AQUÍ TAMBIÉN LA LUZ ES UN ARMA.
Sobre las Las armas de mi padre de Gustavo Osorio de Ita
Por Mijail Lamas
Cuenta la historia que el poeta griego Estesícoro (Στησίχορος, que quiere decir aquel que es un “maestro del coro”), escribió su famosa «Palinodia», para desdecirse de un poema en el que culpa a la bella Helena por la Guerra de Troya. Se dice que Helena al enterarse de tal agravio lo dejó ciego. Estesícoro, al desdecirse de sus palabras por medio de su poema pudo recuperar la vista e inaugurar este género lírico.
En Las armas de mi padre, del poeta Gustavo Osorio de Ita, la palinodia desea también deshacer lo pasado, en este caso la enfermedad del padre y su posterior deterioro.
No estoy entrando a tu cuarto
Ni removiendo con los ojos
Sombras que se gastaron con los años y se fueron
Quedando retazos sobre las cosas que no dejaste
El shock que produce la enfermedad impacta fuertemente en el sujeto de la enunciación, puesto que con los padecimientos se ven vulnerados aspectos físicos de esta figura moldeada por una masculinidad fuerte, clásicamente hegemónica. De ahí que las armas sean el signo propuesto por el autor, donde el arma puede ser una ruta de escape, por eso pesan menos que el arrepentimiento.
El peso del arma en las manos del hijo es una forma de recordar al padre activo, pero también el arma herrumbrosa es el cuerpo enfermo. El arma es también en este poemario el símbolo propio de la vitalidad e incluso la violencia masculina.
Pasado el frontispicio que comprenden los poemas «Palinodia» y «Un arma rota», el poemario se divide en cuatro apartados. El primero de ellos es «Armas Viejas» donde los mitos clásicos grecolatino contrastan su tiempo mítico y ritual con el tiempo histórico donde se desarrolla el drama personal del sujeto de la enunciación, erigido en una segunda persona que dota a cada poema de una fuerte sensación de intimidad.
En «Telémaco duerme» el yo poético se viste el traje del hijo de Ulises, el joven arquero que sale en busca del padre extraviado. Pero esta vez no son ni cíclopes ni lestrigones los que retrasan la vuelta del padre, sino la enfermedad. Ante la usencia de Ulises a Telémaco no le quedan más que las palabras de su padre, que lo aconsejan de esta forma:
Dijiste que el mar vuelve
Porque extraña mirar desde las montañas
El fin del mundo y el vacío que se crece ante su ausencia
La sangre se retrae y avanza sobre las costas de los sueños
Dijiste que durmiera del lado derecho
También para que pudiera ver hacia la ventana
Desde donde no se puede ver el mar que vuelve
Por su parte «Prometeo» es una alegoría delicadamente urdida, donde lo que parece ser un padecimiento hepático se ilustra con la onerosa presencia de los buitres que vuelven una y otra vez a devorar el hígado del titán encadenado; la enfermedad, cual castigo divino, la sufre quien se atrevió a robar el fuego de una vida llevada al límite.
Miro atrapado tu cuerpo entre cadenas blancas
Y suaves asestados los clavos hechos
De tiempo y la falla hepática por el cáncer
Multiplicándose todas las noches una
Y otra y otra vez las células y Prometeo murmura
Que vio todo esto en las entrañas de un zorzal
El segundo apartado titulado «Armas nuevas» reúne poemas que dan cuenta del espacio hospitalario, donde la terminología médica se intercepta con la lengua del mito poético, tal es el caso de «Medicamentos indicados para hacer que el corazón lata y los músculos se relajen», donde la palabra «Atropina» tensa la madeja de la historia familiar:
La belladona contiene atropina
A mi abuela que fue tantas veces tu madre
El té de belladona que es mujer hermosa
Y mi abuela fue alguna vez hermosa y aquello y la flor
La volvían loca
Cuando digo loca es que la estoy viendo
Deambular por los pasillos de su cabeza
Atizando pequeños incendios con un abanico
Pintado con su propio retrato en el siglo XII
En lo que ahora son las ruinas de un palacio japonés
En «Armas de caza», los poemas abandonan el tiempo mítico del ritual para instalarse en el tiempo lineal de la historia, el cual a su vez se va mezclando con el relato autobiográfico del sujeto de la enunciación lírica, logrando una textura distinta en su versificación, la cual se extiende en largos versículos o en la prosa poética, que da una respiración más condensada, dado la naturaleza narrativa de este apartado.
Revives esta noche la Segunda Guerra Mundial
Que terminó antes de que nacieras
Para hablarme de tu vida
Eres Alemania siempre lista al combate
Abres un frente en el tufo ardiente de África
—Nunca supimos de esas batallas oscuras—
Te repliegas inventando estrategias en tus sueños
Blietzkrieg una noche de febrero
Y los cristales de toda la casa se cimbran
En el apartado final, «Armas en casa» la voz se desprende de los discursos míticos, médicos e historiográficos, para permitir que su expresión se vuelve aún más intima; propia del espacio doméstico, donde el cuerpo del padre se instala al centro como piedra fundacional, «ídolo de madera» o sombra que se desplaza por todo el hogar, donde –y esto me hizo recordar el cuento de Edgar Allan Poe, La caída de la casa Usher– el espacio familiar se derrumbaría ante la posible e inminente pérdida del patriarca.
Por todo eso ahora
—Lo que suena y lo que se ha roto y la sangre y lo que será—
Cuando huele a azufre
Y en silencio se enciende el canto de una vela
Al otro lado de la noche
Toco mi cabello
Miro a los ojos a ese ídolo de madera
Diré entonces tu nombre
Voy a gritar tu nombre
La casa estará cerrada y el viento lejos
Nada ni tu sangre que está en mis ojos irá a parte alguna.
Finalmente, estos son apenas unos cuantos puntos que buscan señalar de qué manera Las armas de mi padre, de Gustavo Osorio de Ita, es uno de los libros más interesantes en el panorama de la poesía mexicana actual: Primero, por su reescritura y actualización de los mitos clásicos. Segundo, su singular versificación cuya forma de encabalgar los versos produce una estado de suspensión en su decir, que tiene que ver directamente con la connotación anímica. En tercer lugar, está la singular enunciación que con cada poema va construyendo de forma fragmentaria un rico monólogo dramático. Y finalmente, la renovación de una temática recurrente en la literatura en lengua castellana: la muerte o el deterioro físico de la figura paterna, que en el libro de Osorio de Ita, se planeta, sin abandonar la mirada amorosa, un desmontaje de la masculinidad hegemónica frente a la enfermedad.