OCIOSA
Tuvieron que pasar los años
para que el verso ganara ritmo
pasmo
justicia
memoricé la metáfora
al lavar los trastos
limpiar el excusado
el vómito del perro
la jornada nocturna
intentando bajar la fiebre
a los niños
el ronquido terrible a las tres a. m.
las injustas peleas de los vecinos
el odio a la sopa de letras
el asco de las manos que se deforman
la espalda perdió postura
grabé el paisaje de la ventana
excepto cuando llovía
en cinco años logré leer dos paginas
de Live or die
para soportarme
durante años
fui barril de leche arrinconado
en la espera de que el bebé durmiera
para creer que seguía viva
el problema no fue el arroz quemado
la ropa sucia
el llanto del recién nacido
los juguetes en el piso
fue mi voz
la creencia del poema
en el mal de Sjögren
por memorizar el poema
perdí la cuenta de lo domingos
intenté escribir
a la hora más profana del día
no sabía si era mejor comer
bañarme dormir
o mirarme a los ojos
y es que cuando te desconoces
e intentas recuperarte
el cuerpo se enferma
como el mal de angina
un dolor de pecho irreparable
-sigo reteniendo la metáfora-
nadie soporta a los suicidas
no tardan en santificarlos
la herida nació de los aburridos
los hijos no me quedan
la noche en que me perdí
me repuse en una lagrima.
Pasé de dormir del puente peatonal
a la banqueta
de la cloaca
a la fosa común,
por un boleto
de estacionamiento
para que los gatos
no confundan mi mano esquelética
con un desecho de pollería.
De la nada abro los ojos,
nunca tuve casa propia,
ni un abrazo eterno
en el que me quisiera quedar,
exigía mantenimiento,
amor condicional.
Me abrigué en camas ajenas,
refugios,
nosocomios,
nidos improvisados que simulan
una piel amada.
Mis ojos se confunden con marranos,
y no las pupilas de lucero que describes
en la carta que mandaste con el abogado de oficio.
Mi piel de azufre sirvió como pesticida,
gusano para volverse larva.
Pienso en el poema mientras corto la cebolla
en la menudería,
el cuchillo refleja el esmalte a media uña
muestra de nuestro olvido.
Soy producto
del consumo humano,
me buscan en las esquinas, aparadores,
hotline
en el chat del sexto grado de primaria,
Onlyfans.
Infrahumana,
aprendiz de indigente;
intenté no pincharme
con jeringas usadas,
buscando comida en los callejones;
maniáticos anónimos:
limosna de bondad,
cliente frecuente
en el tianguis de tercera mano.
Mi memoria anhela
los recuerdos de los paracaidistas
en el tiradero municipal,
ver pasar las constelaciones.
La huella del pulgar vendada,
llega al hospital
para que nadie la conozca,
porque nadie me reconoce;
manos atadas
para no pedir la palabra.
Los ojos sirven
para evitarse.
La lluvia aprovecha
para florecer la ira,
la tierra se asquea
del lodo que se pudre.
Los ojos nerviosos
jamás se secan.
No sé dónde estuve, cuando amanecía.
PARVEDAD
Para Lupita, calcetitas rojas
Niego mi existencia,
la posibilidad
de pertenecer en la arena
que cristaliza el litoral,
como el mugido sordo
de la gaviota
a punto de rendirse.
Niego la vida que me habitó
sin raíz,
cuerpo,
ingenuidad,
acta de nacimiento,
huellas sobre la acera.
Nadie concedió mi partida,
no se escuchó el eco de mi nombre,
en el parque, en los columpios,
caudal de sangre,
inmóvil,
corazón renuente
que nunca latió por nadie.
No se aferraron a mi tumba,
nadie me desterró.
Mi cuerpo fue abandonado
en los extremos del Xochiaca
envuelta entre cobijas.
¡Nezahualcóyotl,
mataron a tus hijas!
los carrizos jamás florecieron.
Quise esconderme de Dios
en el mejor rincón de mi infancia:
bajo el lavadero,
donde las arañas
extinguen hormigas,
donde las colillas de cigarro
siempre humean.
Donde nadie nos busca
y los ojos no miran de noche.
Quise esconderme de dios
mientras comía una manzana
y escondía con mi vestido la entrepierna,
pero él asomó su cabeza.
El horizonte se ha convertido
en destino de inmigrantes.
ASTROLABIO
Si las horas tuvieran tentáculos,
definirían el destino de nuestro tiempo,
el ritmo del marcapasos.
La nostalgia es el barco
donde Dios dirige,
nos guía a tierras infecundas.
Estamos perdidos y lo sabemos.
La zozobra es la metralla de nuestra pesadilla,
animal invertebrado.
Si no existieran los sismógrafos,
los rascacielos serían nuestros aliados.
Nunca estuve segura de resistir
el tsunami sobre mis brazos,
pero aguanté la pesadez de la sombra,
el hambre de cada viernes,
la vergüenza de pedir limosna,
la sed en la tormenta.
El mar se mide en ahogados.
Laura Rojas es poeta, narradora, activista y divulgadora de los derechos de niñas, niños y adolescentes con discapacidad. Sus textos han sido publicados en diarios y revistas locales, nacionales e internaciones, en antologías de poetas potosinos como, Poesía San Luis (2010), Palabras libertas (2015) y Antología de Escritoras Potosinas (2023). Ha participado en encuentros de escritores, como Horas de Junio en Sonora, La Vía Letra en Aguascalientes, Festival de letras en San Luis Potosí y Poetas del Mundo Latino, por mencionar algunos. Fue directora de la revista cultural electrónica Ahí va el agua. Recibió la Mención Honorifica en el Premio 20 de noviembre en la categoría de poesía “Manuel José Othón” con su libro Malandra (2013). Mención Honorifica en el premio nacional Dolores Castro 2022 con su libro Mecanismos de Defensa. Es cofundadora del proyecto Lectura Masiva de Escritoras Potosinas. Actualmente es docente en el Centro Universitario de las Artes de la UASLP.