Poesía costarricense: Gustavo Solórzano-Alfaro

Leemos al poeta, ensayista y traductor costarricense Gustavo Solórzano Alfaro (Alajuela, 1975). Mereció el Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría en la categoría de Poesía por La culpa. Según afirma el jurado, en este libro "cada poema es un canto nostálgico, construido con un lenguaje sencillo y claro, familiar y cotidiano, en el marco de un estilo libre y ligero".

 

 

 

 

 

 

Una muestra de​​ La culpa, el más reciente poemario del escritor costarricense Gustavo Solórzano-Alfaro (Alajuela, 1975), que obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de poesía 2023. El libro fue publicado el año pasado en Santiago de Chile, por Nadar Ediciones y este mes verá la luz la edición costarricense, a cargo de Perro Azul. Solórzano-Alfaro es autor de 12 libros, entre los que destacan​​ Nadie que esté feliz escribe​​ (Santiago de Chile: Nadar Ediciones, 2017) y​​ La oscuridad intacta​​ (edición y traducción de la poesía selecta de Dana Gioia, Valencia: Pre-Textos, 2020). ©Fotografía: Guillermo Barquero.

 

 

 

 

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Uno breve, sobre la madre

 

Madre, estas palabras que te escribo

crecen. Son la enredadera que nunca

tuviste. Estos poemas son los frutos

de aquella vida que te fue negada.

 

 

 

 

 

 

 

Uno breve, sobre el padre

 

Me preguntaron por mi padre muerto
y nunca supe lo que preguntaban.
Querían la verdad en un sonido,
el consuelo vulgar de las palabras.

 

 

 

 

 

 

 

 

Uno breve, sobre Dios

 

Es la total ausencia, un padre viejo

que no deja ni un rastro de migajas.

Dios, ¿cómo podemos sobrevivir?

Ni siquiera nos has dicho tu nombre.

 

 

 

 

 

 

 

El Gigante Tembloroso

 

Toda palabra es, de por sí,

una metáfora. Es que igual,

cada cosa traduce otra.

Tratamos de entender

el universo, de encontrar

vida en Marte, de salvarnos

del cáncer. Pero en lo profundo

sigue existiendo el misterio

último de todas las cosas,

de todos los nombres:

océanos que son galaxias, ciudades

que son universos, bosques

que son sistemas solares.

 

No sé cuántos metros o kilómetros

tiene una hectárea, pero

imagino que 43 es mucho terreno.

Unos 47 mil tallos, más de 6 mil

toneladas, más de 80 mil años.

¿Un bosque o un árbol

que contiene multitudes?

Un organismo vivo, uno

solo que es él mismo

y el mundo, que es él y su reverso:

metáfora, enredadera, hiedra

del sentido, ramas y hojas

que son un coro unido

de un viento que se arrellana,

que tropieza, que suave silba

el cantar ahogado de la vida.

 

Calles subterráneas conectan

todas las esferas de un vientre

cálido y lodoso, de tierra

roja, firme aquí, suave

allá; de piedrecillas y hormigas

y gusanos y larvas que se unen

a un misterio más alto

que todos los silencios,

que todas las estrellas y agujeros

negros que nada dicen, que nada

saben, que nada cantan.

 

Una comunidad de hongos

habla desde el fondo

y organiza el comercio

del fósforo y del hierro.

El rastro de los insectos dibuja

círculos de un agua inabarcable

por donde la vida corre

con las palabras. No se sabe

–pero es probable– que haya

otros iguales o mayores. No

se sabe si aún viven todas

sus raíces. No se sabe,

porque tiembla siempre

el gigante y su armadura

de hojas, su madera intacta

y su savia evaporada.

 

El universo es infinito

porque cada átomo, cada

partícula que lo compone

es a su vez infinita, y es

infinita la voz que nace

desde el fondo de una metáfora

que se dice y se desdice,

hasta que solo queda

un susurro que es de Dios

o del vacío.

 

 

 

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