Círculo de Poesía Ediciones publica Una temporada en el infierno

Publicamos esta nueva edición de Una temporada en el infierno de Arthur Rimbaud en la traducción magistral de Marco Antonio Campos, al cumplirse 150 años de su publicación en 1873.

 

 

Nuestra edición incluye además un poema de Campos sobre Rimbaud, Hospital de la concepción, así como un retrato curado por Adalberto García López a partir de una superposición de fragmentos, una carta de la hermana de Rimbaud, Isabelle, entre otros textos que acompañan esta nueva lectura de un clásico de la poesía universal.

Esta edición aparece con motivo del inicio de los trabajos de la Cátedra Internacional de Poesía Marco Antonio Campos, nombre que lleva este espacio académico dedicado a la reflexión sobre la poesía y sus muy diversas posibilidades: la creación, la traducción, el análisis literario, el estudio de sus códigos del género, de sus poéticas y de las distintas tradiciones literarias que integran nuestra memoria polibiográfica. Hemos elegido el nombre de este intelectual mexicano como insignia porque su trabajo como poeta, narrador, traductor, crítico, editor, antólogo, difusor y organizador de encuentros de escritores nos orienta y nos motiva.

 

Podrás adquirirlo en el Stand C15 de la FIL Guadalajara.

 

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UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO

 

Ayer, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde corrían todos los vinos.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
Me armé contra la justicia. Huí.
¡Oh miseria, oh hechiceras, oh odio, a ustedes mi tesoro les confié!
Logré desvanecer de mi espíritu toda la esperanza humana.
A toda alegría, para estrangularla, di el salto sordo de la bestiaferoz.
Llamé a los verdugos para morder, agonizando, la culatade sus fusiles. Invoqué las plagas para ahogarme con la arena, la sangre.
La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango y me sequé con el aire del crimen. Y le jugué buenas trampas a la locura.
Y la primavera me trajo el horrible reír del idiota.
Y ahora, últimamente, encontrándome muy cerca de proferir el último ¡cuac! he pensado buscar la llave del festín antiguo, donde volvería tal vez a tomar apetito.
Esta llave es la caridad. ¡Esta inspiración demuestra que soñé!
“Serás siempre hiena, etcétera…”, exclama el demonio que me coronó de dulces adormideras. “Gana la muerte con todos tus apetitos y tu egoísmo y los pecados capitales”.
Ah, estoy harto: Pero, amado Satán, te conjuro para que me veas con menos irritación, y a la espera de pequeñas infamias retrasadas, a ustedes que aman en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas hojas horribles de mi carnet de condenado.

 

 

 

EL RELÁMPAGO

 

¡El trabajo humano!: es la explosión iluminadora de mi abismo de cuando en cuando.
“Nada es vanidad: ¡A la ciencia, y adelante!” grita el Eclesiastés moderno, es decir, todo el mundo. Y, sin embargo, los cadáveres de los malvados y de los holgazanes caen sobre el corazón de los otros… ¡Ah, rápido! ¡Un poco más rápido! Allá abajo, más allá de la noche, las recompensas futuras, eternas… ¿serán nuestras?
Pero ¿qué puedo hacer? Conozco el trabajo y la ciencia es demasiado lenta. Que la plegaria galopa y la luz gruñe… lo veo bien. Es excesivamente simple y hace demasiado calor; se irán de mí. Conozco mi deber, pero estaría
orgulloso como tantos haciéndolo a un lado.
Malgasté mi vida. ¡Vamos! Finjamos, holguemos. ¡Oh, piedad! Y existiremos divirtiéndonos, soñando amores monstruosos y universos fantásticos, quejándonos y querellando las apariencias del mundo, saltimbanqui, mendigo, artista, bandido –¡cura! En mi lecho de hospital el olor del incienso vuelve poderosamente; guardián de los aromas sacros, confesor, mártir…
Reconozco en todo esto mi sucia educación de infancia. ¡Y bien, qué!… vivir mis veinte años, si los otros viven también sus veinte años… ¡No, no! ¡Ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo parece demasiado ligero para mi orgullo: mi traición al mundo será un suplicio demasiado breve. En el último instante atacaría a derecha, a izquierda…
Entonces, oh pobre y querida alma, ¡la eternidad no estaría perdida para nosotros!

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