Una muestra de La culpa, el más reciente poemario del escritor costarricense Gustavo Solórzano-Alfaro (Alajuela, 1975), que obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de poesía 2023. El libro fue publicado el año pasado en Santiago de Chile, por Nadar Ediciones y este mes verá la luz la edición costarricense, a cargo de Perro Azul. Solórzano-Alfaro es autor de 12 libros, entre los que destacan Nadie que esté feliz escribe (Santiago de Chile: Nadar Ediciones, 2017) y La oscuridad intacta (edición y traducción de la poesía selecta de Dana Gioia, Valencia: Pre-Textos, 2020). ©Fotografía: Guillermo Barquero.
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Uno breve, sobre la madre
Madre, estas palabras que te escribo
crecen. Son la enredadera que nunca
tuviste. Estos poemas son los frutos
de aquella vida que te fue negada.
Uno breve, sobre el padre
Me preguntaron por mi padre muerto
y nunca supe lo que preguntaban.
Querían la verdad en un sonido,
el consuelo vulgar de las palabras.
Uno breve, sobre Dios
Es la total ausencia, un padre viejo
que no deja ni un rastro de migajas.
Dios, ¿cómo podemos sobrevivir?
Ni siquiera nos has dicho tu nombre.
El Gigante Tembloroso
Toda palabra es, de por sí,
una metáfora. Es que igual,
cada cosa traduce otra.
Tratamos de entender
el universo, de encontrar
vida en Marte, de salvarnos
del cáncer. Pero en lo profundo
sigue existiendo el misterio
último de todas las cosas,
de todos los nombres:
océanos que son galaxias, ciudades
que son universos, bosques
que son sistemas solares.
No sé cuántos metros o kilómetros
tiene una hectárea, pero
imagino que 43 es mucho terreno.
Unos 47 mil tallos, más de 6 mil
toneladas, más de 80 mil años.
¿Un bosque o un árbol
que contiene multitudes?
Un organismo vivo, uno
solo que es él mismo
y el mundo, que es él y su reverso:
metáfora, enredadera, hiedra
del sentido, ramas y hojas
que son un coro unido
de un viento que se arrellana,
que tropieza, que suave silba
el cantar ahogado de la vida.
Calles subterráneas conectan
todas las esferas de un vientre
cálido y lodoso, de tierra
roja, firme aquí, suave
allá; de piedrecillas y hormigas
y gusanos y larvas que se unen
a un misterio más alto
que todos los silencios,
que todas las estrellas y agujeros
negros que nada dicen, que nada
saben, que nada cantan.
Una comunidad de hongos
habla desde el fondo
y organiza el comercio
del fósforo y del hierro.
El rastro de los insectos dibuja
círculos de un agua inabarcable
por donde la vida corre
con las palabras. No se sabe
–pero es probable– que haya
otros iguales o mayores. No
se sabe si aún viven todas
sus raíces. No se sabe,
porque tiembla siempre
el gigante y su armadura
de hojas, su madera intacta
y su savia evaporada.
El universo es infinito
porque cada átomo, cada
partícula que lo compone
es a su vez infinita, y es
infinita la voz que nace
desde el fondo de una metáfora
que se dice y se desdice,
hasta que solo queda
un susurro que es de Dios
o del vacío.