Rossella Di Paolo o la poesía como resistencia cotidiana

Un ensayo sobre la poesía de Rossella Di Paolo por el poeta y estudioso literario Víctor M. Ruiz (1982). Sus textos críticos se han publicado en las revistas El Hilo Azul, Revista de Lengua y Literatura de la UNAN, Managua y la revista centroamericana Álastor Literario.

 

Se ha especializado en literatura nicaragüense, específicamente de Ernesto Mejía Sánchez, poeta del que ha publicado diferentes acercamientos críticos. Participó en la obra crítica de los Cuentos completos de Juan Aburto. Ha presentado sus trabajos académicos en el Congreso de Literatura Mexicana de la Universidad del Paso, Texas, en el​​ Webinario “México y Centroamérica: Historias compartidas”, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, en el Seminario Centroamericano de Lectura, Escritura, Oralidad y Oralidad con el lema “Interactuando en diferentes ecosistemas”, Organizado por Red Internacional de Universidades Lectoras y en el​​ I Congreso Internacional:​​ Humanidades​​ en Tiempo Presente, Caracas.​​ Ha publicado​​ La vigilia perpetua​​ (2008) y​​ La carne oscura de lo incierto​​ (2017). Su poesía ha sido incluida en las antologías​​ Cruce de poesía, Salvador-Nicaragua (2006),​​ Novísimos, poetas nicaragüenses del tercer milenio​​ (2006) y​​ Poetas, pequeños Dioses​​ (Leteo, 2006).​​ 

 

 

Rossella Di Paolo o la poesía como resistencia cotidiana

 

Una hermosa casualidad me llevó al descubrimiento de la poesía de Rossella Di Paolo. Buscando poemas para leer con mis estudiantes (a veces leo alguno antes de iniciar la clase para motivarlos o motivarme) me topé con “Profesora de Lengua y Literatura” un texto que celebra el adiós de una maestra de su carrera, utilizando un tono de liberación y una actitud sarcástica e irónica. Versos como: Ya no la tarjeta en la tostadora horaria / saltando con su tardanza al rojo vivo / ni exámenes para probar cuánto resisten / mis nalgas en el pupitre… capturaron de inmediato mi atención, no porque me hablara de una experiencia compartida, sino porque de alguna forma yo era esa profesora  -ecce femina- que nunca más se parará frente a la pizarra (todo profesor ha soñado alguna vez con abandonar la docencia, más si es poeta amateur como yo) cucharón en mano para meter en los platos vacíos de las cabezas de sus estudiantes conocimientos que (según ellos) de nada le servirán​​ para la vida: el engrudo homérico, la berenjena eglógica / el acento esdrújulo y miserable, ni más / tizas de colores, salsas de tomate, / para abrirles las bocas / ojala el entendimiento.​​ 

 

En este poema, como en el resto de su obra, encontré una voz que partir de experiencias particulares, establece un vínculo con el lector, porque lo hace partícipe de sus emociones, sentimientos y percepciones: Se acabó la clase, la ilusión de mango, / todos al recreo, yo al recreo (pero sin vuelta) / al recreo de desclavarme de la pizarra / y saltar por la escalera al fin resucitada. No es extraño, entonces, que después de leer este agudo poema no me haya sentido totalmente identificado con esa profesora que se libera al fin de sus grilletes, y aclaro, no se necesita ser docente para experimentar lo que la voz lírica dice, cualquier persona, sea ingeniero, soldador, contador o empleado de oficina puede experimentar el consuelo de despojarse de las cadenas de la rutina diaria y cantar junto a la voz lírica: Ultimo día, las rejas se levantan,  / y en este valle ameno / nubes, sepan que canto, / sepan que canto, bestias.

 

Leer por primera vez a un poeta y quedar prendado de su voz es como enamorarse: surge el deseo incontenible de saber todo sobre esa persona que nos ha partido en dos. Este feliz encuentro (o enamoramiento) me motivó a buscar información de ella en los meandros de la internet. Así me di cuenta que Di Paolo formaba parte de esa tribu exquisita que es la poesía peruana;  que defiende ferozmente la naturalidad y privacidad del poeta, tanto que en sus publicaciones omite referencias personales, fotos de presentación, premios y esas banalidades que los poetas solemos poner en las contratapas, y así lo señala ella en “Contracara”:

 

No escribí nada detrás de las galeras, nada detrás de los cuadros

 ​​ ​​​​ ni ficha personal ni premios florales

 ​​ ​​​​ tan hermosos y convenientes

 ​​ ​​​​ como coronas de muertos

 ​​ ​​​​ ni foto en pose de sorpresa.

 

Rossella di Paolo pertenece a la generación del 80, ha publicado cinco libros de poesía: Prueba de galera (1985), Continuidad de los cuadros (1988), Piel alzada (1993), Tablillas de San Lázaro (2001) y la Silla en el mar (2016). Durante el año de la pandemia le fue otorgado el premio​​ Casa de la poesía peruana, galardón que reconoce su trayectoria poética y “su capacidad lúdica para abordar episodios cotidianos, míticos y vitales que invitan a cuestionar nuestros vínculos con la naturaleza”.

 

Un aspecto interesante de su obra es la forma en la que se vinculan sus poemarios. El mar, por ejemplo, es un motivo recurrente en toda su poesía, desde Pruebas de galera hasta Silla en el mar podemos ver cómo este motivo nos remite a una simbología que va adquiriendo significado según la experiencia personal. En su primer libro la imagen del mar es la de un dios solitario que contempla el dolor y la belleza del ser humano sin poder involucrarse:

 

Hay quien camina por la playa con

                                  ​​ ​​ ​​​​         ​​​​ ​​ /balanceo de triste

         ​​ ​​ ​​  ​​ ​​ ​​ ​​​​ tanteando olas alineadas como huellas

            ​​    ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​                                 de ajenjo amargo

      ​​  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ ​​ Cómo succionan las pupilas el cristal​​ 

            ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​                                                 /de olvido

             ​​ ​​  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ para arrimar cosas rotas escombros

               ​​    ​​​​   ​​ ​​ ​​​​                                           /de danzas

      ​​  ​​ ​​ ​​ ​​​​  ​​​​ ​​ Hay quien se desploma con la boca sucia

            ​​ ​​​​ ​​  ​​ ​​​​                                          /de esa risa

         ​​  ​​ ​​ ​​ ​​​​ ​​ ​​ que nada saber de la felicidad

     ​​ ​​ ​​​​   ​​​​ ​​  ​​​​ ​​ sino de esa amarguísima condición de ajenjo

         ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ ​​ ​​ ​​ que descorcha el mar y sirve

   ​​  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​  ​​ ​​​​ alzándole los ojos para dejarlos bien llenos

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​  ​​ ​​​​ de algo que no es saliva no es ajenjo sino

     ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​  ​​​​  ​​​​                                                     /un llantito

  ​​  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ ​​ de borracho que camina por la playa

  ​​  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ ​​ con los brazos extendidos queriendo. (La pena)

 

Además, es posible observar cómo una segunda parte de un poema no siempre se localiza en la misma obra, sino que puede transitar hacia el siguiente volumen; por ejemplo, "Amor de verdura" se encuentra en Continuidad de los cuadros, mientras que "Amor de verdura II" aparece en Piel alzada. Esta transición destaca otro de los rasgos distintivos de su expresión poética: un tono que combina desenfreno, ternura y juego, otorgando así una cohesión única a su corpus poético. Esta característica me lleva a suponer que Di Paolo concibió su obra desde sus inicios como un proyecto integrado y ambicioso, como los libros de La realidad y el deseo de Luis Cernuda, Cántico de Jorge Guillén, Recolección al mediodía de Ernesto Mejía Sánchez, o La insurrección solitaria de Carlos Martínez Rivas. En este sentido, su producción poética puede ser interpretada, tal como yo la percibí, como una bitácora vital donde la existencia misma se convierte en el hilo conductor para tejer y destejer versos. Así lo expresa en "La noche oscura": sin otra luz que mi rabia por vivir / y escribir lo que viviera... lo que en el corazón ardía; o en "Contracara": no existo sino en lo que va por dentro / como una procesión de grandes negros / sobre las calles cada vez menos claras / de una página, de todas las páginas / que tú no vas a leer porque no me conoces.

 

La construcción de la imagen es otra característica particular de la obra poética de Di Paolo. En algunos momentos me recuerda la poesía contemplativa y sensorial de los poetas orientales, particularmente la de los haikús japoneses, como lo demuestra:

 

Sol de bronce

Alto

En campanarios de aire

Llama

A su giro encantando

La quietud del árbol

 

En algunos poemas encontramos versos que, por su capacidad de condensar experiencias sensoriales intensas, podrían constituir por sí mismos breves poemas. Ejemplos de ello son: La playa tendida como un lagarto / llora minuciosa / una vastísima lágrima. O:​​ Hoy​​ la brisa / es pájaro invisible que las ramas presienten / como gitanas tintineantes / cuando desmadejan el hilo prodigioso de las manos.​​ 

 

Otra constante de su obra es lo metapoético. En muchos de sus poemas, la voz lírica desmitifica la figura del poeta y presenta la escritura como un proceso que nada tiene que ver con lo grandilocuente o elevado. Todo lo contrario, escribir poemas es acto cotidiano como el amor o la vida. Ni escribir, amar o vivir en su poesía son experiencias románticas o trascendentales, son más bien acciones que exigen sudar, cansarse, caer y levantarse: mi cama de combate con tantas palabras que poner / y enderezar/ el poema en mi cuello / y todos mis sentidos suspendidos /. En “Al hipócrita lector” Di Paolo nos advierte que la poesía es como recoger inmundicias, bolsas reventando de palabras, con las que podemos tropezar cada vez que salimos a la calle. Esta irreverencia la vemos también en “Descabezo estatuas” en el que la poeta se propone bailar con sus amigos sobre la lengua de Vallejo:  

 

Me canso de frotar una palabra con otra​​ 

Y hacer chispita​​ 

Ya no quiero poner esta letra aquí,​​ 

Esta tonta coma​​ 

Pido una zancadilla para que caiga de narices​​ 

El alto verso​​ 

Quiero sacar las palabras de mi casa​​ 

A empujones​​ 

Y coger el pronombre por los pelos​​ 

Hasta hacerle confesar la dirección del sustantivo​​ 

Para entrar a su línea dando voces​​ 

Para arrimarle un clavo entre los ojos​​ 

Para aplastar con mis pies a sus mansos adjetivos​​ 

Para agarrármela a escobazos con los verbos conjugados​​ 

Con los verbos no conjugados y con los adverbios​​ 

Si me miran mucho​​ 

Quiero abrir las ventanas y que entre​​ 

Una luz no escrita​​ 

Y apilar los libros en el patio​​ 

Y colgar la máquina de escribir en la pared​​ 

Como una cabeza de venado con su bala​​ 

Limpiamente acertada entre la M y la N​​ 

Antes de prender fuego a la casa​​ 

Y bailar con mis amigos sobre la lengua de Vallejo​​ 

Sin tener después que juntar los pedazos​​ 

Y contarlo llorando en un poema.

 

Veamos cómo las acciones verbales que remiten a la escritura del poema no presentan ninguna connotación sagrada o mágica de la palabra. Porque, precisamente, para Di Paolo el poeta no es un mago ni un ser extraordinario, se parece más bien, o debería parecerse, a los muchachos que recogen la basura y limpian las calles inadvertidamente, o como los oficios caseros en los diariamente se ordenan los muebles y utensilios de la casa, de esa misma forma ella ordena la casa de la poesía que habita.

 

Esta visión de la poesía se extiende a su concepción del amor. Para ella los amantes no son esos personajes que nos vende la publicidad o los programas de entretenimiento, no se nutren de rosas sino de verduras, se defienden de la noche que avienta sus máscaras de arena con las pequeñas armas de la cotidianidad, si​​ hemos de correr a coger el día, le dice la poeta al amante en "Amanecen dos", que sea con mis manos al final de tus piernas, / siempre así amor furiosamente entremezclados,/ furiosamente como el día que se alza/ y nos sostiene en equilibrio sobre el fuego…

 

A la poesía peruana le debo muchos momentos felices: el lirismo transparente y sereno de José Watanabe, el coloquialismo nostálgico de Antonio Cisneros, la ternura andina de Hildebrando Pérez Grande, la irreverencia verbal de Carmen Ollé, el surrealismo luminoso de Blanca Varela, la máquina metafórica de Enrique Verastegui y la sensualidad de César Calvo. A esta familia poética se une ahora la voz meditativa de Rossella Di Paolo. Su obra desafía la noción de la poesía como un dominio exclusivo de lo sublime o trascendental, para ella el oficio de poeta es el oficio de vivir, amar y resistir el día a día. Su lirismo habita en los pliegues de la vida diaria y en la simplicidad de lo cotidiano.​​ 

 

 

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