La poesía de Sandra Lorenzano es un compromiso con el querer decir, una escritura que se llena de recuerdos, instantes, preguntas y reconocimientos. ¿Sabemos al decir todo lo que estamos diciendo? ¿Te acuerdas? ¿Quieres comprender lo que guardan las palabras por dentro? ¿Estás mirando desde la ventanilla de un tren, desde una sala de espera o desde el interior de unas cenizas? El viaje poético es una invitación a los abismos de un tiempo que es vida, nuestra vida, porque la mirada se detiene en el instante de la luz, pero la conciencia sentimental se pone después en movimiento hacia el pasado o hacia la imaginación, el testimonio y los legados de la historia, nuestra historia. En la poesía de Sandra Lorenzano el decir es un pensar, un sentimiento que se medita, un ayer que vive, una emoción que interpela sobre los matices del amor y del dolor, sobre las infancias que envejecen y los cuerpos que cambian de piel. Las palabras son la piel de los abismos en la poesía de nuestra poeta.
Luis García Montero
Podrás adquirirlo en el Stand C15 de la FIL Guadalajara.
PIEL
1.
“La piel se renueva totalmente cada cuarenta y ocho días.” ¡Con razón!, pienso. Con razón este desconcierto. Cada cuarenta y ocho días: serpiente abandonándose a sí misma.
2.
Sobre la piel extendida de las bestias dibujaban los caminos.
Imaginaban mares y montañas,
golfos, ríos, selvas.
Pergaminos errantes
guiaban por sí mismos las plumas entintadas.
Barcos y deseos, anhelos de abrazar la tierra toda.
Eran hijos de una memoria
que no hemos aprendido a descifrar.
3.
Punto liminar entre el adentro y el afuera, dicen.
Frontera
aguas turbulentas
no acercarse
no planear cruces imposibles
cada uno en su piel.
4.
La aguja sigue soltando gotas de tinta. Una A redondeada avanza. Podríamos quedarnos ahí mismo. Alto. Abandonar el viaje a mitad de una palabra. En cuarenta y ocho días seré otra. Volveré a sorprenderme ante el espejo. Sólo el tatuaje me hará saber que pude haber estado.
ODESA (FRAGMENTOS)
2.
“Bailando en Odesa”, escribió Ilyá Kamínski[1] y yo lo leo con la devoción con que otros leen cada mañana la Torá.1 Como si allí empezara nuestra historia. Como si allí hubiera nacido también tu isla dulce y sonora. Bailando en Odesa, escribió, para hablar de cuerpos destrozados, de una ciudad perdida, de su infancia de niño sordo en el exilio. Otra vez esas dos caritas tras la ventanilla del tren. Hoy bombardearon un teatro. El poeta escribe en su cuenta de twitter: In addition to air raid sirens, the city has activated church bells. Now, in a time of danger, all denominations, across Odesa toll their bells. Gestos. Como el de Sontag, como el del cellista. Las campanas de la ciudad. Dónde estaba dios se preguntaban los judíos en los campos. Ya sé, hablo de lo sagrado mientras recorro tu cuerpo con mis manos. Yo, que no tengo más dioses que tu abrazo al amanecer, me hinco ante ese sonido de viejos bronces que puebla una ciudad en la que nunca he estado.
3.
Enraizarse en el cuerpo amado. Entretejer el ritmo de las lenguas. Hacer del vacío, encuentro. De la soledad, piernas entrelazadas. Fiesta de las pieles. Yo te digo al oído lo que Cernuda le escribió a su amante mexicano: “El destierro y la muerte / para mí están adonde / no estés tú”
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[1] Ilyá Kamínsky, Bailando en Odesa, traducción de G. A. Chaves, México, Círculo de Poesía-Valparaíso Ediciones México, 2014.