Poesía española: José Saborit

Leemos al poeta y pintor español José Saborit (Valencia, 1960). Ha publicado los libros de poemas Flor de Sal (Pre-textos, 2008), La eternidad y un día (Pre-Textos, 2012) y La misma savia (Pre-Textos, 2016).

 

 

 

 

 

 

 

Tiempo amarillo

 

Devuelve el blanco al mundo

la luz que en él incide.

 

Mas no todo es reflejo:

todo blanco se mancha,

se tiñe de color, amarillea.

 

El destino del blanco es amarillo

y el nuestro es encalar, cubrir de nuevo,

seguir recomenzando sin descanso

para que el sol refleje cada día,

hasta que el sol derrita

nuestro tiempo,​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​  ​​ ​​ ​​ ​​​​ y los huesos

den en tierra,​​ 

   ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​  ​​ ​​ ​​​​ y su cal

se pierda entre la arena que perdimos.

 

El destino del blanco es amarillo:

no amarillo solar,

sino amarillo tiempo.

 

 

 

 

 

 

 

 

La eternidad y un día

 

Viviremos sin tregua

la infinita cadena de los días,​​ 

con miedo, con codicia,

beberemos las aguas​​ 

del océano gris de nuestro tiempo,

viviremos desnudos​​ 

de cara a la corriente fugitiva.

 

Viviremos para volver al polvo

de los mismos caminos fatigados,

para romper el cerco

de las frías colinas del silencio,

viviremos oyendo

la anónima llamada de las aguas,

y en el agua cruel de cada día​​ 

nadaremos lo nuestro y lo de otros,

lo que venga de cara y lo que oculte

su bello rostro esquivo a nuestro paso.

 

Viviremos al aire,​​ 

la intemperie será

nuestro abrigo más cierto,

y cuando todo anuncie

la inminencia del fin inaplazable,

pediremos un día y otro más,​​ 

y aún más, aún pediremos

la eternidad y un día.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

Circular

 

En el centro dormido de la noche,

donde ninguna luz nada acaricia,​​ 

hay un hueso que espera

sin certidumbre alguna,

el día y la intemperie​​ 

de la tierra y la lluvia en que ha de abrirse.

 

Se alimenta de tiempo y ya es un árbol​​ 

y el árbol ve cumplida​​ 

su ciega vocación de sombra y fruto,

cumplida su madera:

es barcaza que se hunde en la laguna,

en el centro profundo de su noche,

allí donde aguardaba en otro tiempo​​ 

el día y la intemperie, la aventura

que habría de llevarle​​ 

a ser el que ya era.

 

Un hueso de frutal que escupió un niño.

 

 

 

 

 

 

 

Viaje

 

Hoy no estás en tu casa y de repente

el olor del jabón

te transporta un segundo​​ 

hasta un lugar remoto de tu infancia.

 

Remoto e ignorado, pues de vuelta,

tú no puedes decir ni una palabra

de lo que viste allí,​​ 

bañado en una luz que suspendía​​ 

la gravedad y el peso​​ 

de cualquier certidumbre.​​ 

 

Nada puedes decir y sin embargo​​ 

ha bastado un segundo

para sentir que allí, en ese lugar​​ 

remoto e ignorado está tu casa,

la morada feliz

de la que alguna vez​​ 

te fuiste o te expulsaron.​​ 

 

Si un perfume abre así, tan de mañana,

las puertas de la Arcadia,​​ 

 

¿qué ha de negarte el día que te espera?

 

 

 

 

 

 

 

 

A lo lejos

 

Desde la bayas negras

a la cresta del monte​​ 

tensa el ojo su mimbre

y aún no ha cantado el gallo.

 

Con las manos manchadas

por la primeras luces

se despereza brusca

la codicia del tacto.

 

Qué fácil es ceder

a tanto asentimiento

y qué extravío.

 

Cuanto cierra la diestra

en apretada piña

se deshace y es polvo,

resbala entre los dedos.

 

Con las manos manchadas,

no hay posesión que valga

lo que vale la suerte

de mirar a lo lejos.

 

 

 

 

 

 

 

Vencejos

    ​​ ​​​​ 

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ A Antonio Cabrera y Adelina Navarro

 

Cada grito, una espina​​ 

de esa inmensa corona​​ 

que su vuelo dibuja​​ 

sobre nuestras cabezas.

 

La espina que rebrota y reverdece​​ 

con cada primavera:​​ 

la espina del deseo.

 

La espina de escuchar

y alzar la vista y ver

 

y no ser vuelo.

 

 

 

 

 

 

 

 

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