Puna
me detengo en el arenal
ha sido un viaje largo
y el camino un témpano
para qué el regreso
el viento notable no será capturado
ni la extensión de la montaña
solo el pedruzco y la aspereza
es inhóspito el escarpado del volcán
tan cerca del glaciar amor mío
cómo he podido soportar esta escarcha en el oído
el tímpano
con sus tambores bramándome en el páramo
cómo he podido
ocultar con mi mano este desierto
y aún este lobo
el arenal es colosal y permanente
nuestras huellas
desaparecen a la primera ventisca
igual que las pisadas del hielero
vivo aquí este frío traslúcido
donde no cabe una pelusa
que cobije la memporia
en la puna hirsuta
un hilván de viculas rojizas y doradas
un hilo de hervíboros nerviosos
recuerda nuestros últimos relámpagos
grietas inaudibles se encubren en la altura
y así minúsculos tulipanes andinos
la puna es un cementerio
y también el fin de un viaje
cruje el glaciar
la tumba de mi amor
en tus ojos helados
Herida de verte
tú pereces
son finos los linos que te envuelven
hojas y pellejos de las biblias
lenguas disecadas por los mares
mares que rezan y regresan
relieves de ángeles adultos
tú pereces
pero esas tallas bullen
unos años más
en el tiempo del tiempo
unos años más
apenas son un paso silente de tus párpados
pero estas tallas cantan
y aún ascienden en silencio
pereces
eres solo tus heridas
y en tus labios entreabiertos
un espejo tallado en un cristal del saladar
una hoja de sal
la escama de la muerte
la talla contiene de la talla el dolor
la luz del taller sobre el discípulo
la huella ceniza y grasa de su mano
las gubias y las yemas astilladas
otra boca entreabierta
tú pereces encarnado
pero aquí te tengo
vívido vivido
vivito
herida de verte
hecho de palo
Convento
naranja suave ilumina
las mejillas de la virgen del carmen
ella no ve el sol desde el convento
pero
copian la huída de la tarde sus mejillas
–naranja o rosa de castilla– que cabe en el cielo
delante del pichincha y aquí en san francisco
la plaza te recuerda
como la mano de la virgen leve
la voz que te llama
te despide