, su dicción explosiva, la claridad de pensamiento que parece disponer sus palabras iba a contracorriente del estilo de época de los años noventa del siglo XX y de la primera década del XXI: estaba, por un lado, la zona poética que iba de la meditación lírica o serenitas al feísmo (el término es de Edgardo Dobry), importado quizá del objetivismo argentino y, por otro, una preoupación extrema por la forma que, o bien se movía en el círculo de una experimentación ya vista o se amparaba en una aparente perfección formal que tenía por modelos a Valéry y a Michaux. Esos textos, por predecibles y estandarizados, por estar escritos casi en serie, fueron llamados por el crítico mexicano Heriberto Yépez, invocando una categoría acuñada por Donald Hall, Mcpoemas. En un panorama tal, la poesía de Mario Bojórquez se significó como una pequeña revolución, un grito de alerta, una palabra inusual: la llamada de atención a volver a un discurso fervoroso, a una poesía que se dijera en voz alta. Poesía fuera de temporada, sin duda. Esta es la singularidad de Mario Bojórquez no sólo en México sino en la lengua española. Un poeta, forzozamente, es una voz disonante en el coro de su tiempo.
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En todos los casos, es milagroso el modo en que se hace un poeta. Es muy probable que Mario Bojórquez, muy niño, haya desarrollado una imaginación distinta al escuchar a su padre leer las historias de Tácito, Suetonio o Julio César. A la fecha mantiene esa fascinación por el mundo de los latinos. La suya fue una infancia de realismo mágico, con una abuela capaz de leer la suerte y entablar comunicación con los difuntos. Su adolescencia y primera juventud, en cambio, estuvieron más próximas al mundo de alucinación de los zutiques con la locura al ritmo del piano de Ernest Cabaner. Fue ayudante de un chamán que por otros oficios tuvo también prestidigitador y conjurador de demonios. En ese tiempo leyó a Rilke, a Borges y se iniciaba en los secretos retóricos de Cicerón. Eran años de caminar por la cornisa con un pie en el abismo. La voluntad de estilo pasa no solo por llevar a acto una memoria polibiográfica sino por hacer patente una historia del cuerpo. La forma es una subjetivación del sujeto.
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Mario Bojórquez nace a la literatura a comienzos de los años noventa. Un reseñista de poesía del influyente Sábado de unomásuno, Sandro Cohen, consigna su Pájaros sueltos como uno de los mejores primeros libros de 1991. Son los años en los que está entregado a la gestión cultural en Tijuana y entra en relación con una de las líneas poéticas más importantes de México, la de Jaime Sabines y Efraín Bartolomé. Son los años en que comienza también su aventura editorial trabajando con autores de primera línea como Rubén Bonifaz Nuño y Eduardo Lizalde. Para 1995, rescata, en una edición artesanal, uno de los libros de culto de la poesía en lengua española: Poesida de Abigael Bohórquez. En 1996, publica un libro que sobresale por su rareza en el conjunto de su obra, Contradanza de pie y de barro, un poemario de carácter conceptual que repite una y otra y otra vez, desde muy diversos ángulos y posibilidades, una sola imagen. Es un libro que está sostenido por la fuerza del estilo. Para entonces, había naturalizado ya, interiorizado, hecho parte de sí, el empleo del heptasílabo como piedra de toque de su dicción. La formación de Bojórquez se había completado. El estilo del poeta es la actividad del sujeto.
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La poesía de Bojórquez comenzó su internacionalización en 2006, cuando dirigió, en Ciudad de México, un festival que tuvo por protagonistas a Ernesto Cardenal, Lêdo Ivo y Raúl Zurita, entre otros. A partir de entonces, ha leído su poesía y publicado en distintos países de Latinoamérica, en España, Francia, Italia, Alemania, Lituania, Estonia, Rumania, Rusia, Grecia, Macedonia, Marruecos, Emiratos Árabes, China, etc. En 2012, recibió el Premio Alhambra de Poesía Americana en España por su libro El deseo postergado, publicado en México por Lumen y en la península por Valparaíso Ediciones. Desde 2014, ha sido director del Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de México, editor de Visor México y Círculo de Poesía Ediciones. Ha tendido así puentes múltiples con diversas literaturas del mundo. Como traductor, ha trabajado exhaustivamente en la obra de Fernando Pessoa al grado de ser uno de sus grandes conocedores en el ámbito hispánico. Ha traducido también al poeta portugués Al Berto, al brasileño Lêdo Ivo, al catalán Antoni Marí, a Rabindranath Tagore y a Omar Khayyám. Ha construido asimismo una antología de poesía catalana actual. El trabajo de Bojórquez como poeta, crítico, traductor, editor y gestor cultural multiplica su presencia hasta haberse convertido en una referencia ineludible de la actual poesía mexicana e hispanoamericana. Carl Jung pensaba que el espacio que ocupa un individuo es directamente proporcional a la expansión y estructura de su conciencia. Esto vale igualmente para un poeta.
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En mi conjetura, la de Bojórquez no es una poesía que construya una visión del mundo. Su trabajo, más bien, está interesado en la conformación y coherencia de una obra. Cada uno de sus libros explora una posibilidad de la poesía, un tono, un método de exposición. Pájaros sueltos (1991) tiene la frescura de toda ópera prima al ser un pequeño laboratorio de procedimientos constructivos. Poemas de estructura y resolución ingeniosa que quizá tengan que ver menos con el epigrama que con Borges o Cortázar. Penélope revisitada (1992) algo tiene del epigrama griego en la urdimbre de su discurso amoroso. Bitácora de viaje de Fórtum Ximénez (1993) es un libro que piensa la historia desde el ojo bueno de Camões. Tiene por hipotexto las Crónicas de Indias y por tema central el descubrimiento de la California. En Los domésticos (1995) apela al poema autobiográfico, en tanto colección de instantes, para reconstruir la historia familiar y entenderse a sí mismo. En Nuevas coplas y cantares del temible bardo Eudomóndaro Higuera alias el Tuerto (1995) comienza a explorar los terrenos de la heteronimia a través del humor y la inventiva popular, teniendo siempre como referencia la poesía burlesca culta del siglo XVII. Contradanza de pie y de barro es un antecedente de la poesía conceptual en México, que vivió su primavera en los primeros años del siglo XXI. Hablar sombras, publicado hasta 2009, es el libro que enlaza la obra de juventud y de madurez. Muestra los procedimientos de la primera poesía y vislumbra ya los temas que serán centrales en su trabajo posterior. Entre 1994 y 2004, Bojórquez experimenta su periodo más fecundo como poeta. Escribe, como parte del mismo impulso espiritual, Diván de Mouraria (1999), acaso su mejor libro, o al menos el más conocido, y El deseo postergado (2008). Son volúmenes de calculada perfección retórica en los que el poeta se revela como un maestro en el trabajo de la forma. En aquel mismo periodo escribió dos libros que se publicarían más tarde: Pretzels (2005) y Y2K (2009). El primero va del diario de viaje al poema postal. Su poética es la del relámpago que cristaliza el instante. El segundo se inscribe de lleno en la galaxia autobiográfica y es ejemplo de un ejercicio de autonarración. Los poemas de este libro tienen otra música, otro ritmo y, por tanto, otro sentido. Eso otro radica en la intención de desarrollar pequeñas anécdotas y ser discursivo. Aunque se percibe un cierto anclaje en el hetpasílabo, se permite también un verso libre al servicio de la naración. En 2009, aparece El cerro de la memoria. Es teatro en verso a caballo entre Lope de Vega o Calderón y los pasos de Lope de Rueda. Es un libro que nos recuerda la importancia de lo popular y la oralidad en su obra. En esta línea, justamente, y en la tradición de la cartonera y la small, independent press, aparece La julianada un ciclo de poemas humillantes, burlescos, devastadores que traen al presente las malévolas risotadas de Quevedo, Góngora, y aún de Salvador Novo. Retratan a personajes de la cultura mexicana y constituyen un hórrido álbum de historia literaria. En 2016 publica Memorial de Ayotzinapa. Un libro que indaga en la memoria histórica, en la memoria traumática de un asesinato de estado. Son textos que lindan con la poesía investigativa en su carácter documental y que son un modo de respuesta a la catástrofe y la barbarie del México contemporáneo. Agudeza, historia, recuperación de la memoria, discurso amoroso, imaginación moral, diario de viaje, experimentación, teatro metafísico, invectiva, poesía popular y autobiografía son algunos de los caminos por los que se ha movido la poesía de Bojórquez en pos de construir una obra con múltiples aristas y posibilidades de lectura. Un poeta es un momento del idioma pero es, ante todo, un proceso, una poética en movimiento, un complejo de significados, ritmos, procedimientos, actividades y contexto del sujeto. Todo ello integra lo que se conoce como firma poética.
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La obra de todo poeta que se considere fuerte suscita preguntas relevantes para otros autores de su tradición. ¿A qué cuestionamientos nos obliga la obra de Bojórquez? En primer término, me parece que su obra es un llamamiento a pensar en la hechura del poema, un cuestionamiento sobre el proceso de composición de la poesía y la vigencia de su construcción retórica. A contracorriente de una poética de la indecidibilidad o indeterminacy, sus poemas se construyen en torno a una idea clara. Pienso, por ejemplo, en los textos de Diván de Mouraria en los que el autor despliega un amplio repertorio de técnicas y procedimientos literarios. El libro es particularmente intenso y fervoroso. Este desbordamiento, sin embargo, más que intuitivo, está plenamente calculado mediante una red de iteraciones sintácticas y fónicas (anáforas, epíforas, complexio) que dan voz, materialidad, a pasiones y sensaciones igualmente intensas. Como ejemplo, léase “Gacela después del amor”. En tanto artífice, el poeta deja poco al azar (este determina la inventio no la dispositio como suele pensarse). Quizá por ello, en 1990, el año en que ganó el Nobel, el propio Octavio Paz hablaba del agotamiento de la estética del cambio y la necesidad que tenían los poetas por volver al conocimiento de los clásicos y, sobre todo, de la retórica. Diván de Mouraria, sin duda, es el libro en que Bojórquez muestra mayor conciencia del lenguaje. Pero estos poemas no son solamente artificio, cascarón sin cuerpo. Creo que el impulso que cruza el libro, y también El deseo postergado, tiene que ver con la poesía como modelo de conciencia. Ese modelo, en este caso, es la imaginación moral. Estos títulos fueron escritos en un momento de terrible crisis económica y política en México. Paz pensaba que la crisis de la vida pública es también una crisis de las conciencias. Casi como en una alegoría del tiempo histórico, Diván de Mouraria y El deseo postergado son libros de dispersión y profunda crisis. Son poemas en los que el sujeto está quebrado, fragmentado, escindido y aspira a recuperar la unidad. Se trata de un ciclo poético que, en mi conjetura, tiene la estructura de una confesión. En Diván de Mouraria hay la identificación y reconocimiento de oscuras pasiones a la vez que una muy disfórica configuración de sí. Es algo parecido al acto de contrición del catolicismo. “Casida de la indolencia” y “Casida de la envidia” son momentos clave de esta disposición. En la segunda estancia de este último se lee: “y el deseo postergado, vivo fuego en las manos / se escurrió como el agua”. ¿Deseo de qué? ¿Cuál es la cosa lacaniana en torno a la cual se acumulan palabras? ¿Qué se oculta detrás de imágenes y ritmos? Los poemas de El deseo postergado dan cuenta del momento justo de la confesión en la que el sujeto se funde con su declaración y se asume como imposibilidad y sombra y pulsión que nace y perece en el impulso. Son poemas de respirar el aire enrarecido, de confrontación contra un enemigo invisible que es un muro y que tiene por nombre el mundo. Guerra a muerte contra el superyo. El deseo postergado es un libro de hondo desengaño y amargura. ¿Cómo se vuelve desde ese sitio? ¿Cómo escribir, vivir, desde ese interregno anímico? Hay poemas de gran espectacularidad como “Te llamarás amargo en tus encías” que pareciera pagar una especie de penitencia. La respuesta, me parece, está dada por uno de los versos de “Lava tu cuerpo a la orilla del agua” que dice: “lava tu alma, corrige tu escritura”. Ya Ronsard pensó en su Abregé de l’Art poétique français que: “No quieren alojarse las musas en un alma que no es santa, virtuosa y buena”. Neruda escribió: “hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto”. Y ya que escribir y vivir son una y la misma cosa, Bojórquez pareciera responder a ese verso proponiendo, en un periodo de gran descomposición, el recononocimiento de uno mismo, el pago de las culpas y, finalmente, la impecabilidad como ideal no sólo ético sino de escritura. En nuestro tiempo, escribir poesía es también una política y un vehículo de la imaginación moral.
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Los dos somos señores jóvenes
la juventud desborda por los bolsillos silvertab
Hemos venido al Pont des Arts a despedirnos
entre los intersticios de la madera miro el agua del Sena sin parar un punto
esta cita debió ocurrir hace diez años
desde hoy no serás la mujer a mi lado
falta atravesar la selva de las despedidas
pero no habrá regreso posible
En Saint Germain des Pres
recoges seiscientos francos del suelo
que servirán para unas hamburguesas en el Cluny y tu jersey con los habibis
después vendrá la marcha del boulevard Sebástopol hasta la Gare de l’Est
Somos la imagen de la desdicha
tanta soledad no puede terminar bien
a ti te queda la realidad del sueño
yo sólo vivo el sueño agudo de la realidad
En boulevard Saint Michel entramos a la librería Averroes
pregunto por el poeta Al-Mutamid, rey en Sevilla
pasas los ojos por aquellos signos de extrañeza y piensas que tu casa está donde tu
corazón habita
ahora sientes un cálido afecto por mí
Leo en Ibn Qötaiba:
Esa mujer ha muerto para ti entre jardines y fuentes
Su tristeza es mayor que la belleza del mundo
Ahora la verás caminar ajena entre fiestas y banquetes
Su corazón es la jarra de arcilla
rota por el suelo
Naufragio en Gláphyras
I
Si tu mano delgada, copo de nieve ardiendo
entrara por mi ropa, desenlazara urgente todo artificio y nuevo
fruto fuera mi carne para tu mano y flecha
tu lengua en mi costado
Si tan sólo tus ojos
dijeran barco, anuncio
nube al borde del cielo, sargazo en la marea
volvería en caracol para sonar las playas
que no ves
volvería
como espuma en la orilla
alimento de nácar que se oye sin hablar
Si tu mano, tus ojos
el agua que golpea en el muelle lejano
me tomara mirando como a un tierno molusco
y ya lejos la concha
su pulpa amedrentada en tus dientes saciando
su litigio de espera
Si tus ojos
tu mano
racimo de ciruelos
tensada la correa de mi barca en la dársena
al vaivén de tus horas
para subir a bordo
Si yo fuera tu pulso
la vista que aguzada coloca el horizonte
a tus pies, si yo fuera
en la serena gavia
el de la voz en cuello:
“¡Tierra a la vista, tierra! Hemos llegado, al fin.”
II
Entro en tu cuerpo, acoso de hierba maldecida
lamo previo el deseo, de saberte intocada
de predecir ansioso el néctar de tu cuello.
Soy yo el que te persigue en la profunda fronda
sin ojos y sin manos.
El que se sabe bestia de hirsuta pelambrera
que ácida orina marca su territorio infecto.
Quisiera darte flores y te doy un bramido.
Y tú la delicada
la imperceptible sombra
la esbelta flor de flores que perfuma a su paso
el aire descuidado
¡Qué peligro mis dedos para tu tallo dulce!
Voy abriendo veredas en el boscoso espino
que ha tundido mi cuerpo.
Deja señas mi sangre en las enhiestas púas
mi costado conserva estigmas de su ardor.
Yo soy el que penetra
el que excava, el que muerde
y cómo lo lamento.