Presentamos una selección poética del autor mexicano Yéred Martínez (Ciudad de México, 1991). Es licenciado en Psicología y en Letras Latinoamericanas por la Universidad Autónoma del Estado de México. Actualmente cursa estudios de maestría en Estudios Literarios por la misma casa de estudios. También fue egresado del XVIII Diplomado en Creación Literaria Xavier Villaurrutia a cargo del INBAL. Ha participado en diversos talleres de creación literaria y poesía en el Distrito Federal y el Estado de México, como el de Mijail Lamas. Es columnista en la Revista Literaria Monolito. Una muestra de sus poemas se publicaron en Generación XVIII. Antología de escritores mexicanos.
Perder un lobo
Querrás, sobre las cosas que no dejaste,
reconocerte años después,
simular sombras gastadas por la rutina,
podrás incluso escribir sobre ello -hipócrita-
en la temperatura elegíaca de marrones hojas secas,
hacer cripsis entre aquellos deshechos,
aquellos deshechos días de inconsciencia.
No podrás -te lo preguntas- mirar de frente la insuficiencia
de aquella luz enferma,
superar la náusea de este amarillento horizonte
salpicado de sauces derribados.
O desatar, así de simple, el nudo que estruja
tus miembros no más allá de la pesadilla.
No entrarás más a la casa familiar,
donde el aire aprieta con rencor las gargantas,
donde los espejos devuelven miradas rotas,
donde las palabras limpian su molicie,
donde el salario es rapiña;
no remuevas los sellos de las deudas y las confesiones,
ni las contraseñas de tus tics heredados.
Llegarás a tu cuerpo, pequeño y frágil,
como recién salido de una pintura indecisa,
con tu desnudez de triunfo,
con tu viento en el viento todo él su propia hondura,
con tu pensamiento agazapado, alerta de los golpes
cercanos y constantes del martillo y el hacha.
Será posible entonces la insurgencia,
de entre caballerizas olvidadas,
a todo galope hacia un rincón de nadie
perderás un lobo con el invitado inoportuno
de su aullido, no como resurrección,
ni como sueños abismados,
sino como canto, un canto de los muertos.
Yo. S.A. de C.V.
Es sin respiración un papel
el testigo del cómo me llamo y quién soy.
Qué banalidad ser una firma
y no la carne palpitante,
qué idiotez escardar mi anónimo enroque
o fajar las tristezas
más íntimas de mis postales seguidillas.
Qué caos mis pasos,
como perder los nervios de estos ojos
en el albicante gesto de la página excel,
hasta dar las pupilas con los muros
y el iris,
en bermejos arrojos de trazos confiados,
con listas de abonos y adeudos.
Esto es la inminencia de una trama secundaria
cuyo nombre nos exorciza:
difamación de la copia,
la repetición, lo igual,
los formatos y los folios.
Los correos y recordatorios de Recursos Humanos
sobre un hombre artificial que no supo dar la otra mejilla.
Cuántos compendios soy
dentro y fuera de esta edición
que me reclama la forma Quimera
como conjuro y plan de ventas.
Incluso por instantes transfiguro
la fuente indócil de mis propios decretos
en el ocaso de mis fuerzas:
el capital y la inversión
como un sublime más allá
más allá sublime
fuera de toda refutación.
Hoy hubo tres bajas, todas firmadas por mí.
Recorte de personal, trazos y trazas en un papel,
no más. Es curioso. Y triste.
Hasta deseo tornar beligerante mi insignia,
mi prolongación, mi secuencia,
mi cadena y mi herencia.
Mi nombre y el tuyo
son la seña de algo más.
¿Pero no soy, desde la concepción misma,
el odio o la venganza hacia el destino,
la reivindicación de algún fantasma?
¿Cómo estoy escrito?
¿Soy la restauración, el restablecimiento monárquico,
sacerdotal, hierático, el armisticio
o la pura faena de la cópula imposible?
Porque un libro dicta llenar y someter, y más aún:
“Como flechas en las manos del guerrero son los hijos de la juventud.
Dichosos los que llenan su aljaba con esta clase de flechas”.
Por lo tanto soy también los proyectos inacabados y las cuentas,
lo que no,
lo que a las trastiendas de anhelos derrotados buscaron,
(¿los padres de mis padres?)
lo que no,
lo funámbulo,
lo no tenido,
lo no sido así.
Pero lo más hondo, ¿no es peor?
Soy acaso mis hermanos asesinados,
la ternura imposible que jamás comprendí
en los labios maternos de toda una dinástica rama,
las comparecencias y tardanzas de sucesivos ministros
cuyo rostro Padre jamás imaginé.
¿Mamá? ¿Papá?
¿Sintieron lo mismo en la inhóspita cumbre de sus certezas,
en esos momentos cuando decimos me llamo tal,
y de la mano avanzan deseo y ser?
¿En qué cortezas fijaron su historia
para que yo-lacinia
cambiase tanto la escaleta de sus finales?
Somos así los desagües tapados de nuestro lenguaje.
Qué inminente golpe reconocerme un bulto de trajes
en el fondo más imprevisible del armario,
allí donde los libros de texto acumulan su ruina con las cintas vhs
y apolillados juguetes.
Tenernos tísico el recuerdo de los niños ya contrahechos.
Qué apoplejía de las tumbas.
Debí perderme en la paja solitaria del padre
o en un abundante coagulo cuya vergüenza
me hiciese perecer en un baño público del metro.
Yo, Sociedad Anónima de Capital Variable.
Como huella permanente de la promesa forestal,
que ningún incendio ha de llevarse salvo en nómina.
Numeritos en las jaulas contables.
Somos un simple subrayado de los libros.
Desapariciones
Parece alguien que acaba de irse
olvidando por accidente sus llaves
o su paraguas,
a quien somos capaces de dar alcance
y devolverle lo suyo
en la esquina siguiente.
Parece alguien cuya silueta aún
conserva nuestra sala
y que notamos cuando su calor reconfortante
abraza nuestra espalda fría.
Parece alguien en eclipse de vigilia y sueño
dormido a nuestro lado,
hasta el broche del minuto fatal
cuando despierta,
en un frío de sábanas limpias
defraudando así al deseo.
Parece alguien recién soñado
cuya honda distancia nos persigue
por las sombras amenazantes de las esquinas.
Parece alguien que recién bebe
los remansos ignorados del café
en nuestras tazas anodinas.
Como un hermano,
como un reflejo,
como un don ofrecido.
Es el entusiasmo,
es, agarrados de la mano, significado y horizonte,
ese arrodillar la vida sin rendición,
eso que somos cuando las bocas,
vaso fueran para tu sed y ansia,
cuando los pies,
arena fueran para tu andar y hambre,
cuando las voces,
fruto fueran para tu arco y flecha.
Sin embargo desaparecemos todos,
lo desaparecen a uno y ya está.
A punta de pistola.
Con hambre.
Con miedo.
Con anestesias.
Con desencanto.
Y ya no estamos.
Ya no más.
Siglo XXI y guerra
Sobre las ampollas
zumban cerca,
zumban más cerca
los zancudos
de tu oír zumbándote
el necesario aguijonazo.
Otra vez
sin dejar dormir,
que es lo que hacemos,
otra vez.
Como una disculpa
en mal momento,
como un meteorito
en triple cráter,
zumban norte,
zurdo zumban,
suman este oeste;
zen zumbado,
como zigzag,
los niños en los hombres
los hombres en los niños.
Como doble asta bandera
este o este himno en doble filo,
como revolución y monarquía,
como devolución y menarquia
en zumo zurcido de recetas.
La pus sobre una ampolla
de una antigua púa,
cruz de llaves,
zeugmas censurados.
Zumban buitres
lejos
más altos buitres
allá.
Sobre las ampollas
zumban cerca,
zumban más cerca
los zancudos
de tu oír, zumbándose
el necesario aguijonazo
mientras miramos el propio cadáver.
En la autopista del terror
Si me escuchan muero.
Como ellos, como ellos.
Si alzo la voz
se acaba todo.
Como ellos, como ellos.
Si me convencen,
un momento como ellos.
Terminar como ellos.
Si, siniestra lógica,
algún hueco de la red,
cardumen, yo como ellos.
Lobo. Comer o ser comido.
Ellos como yo.
Yo como ellos.
Ambición del ópalo
Un pasado acuático, un reposo claro,
aspiración que esplende sin luz propia,
como el caracol, lastre y casa
en la espalda el abultarse del tiempo
el ópalo desea latir
ya maduro de luz, ya endurecido con fuego
su lustre céreo y graso es sólo hábito,
meditación negra de su condición de Nada,
crujido que arranca de la tierra
sentir y pensamiento
el ópalo desea latir
hasta el trance y la construcción del zigurat,
el remate de la corona o la firma del senado,
un constante batir de gárgola y paloma
en el trazar su constelación petrificada
el ópalo desea decir
decirse Nadie siempre y ser tan todo
espuma envuelta por sus lámina auríferas.
El ópalo no tiene origen,
es lo que muere sin presente.
Los ópalos jamás se poseen porque son la entrega.