Poesía panhispánica: Karmelo Iribarren

La poesía panhispánica conjetura en torno a la legibilidad de una época. Lo hace de un modo fragmentario, consecuencia de entender el presente poético como un ensamble de muy diversas constelaciones intelectuales, de distintas maneras de leer y escribir poesía. Conjetura sobre la forma en que estas constelaciones se superponen, se intersectan e interactúan. Poesía panhispánica: paisaje de detalles, un montaje de escombros. Es en esta lógica que proponemos la lectura de algunos autores no solo visibles sino muy significativos para nuestro tiempo. Leemos aquí textos del poeta español Karmelo Iribarren (1959). Ha merecido premios como el Internacional de Poesía Ciudad de Melilla o, en 2023, el Internacional de Poesía Hermanos Argensola. Iribarren es uno de los poetas españoles más leídos actualmente. En 2022, Visor Libros publicó su Poesía completa (1993-2019).

 

 

 

 

 

 

 

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En la poesía de Karmelo Iribarren (Donosti, 1959) todo está bañado por la luz de la desilusión, incluso el deseo. En su obra, la ironía no es un procedimiento retórico sino una constante del espíritu. Hay en sus poemas-epigramas un lenguaje depurado, simple, sin adorno ni fuegos artificiales retóricos. Pero eso sí, hay oficio. El poeta se siente cómodo en la ironía y el símil. Encontramos a lo largo de su obra una cierta crudeza, un silencioso tremendismo. Eso desencarnado es la pérdida de la fe en casi todo, es el desengaño del mundo. Y quizás también la falta de confianza en el lenguaje. Karmelo Iribarren no es un poeta del lugar común sino del sentido común. Es el poeta perfecto para una época tan poco heroica como esta (Zagajewski​​ dixit). Diría Iribarren: lo heroico es sobrevivir. Por eso sus poemas, tocados por la imaginación moral, al modo de un Gracián moderno, proponen una fórmula de supervivencia: no perseguir el vulgar aquí y ahora sino habitar un modesto y muy realista, pequeño, aquí y ahora. Tres cucharadas de​​ aurea mediocritas​​ para ver pasar de lejos algo parecido a la felicidad. [Alí Calderón]

 

 

 

***

 

 

 

 

 

 

 

A discreción

 

La radio​​ 

está encendida.

Suena

la pedorreta

de una moto

en algún sitio.

La ráfaga

de un coche

a cada rato.

Enciendo​​ 

otro cigarro.

Pienso

que no debería

fumar tanto.

Me río,

pero no

me río.

Miro el televisor:

Más masacres,

más fraudes,

más despidos.

¡Bah!

La mierda

de diario.

Saco otro

Camel.

Echo

una bocanada

gorda

de humo

y asco.

Pongo

en marcha

el PC.

Y, como quien

abre fuego

a discreción,​​ 

escribo.

 

 

 

 

 

 

 

Legal

 

Si eres un tío

legal,

más te vale estar alerta,

porque no

te van a pasar una.

Analizarán

cada uno de tus pasos

con lupa,

esperarán al más mínimo

error.

Recurda que eres

como un espejo

para ellos,

y que no les gusta

lo que ven.

 

 

 

 

 

 

Sólo eres ese

 

Nada como el camarero

de una cafetería de hotel

para hacerte sentir

tu efímera condición.

Medio borracho,​​ 

con el vaso en la mano, lleno

de tu pequeña importancia,

para él sólo eres ese

que mañana no estará.

 

 

 

 

 

 

Hotel Ezeiza

 

La playa vacía, el agua gris,

helada, quieta, en el cielo

las gaviotas, chillando,

sobre Igueldo la galerna.

Aquí –ruido de vasos

y de tragaperras–, un viejo,

una chica, una pareja,

un perro adormilado

junto a la puerta. Nada,

solo eso, la vida, la poesía

de un miércoles cualquiera.

 

 

 

 

 

 

Madrid, metro, noche

 

Gente

exhausta,​​ 

 

con la vista

clavada

en el suelo,

 

preguntándose

por la vida,

la de verdad,

 

porque no puede ser​​ 

que sea​​ 

solo eso.

 

 

 

 

 

 

 

Tras una lectura de poemas

 

Se acercó,

me dio la mano

y me dijo

que había conocido a mi padre:

“Hace ya siglos –sonrió–,

en el año 57”.

 

No sé muy bien qué sentí,

Sinceramente.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Fue

como conocer a alguien

que posee algo

que te pertenece,

pero no estás muy seguro

de querer

recuperar.

 

 

 

 

 

 

Formas de la crueldad

 

A veces,

entre los que ya no se aman,

aparece una extraña quietud,

como una tregua.

 

Puede durar incluso días.

 

Es el odio, divirtiéndose

de otra manera.

 

 

 

 

 

 

 

Consuélate

 

Si te observas​​ 

detenidamente en un espejo,

tras esos rasgos

que creías definitivos, únicos,

como del largo insondable

del tiempo, acaban emergiendo

tus antepasados.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Consuélate,

tampoco los defectos

son enteramente tuyos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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