Poesía cubana: Jorge Ángel Hernández

Leemos poema de Jorge Ángel Hernández (Vueltas, Villa Clara, Cuba, 1961) Poeta, narrador, ensayista, sociólogo, crítico literario y editor. Reside en La Habana, Cuba.

 

Además de varias novelas, libros de cuentos y ensayos críticos y de teoría cultural y sociopolítica, ha publicado los poemarios​​ Sobre un pony de corcho, 1985,​​ Las Islas, 1987;​​ Relaciones de Osaida, 1990;​​ Paisajes y leyendas, Ed. Capiro, 1991 (para niños y jóvenes);​​ Las etapas del odio, Ed. Capiro, 2000;​​ El peligro del viaje, Edic. Luminarias, 2001;​​ Ojos de gato negro, Ed. Capiro, 2006;​​ Criaturas finitas y contables, Unión, 2006,​​ Según dicen los partes, McPherson 2020. En esta selección se incluyen poemas de​​ Según dicen los partes​​ y el libro inédito​​ El dueño de las nubes.

 

 

 

 

Según dicen los partes

 

Tendremos lluvia según dicen los partes

Y vendrán las goteras a cebarse

a hacerte trabajar

a obligarte a acarrear cubos y cubos.

La hermosa lluvia tendrá rostro de malo

y maldición de pobres y malos

muy malos pensamientos.

Acarrearé cubos y cubos junto a ti.

Empujaré las aguas junto a ti.

Devolveré, siempre junto a ti, la humedad al tragante.

Después, cuando renazca del cansancio,

me sentaré a dibujar en la pantalla,

a soñar con un viaje de ignotas capitales.

Poemas húmedos que inventan el bregar de mis manos

y a sí mismos se inventan

como dibujos que la pantalla compone y descompone.

Me sentaré a pensar en musarañas que retengan

las presentidas capitales, mejores profecías

y las doradas manzanas de un nuevo Paraíso.

 

 

 

El turno del ofensivo, o​​ 

La poesía me cae más mal que roque dalton

 

Fuimos en grupo a la Taberna U Fleku,

a la taberna U Fleku que nunca visitamos.

Poetas impetuosos que enseñábamos cómo

a la vuelta del hambre lograríamos​​ 

el país sin sus jarcias y el mundo en su vendimia.

Fuimos en grupo a la Taberna U Fleku,

construida por Roque en nuestro oráculo.

 

Chachareos. Tira-encojes. Utopías.

Forcejeos y favores siempre ocultos.

 

Cuando bebes, las ideas se derraman

y el Universo es un pálpito mutante

que de una mano en otra reacomodas.

Las ideas, cuando bebes, dilapidan su esencia,

malbaratan su médula espinal.

 

Fuimos a la taberna a derrochar asertos,

seguros de que nunca tendríamos otra edad

y otros destinos. En la taberna U Fleku

o en la cervecería del barrio, solíamos reencontrarnos.

Sin ver las muertes de nadie en el futuro lerdo.

Sin descontar siquiera a un comensal.

 

 

 

Sustancia en sí

 

La sustancia que nombro no es tu sombra

aunque te siga a contraluz como un planeta.

No es umbra la sustancia que viaja a la penumbra

y bosqueja el andar de tu silueta

aunque refracte y simule en cada línea.

 

La sustancia que nombro no es tu lumbre

apareada a mi cuerpo y mis manías

aunque ilumine en las mañanas tristes

y arroje al mar sus adivinaciones.

No es relámpago ebrio la sustancia

que he bebido en tus márgenes de lumbre

aunque renazca relámpago en mi júbilo.

 

La sustancia que nombro no es sustancia

ni nombre en sí que Kant pudiera asir

aunque se precie en cuotas y docencias

y se almacene al fin en tus erarios.

 

 

 

Y más olvido

 

He olvidado ese nombre que mis manos tuvieron una vez

y he buscado entre apuntes y nostalgias

las huellas, los registros, los malos pasos

que lanzaban al cesto diplomas, ceremonias y sueldos.

Olvidé un nombre, o dos, o diez

cuando nombraba en anáforas e intiempos.

Si hubo versos de amor y de conquista

descargas de ansiedad y contorsiones,

no lo recuerdo a ciencia cierta,

aunque posible es que algunas abundaran.

Olvidé nombres de muertos que en vida protegieron

mi infantil antojo de rebelde adulto.

Olvidé el rostro perverso del presente

y el salvador anverso del pasado.​​ 

Solo esperaba la luz de un vaticinio.

 

Una vez

​​   y otra​​ 

busco en la memoria el nombre

que mis manos palparon como a un premio.

Pero sus letras se resisten.

Y se resisten las sílabas

a hallar el peso específico

de la sustancia voraz de lo vivido.

 

Recuerdo anécdotas leídas,

historias tantas de filmes y relatos,

pero no el nombre vivido y su avatar,

no la persona que escoraba en mí.

 

La trascendencia es un mito que llevamos

en el raído bolsillo del menudo.

La entregamos en compras de ocasión,

para aliviar el bulto, para evitar el conteo

de esas monedas pequeñas, manoseadas,

que apenas compran olvido y más olvido.

 

 

 

Aventuras cardinales

 

Cuando fuimos al Norte

los insultos fluyeron como címbalos

y el rencor se deshizo en amenazas.

De un hachazo cortaron el pasado

y abrieron como bandas de cerdos el futuro.

 

Cuando bajamos al Sur

la confusión ancestral realimentó la sombra.

Y el pregonar de los versos y el ulular del acertijo

y la promesa y el pacto acometido

fue un ridículo a punto de explotar.

 

Cuando buscamos el sol allá en el Este

hubo cofres ocultos y esquilmados

a la sed y la sangre de los mapas.

Las pancartas sabían a soledad

o a cicuta que lerda se hipoteca.

 

Cuando volvimos cansados al Oeste

la noria había girado. Culpas, cadalsos y oropeles

desangraban la fuerza del deshielo.

El ocaso era nuevo y siempre el mismo

aunque andábamos solos, investidos y hediondos.

 

 

 

20 años después

 

Barreras que triste imaginaba al verte

no existían en verdad.

Lo revelan tus ojos

y tus frases

colmadas de alusiones

como nuevas barreras

que renacen al pie de cada encuentro.

 

 

 

Cabalgadura y ser

 

Qué escándalos me nutren si cabalgo

tu piel de negra pantera inconquistable.

Qué savias me contienen cuando espío

el ulular de tus fauces

que devoran mi sed de un solo golpe.

Qué miedos se estremecen y fugan

al caudal infinito de tu vientre.

No sé contarlos. No sé​​ 

listar sus nombres y actitudes.

Anidan sus regresos,

consultados o no, da igual el saldo,

si aparece ese vientre de pantera,

ese caudal que nutre y que devora,

ese escándalo cabalgadura del ser y los ungidos.

 

 

 

No levantes un muro

 

No levantes un muro donde puede existir una explanada,

un parque, un sendero

que la hierba amenaza y reedifica.

No levantes un muro que te guarde del lobo emprendedor

que depreda y malgasta

tu peculio sudado en madrugadas arduas.

Cualquier muro es espanto,

protección de usureros, mercenarios

que aplastan con sus botas de gloria la canción.

No levantes un muro donde puede haber sitio para el tiempo

de cantar en tu voz, solo en tu voz

como un parque infinito, un sendero sin poda,

una explanada que fulmina el embate de los muros.

 

 

 

Boomerang y horizonte

 

Un boomerang que recorre el horizonte

a paso de gaviota en la espesura.

Es una imagen que puebla el infinito y va dejando

restos de su propio vacío inesperado.

Sé que era un boomerang porque su cola brillante relucía

entre estelas sutiles de cometas, y lo usaban

como un búnker enorme, inexpugnable.

Había paseantes oteando a la distancia,

descifrando el camino de sus huellas,

sus señales austeras de infinito,

o de vacío estructural, si le arrancamos su magia y su disturbio.

Lo he visto encabritarse

y cabalgar después sobre presagios de lluvia y de tormenta.

Sé que era un boomerang y lo suscribo,

sin piedad o temores,

como si igual me diera su perfecto horizonte,

su vuelo irremediable y terco.

Un boomerang, en fin, que traza en la espesura

sus deudas y secretos.

 

 

 

Como nocturnos de chopin

 

Hoy los poetas florecen –es verdad–

como falsos nocturnos de Chopin.

En superpoblación desesperada y sin control reproductivo

crecen por días o minutos

entre golpes de pecho y narcisismo light.

Más que las plagas y las nueces,

o los insectos que sueñan despertar como Gregorio Samsa,

con identidad de Registro y soberanos derechos ciudadanos,

fumigan sin cesar los espacios de lectura.

Golpes de pecho que van / quejas que vienen.

Los poetas florecen en las jarcias inmundas del asfalto

o en las pistas inmensas de Internet.

En democracia total o,

lo que es igual, aunque tal vez no sea lo mismo,

en una orgía interminable de estulticia.

 

 

 

 

 

Esta muestra es una colaboración​​ bajo la curaduría de Karel Leyva Ferrer 

 

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