Poesía española: Estefanía Soto

Leemos poesía española. Leemos algunos textos de Estefanía Soto (Sevilla, 1989). Estudió Periodismo en la Universidad de Sevilla y Máster en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Ha trabajado en comunicación en varios países de Europa donde ha residido los últimos años, como Alemania, Italia, Bélgica, Francia y España. En 2018 autoeditó Ellas, un libro de poemas y microrrelatos sobre la trata de mujeres que ilustró el artista Adrián Ssegura. Su poesía también está en el libro Inmortales del Valle de Valderredible de Cantabria, editado por Celia Tejada. En 2020 recibe el segundo premio de poesía Elena Martín Vivaldi, de la Fundación Sierra Elvira de Atarfe (Granada). En 2023 publica Cuadernos de Guinea, travesía incompleta bajo el sello de la editorial peruana Santa Rabia Poetry. Trabajo que ha recibido Mención Especial en el I Premio de Ecopoesía Puente del Guadiana, convocado por ACSAL y la Asossiação Casa Álvaro de Campos de Portugal. Muy vinculada al mundo de la cultura, actualmente dirige el programa de radio cultural, Soto y la cultura Ssegura, es actriz de teatro y también ha expuesto sus collages en muestras artísticas.

 

 

 

 

Los domingos me aprietan los zapatos

 

Ahora que el miedo se disfraza de torres altas
a las que se debe abrazar sin desvelar cómo.
Ahora que el silencio son dos perros que callaron
de pronto, en mitad de la noche.
Sin motivo aparente.
Ahora que el dobladillo del corazón se quedó largo
por expectativas que ya rozan el suelo.
Sin llegar a tocarlo.
Ahora que este calor nos aprieta – como los zapatos –,
y no espera al invierno.
Ahora que el atardecer tiene prisa
por encontrar la noche,
ahora que el Sur es más Sur que nunca.
Ahora es cuando la libertad sabe a poco y el futuro
se viste de eterno bochorno para ser siempre verano.

 

 

 

 

Sinsentido

 

Los sentidos están más despiertos que yo misma,
que intento limitarme a escuchar lo mínimo
que me permite
mi conciencia,
lo máximo que pueda tolerar para dormir sin dar
demasiadas vueltas a las vidas que resuelve
mi cabeza.
Una pena porque – cuando despierto – todo sigue igual.

 

 

 

 

 

Porque son solo míos

 

Antes de que llegáramos, ya estaban aquí.
Están en cada rincón.
No sé cómo no puedes verlos.

 

 

 

 

 

Djibloho, ciudad de la paz

 

Trayecto que, imaginé, a la vuelta de la esquina
y me desmentí al ponerme el cinturón.
Dos horas y media.
Al ir ya quería que fuera la vuelta.
Doce de octubre, día de la Hispanidad.
Se independizaron todos mis pesares
que se encontraron en aquel lugar de la paz.
Me dejé el biquini en el baño de la piscina y
aún, todavía, tengo pánico por volver y que no esté.
Lo encontré enseguida y no supe por qué
aquel lagarto seguía haciendo flexiones a la salida.
Comimos buffet occidentalizado, café que no probé
y unas pastas exquisitas que me supieron a la gloria
que me esperaba en la puerta.
No se puede hacer de noche hasta que lleguemos.
Una rama de algún árbol viejo sostiene
aquella rueda desinflada que seguirá allí. África
me hace una trenza con tirones por los baches de tierra.

Jugamos a no movernos y mira dónde estamos.

 

 

Travesía incompleta

 

No nos hemos despedido de este lugar
que nos ha apretado, que nos ha despertado.
No nos hemos despedido de este aroma
que grita libertad y escándalo, fuego y paz.
No nos hemos despedido de las voces
que cantaban que nos quedásemos,
de las instalaciones sin esqueleto,
del llanto esparcido en los armarios.
                                            A r r u g a d o s
No nos hemos puesto la mitad de la ropa
apta para mosquitos hembra y largas travesías.
No ha sido en vano, pero ahora me pregunto
cómo lo hago, cómo reprimo esta valentía
que tuve o tengo, y que al rato hace estrago.

 

 

 

 

Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura. ANTONIO MACHADO

 

 

 

Querida libertad

 

Volví a casa con las manos llenas y
el corazón a medias. Me subí al ático,
y las ventanas encogieron el ombligo.
Nos sincronizamos como lo hacen los gemelos.
                        Preparé la mesa con todos mis elefantes
                        dispuestos a desnudarse conmigo,
                        y escribí a mano lo que tenía en el pecho.
                        Esa presencia que fue humana y es recuerdo.
                        Lo que ahora leéis y fue motivo efímero de fracaso.
Un bochorno para mí misma, y costumbre
para mis pies, que los dejé a un lado.
Doné el peso de los años a un funambulista
que no pasó el periodo de prueba.
Ahora que me he concedido la amistad,
me otorgo la libertad de andar
                                              d e s c a l z a.

 

 

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