Poesía mexicana: Roxana Cortés

Presentamos una muestra poética de Roxana Cortés (Acapulco, 1988). Es licenciada en Filosofía, maestra en Estética y Arte, especialista en Teoría del Arte e Historia del Arte (UNAM). Obtuvo el Premio Nacional Bando Alarconiano (2022), el Premio Estatal de Ensayo Literario Joven (2019) con el libro Retrato de una ola, y el Premio Estatal de Poesía Joven (2018) con el libro Gasóleo. Recibió el primer lugar del concurso Punto de Partida 51 UNAM (2020) y el XV Premio Filosofía y Letras BUAP (2014), ambos en la categoría de Poesía. Ha sido becaria del PECDAG y del Programa de Innovación Artística de Puebla. Actualmente trabaja en su proyecto de investigación doctoral en el marco de su estancia de investigación en la Academia de Florencia, Italia. Recientemente recibió el Premio Municipal de Literatura Acapulco 2023 con el poemario Océano madre.

 

 

 

 

Visita familiar

Hay una belleza triste en el museo biográfico.
Hay un secreto (infantil) que siempre se esfuma.
María Negroni

Escribo porque conozco mis visiones pero no sé de mi infancia. Sé que tu pensamiento iluminado me dibuja hasta ceñirme entre las sombras. Estás tan cerca, habitas el arco de mi cráneo. Cada memoria tuya es sólo tumba que pulveriza mis ojos. ¿Recuerdas, hermana? Ciega, cuando niña jugabas a atrapar peces entre tus dedos. Nunca estuviste sola, y yo nunca acabé de nacer del todo. Hoy te visito para conocerme, saber de la tesitura y el volumen del pasado. Nadie más puede encontrarme porque mi soledad es una noche sola. Abre la puerta, salgamos a buscar el claro en esta tierra. Es tiempo de vivir toda la furia del mundo: ellos arrojaron mi cuerpo en el océano. Abre la puerta, hermana, no temo ahogarme. Hoy me sucede un monstruo constelado en las heridas. El abuelo no está aquí pero de mí come. Nuestro amado nos heredó esta tierra; no la soñamos, estamos aquí, moramos unidas deseando hallar su halo luminoso. Busquemos el lugar más cómodo, su rincón más amable, un espacio menos frío:

Este rostro de Magritte,
negro sobre fondo negro de Rothko
un dibujo sostenido de Picasso
un círculo apenas de Cézzane,
tres estudios de un paisaje
de tan hecho soledad
entre Turner y Matisse.

Olvidemos que siempre hay alguien antes de nosotras: nuestra niñez no tiene dueño, si vamos a ella no acabamos de poseerla nunca. Abre la puerta, es nuestro día de confesión: no del amor sino de todo lo que esconde amor en nuestros ojos. Abre la puerta, mira en mi ojo dentro para evitar que mi cuerpo —lo que se oculta dentro de mi cuerpo— me arroje al mundo como un animal herido.

Es cierto, los niños mienten
pero aquí dejo mis visiones:

Toda infancia es terrible
(y nuestro amor está aquí
para salvarlo todo).

 

 

 

Cartografía del viaje

Tengo una certeza: la redondez del viaje es efímera, llegaré en algún punto a la periferia. Lo que fue del camino, pasará al olvido. Arrastrará sus huellas hacia la geografía de lo oscuro. Esa pequeña esfera repleta de arenilla que simula embarcaciones en naufragio.

Cuando decidí partir, lo bífido de andar con la lengua y en desastre me vino encima como pájaro que picotea hasta el cansancio. Presentí lo sísifo, ¿hacia dónde ir cuando la pesadez de la roca es sólo el mordisqueo de nuestros dientes? En el desierto intuí la demencia de girar contra un designio: «uno existe solo», me repetía. Sin embargo, me encontraba en sequía, lengua sin palabra que desbaratara la nulidad del mundo o enunciara algo salvífico.

Lo árido consumía péndulo al vocabulario:
de barro a soles,

de hombre a nada.

En el páramo supe de mi resquebrajo,
fui mujer ante la doble maldición de la memoria:
el sur y la infancia de esférico declive.

 

 

 

También puedes leer