Bajo el auspicio de la importante colección “Vindictas Poetas Latinoamericanas no. 7. Material de Lectura”, UNAM, 2023,* con selección y nota introductoria de la poeta y ensayista mexicana Claudia Posadas,** por primera vez se antologa y difunde en México la obra de Stella Díaz Varín (Chile, 1926- 2006)*** cuya obra, de corte simbolista, existencialista y hermético, no fue valorada en su momento debido al canon imperante. Como dice Posadas, “la poesía de Stella, al igual que gran parte de la poesía latinoamericana de aquel tiempo, abreva en las vanguardias europeas y adquiere visos neorrománticos de los simbolistas y surrealistas franceses, y de los poetas malditos aunque, en el caso de Stella, bajo un universo propio, conformando una poética incluso de corte gnóstico, muy distinta a la de sus contemporáneos, quienes navegaban en una “poesía urbana y lárica”,1 por lo que no fue entendida en su magnitud.”
Perteneciente a la Generación del 50 (conformada por autores como Enrique Lihn, Alejandro Jodorowsky, Nicanor Parra y Pablo Neruda), rebelde y crítica de los órdenes civilizatorios, cercana al grupo surrealista de La Mandrágora (otros discrepantes), comunista y adscrita a la causa de Allende, La Colorina (como se conoce en Chile a las pelirrojas) fue olvidada por el medio literario y por sus compañeros de militancia y sólo recordada por su leyenda. Sin embargo, en retrospectiva, esta obra ha sido releída en primer lugar por la academia feminista chilena y, con el tiempo, por la crítica y los jóvenes poetas de su país, por lo que se revela, como afirma el estudioso y antologador de la poesía chilena, Naín Nómez, citado por Posadas, como la “continuadora creadora de la gran tradición poética de las vanguardias (…) [y] como una precursora fundamental…”.2
Justamente la colección Vindictas Poetas Latinoamericanas busca resituar en la palestra de la literatura de nuestro continente, obras valiosas de autoras que no han sido leídas con justicia, de tal modo que ocupen el lugar de honor que les corresponde. Presentamos una selección de poemas de Stella Díaz Varín, tomados de esta serie.
***
Ven de la luz, hijo
Que te ciegue la luz, hijo.
Ven de la luz;
desde donde la pupila sueña
y vuelve atormentada,
como un escombro vivo,
como especie de flor, como pájaro.
Carbón de víscera terrestre,
así como víscera de árbol.
Deja que se ensañe la luz, hijo,
Desciende como los antiguos ángeles,
como los malos discípulos,
ardiendo en su pasión, desheredados.
Así como las fieras, hijo.
Incomprendidas del río, intocadas
absolutas, tristes.
Ese será el día
—presentimiento que no quise,
tú sabes, los conoces—
que tomaré la forma deseada.
Ojo de estiércol, húmedo;
aprisionaré tu llama,
tu superficie extraceleste
tu mirada de centro obscuro,
tu trigal;
la tibia voluntad de tu piel
me ayudará y seremos.
Nunca antes pudimos.
Yo era como esas pequeñas fuentes secas.
Desciende, hijo, de la luz;
avizora el espacio,
avizora el horizonte.
La curva que deja el corazón de un muerto,
la mano que se esconde,
la mano que nadie quiso acariciar.
Seremos.
Tú y yo venidos
irremisiblemente;
unidos como dos tallos jóvenes aún;
queriendo apenas lo que no se nos dio.
Amando
lo que la luz aconseja:
el vértigo, la hondonada, el silencio,
el color de las piedras;
tantas cosas simples y distintas.
Llegaremos a amar la contextura de Dios
tan difusa;
tan perfecta como tus pequeños ídolos.
La madera de Dios
tan bella y roja
como el corazón de los árboles.
Tan bella y roja
como el corazón del veneno.
Que te ciegue la luz, hijo.
Que te atormente.
Ven de la luz, inúndate;
ten la luz y desmiente la tiniebla.
Ven, hijo, arrodíllate.
Cree en los amaneceres.
En la luz son más bellos los ojos de Dios.
De Tiempo, medida imaginaria (1959).
Corazón anclado
Cómo saber de sí, después de la respuesta.
De todas las respuestas que abarcan el sentido,
cómo es posible entonces el sonido del alba
y la estrella multánime bajo mi cabellera.
¿Podría sustraerse la mirada a la incógnita,
el perfume a la brisa, la paloma al arrullo?
Me dirás que no pienso en emociones profundas,
me dirás lo que digo; que desde los comienzos
del fin, ha sido errante
la maldición del hombre sobre los crucifijos.
¿Crees que lo profundo se halla sólo en la roca?
¿No es profunda la ausencia de una alondra a su nido?
Dímelo tú, que tienes por cristal un océano
y un galeote dormido sobre tus ojos muertos.
El rubí diluido de los mares inciertos,
con su plasma sanguíneo,
con sus brazos nervudos como los de un marinero;
el mar; en su deleite de coger mariposas,
en su entraña de cripta de ignoradas noctílucas,
con su terrible espasmo de asesino despierto,
con sus manos de cómplice, porque ¿acaso no crees
que la tierra le envía las almas secuestradas?
Hordas de golondrinas atadas de las alas
para el deleite mágico de sus mil torbellinos,
tristes eunucos muertos para sus bacanales;
para ellos en las verdes orgías de los mares
está escrito el comienzo, y es el fin un misterio.
Tuve una vez un barco, galeote pirata,
sus mástiles, bordados de inválidas gaviotas
tatuajes de los tiempos, del destino, del aire,
era el ancla, mi grande corazón de luciérnaga,
y el galeote anclado —mi vida en mar afuera—,
se hundió junto a mis playas como yo solitarias
con sus tatuajes blancos.
Lentas fueron volándose todas las gaviotas,
sólo quedó una pluma dormitando en el mástil.
Y era el venero oscuro de su cuerpo, una duda,
y era corcel de abejas cautivadas y tristes,
y era una sola nota sobre su campo de algas,
y era el tálamo frío de mis noches inciertas.
Era un corcel de espuma deambulando inconsciente,
así inconscientemente como se duerme un niño.
Me dirás lo que digo. De tu ironía, siempre
retendré su sonido que se esconde en la tierra:
—que el morir corresponde y el vivir desintegra—
Pero si yo dijera de hoy en adelante
de mis viajes fantasmas en mi barco pirata,
y en mi vieja bitácora de marinero rubio,
atrapara tu estrella rutilante de sales,
duradera en tus sienes, gemebunda en mis labios
no me dirías nada, pirata en tierra firme,
yo sí, diría mucho de tus viajes de invierno.
De Razón de mi ser (1949).
Albedrío
Yo soy la vigilia,
Ustedes
Son los hombres castigados,
Los labradores
De gestos oblicuos
Que al engendrar falsos surcos
La semilla huyó despavorida.
Ahora respóndanme
Con una mano enguantada
A flor de corazón.
Cuál es la fecha exacta
Entre Aldebarán y Andrómeda.
El día en que los cuervos
Cosechen lo suyo
Entre las más grandes estampidas
De todos los tiempos. Amén.
De Los dones previsibles (1992).
La palabra
Una sola será mi lucha
y mi triunfo;
encontrar la palabra escondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia.
Debes recordar
dónde la guardaste
Debiste pronunciarla siquiera una vez...
Ya la habría encontrado
pero tienes razón ése era el pacto.
Mira cómo está mi casa, desarmada.
Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi huerto, forado permanente
y mis libros como mi huerto,
Hojeado hasta el deshilache
sin dar con la palabra.
Se termina la búsqueda y el tiempo.
Vencida y condenada
por no hallar la palabra que escondiste.
De Los dones previsibles.
NOTAS
* Stella Díaz Varín. Material de Lectura núm. 7, col. Vindictas Poetas Latinoamericanas, Claudia Posadas, selección y nota, México, UNAM, Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, 2023, pp. 48.
* * Claudia Posadas. Ha publicado La memoria blanca de los muros (1997), Liber Scivias (2010), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2009, reeditado por la UNAM (2016), y la antología de la poeta chilena Carmen Berenguer. Plaza tomada. Poesía, 1983-2020 (UANL, 2021), selección y prólogo suyo. Ensayos y entrevistas de su autoría con autores hispanoamericanos han sido incluidos
en compendios en México y España. Fue becaria de diversos programas del FONCA, hoy SACPC, entre ellos el de Intercambio de Residencias Artísticas para Chile (2008), y ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores, 2011 y 2016.
*** Stella Díaz Varín (La Serena, Chile, 1926- Santiago de Chile, 2006). En 1947 llega a la capital santiaguiña, donde se integró a los círculos culturales de la época y trabajó en diarios de su país como El Siglo, Extra, La Opinión y La Hora. Publicó los libros de poesía Razón de mi ser (1949); Sinfonía del hombre fósil (1953); Tiempo, medida imaginaria (1959); La arenera (tríptico autoeditado, 1987) y Los dones previsibles (1992), que le valiera el Premio Pedro de Oña en 1986 y posteriormente, el Premio Mejores Obras Literarias Publicadas del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, 1993. En 1994 se publica la única antología de su obra editada fuera de Chile, hasta ahora, Stella Díaz Varín: Poesías (Cuba, Arte y Literatura). En 2011, la editorial Cuarto Propio recopila su poesía bajo el título de Obra reunida.
Andrés Morales, en Rosa Alcayaga, “Stella Díaz Varín: desobediencia en versos”, Chile, Universidad de Playa Ancha, http://www.letras.mysite.com/ralc140819.html Poesía lárica o de los lares, es una corriente fundamental en la poética chilena. Proviene del término “lar”, hogar, ya que ahonda en las raíces y la aldea primordial a donde pertenece el poeta. Su representante es Jorge Teillier, por cierto, gran amigo de Stella y de los pocos escritores que la apoyara literariamente. (Nota de la antologadora.)
Naín Nómez, Antología crítica de la poesía chilena. Tomo IV. Modernidad, marginalidad y fragmentación urbana (1953-1973), Santiago, lom, 2006, p. 290.