Las imágenes se suceden y giran
a mi alrededor
en un torbellino vertiginoso.
Me veo escribiendo en el cuaderno
como si estuviera encerrado
en un paréntesis dentro del sueño
en el centro inmóvil de un vórtice
de figuras que me son a la vez
familiares y desconocidas.
Me veo caminando por la calle Eugenia,
voy sin rumbo alguno;
edificios rótulos transeúntes
la línea interminable de los carros
y sueño dentro del sueño
que camino por las calles de Managua.
Sobre la página del cuaderno
en el que escribo remolinos de azul y amarrillo
estrellas que se dilatan en la eternidad
edificios como serpientes
que sueñan tragarse a las estrellas
el cielo y la tierra:
comunión de colores y formas
que danzan en la plenitud de la noche
expansión y movimiento
estrellas suspendidas
que giran eternamente
y la luna menguante:
pupila acuchillada por la desdicha humana.
* * *
En el balcón semioscuro las sombras se transforman en mapas oníricos.
Distendida, como agua en reposo, estás ahí, sobre lienzo,
cuerpo arqueado, con los ojos cerrados a la luz y las sombras.
Inmóvil, los pechos derramados y las piernas yuxtapuestas,
entre ellas, enjambre oscuro de música,
la luz del verano incendió tu desnudez
y suspendió la corrosión de tu carne.
Y en este otro tiempo
—de armas, cuerpos fragmentados y vísceras de ciudades—
la música se volvió noche
en el balcón sin sombras ni luz
—solo quedan las cenizas del día—
mientras tu cuerpo en el óleo
supera las dualidades de la vida y la muerte
* * *
A la luz de la tarde, sombras geométricas en las paredes, que se deforman a figuras extrañas. Cuerpos profundos; con besos derretidos en la piel, huellas de saliva tibia, humedad oscura, compartida. El tiempo pasa, pedazos de noche manchan el cielo del desierto, con la rotación cotidiana del planeta. Él y ella, olvidados de sí mismos, vueltos trenza de carne que respira, que palpita, por la fuerza de la sangre que arde dentro.
Ella lo ve, desde el eje de su ser, luz líquida aparece en su mirada; libertad —dice— hay en tus ojos; él, mientras su mano, lenta, libera, su rostro iluminado, de las lianas colgantes, pedernales de fuego veo en los tuyos —replica él—; la noche borró sus cuerpos, mientras sus ojos se buscan, con el encuentro de la saliva de un beso.
* * *
Llegó a una ciudad que solo había visto en el mapa—
luego en su mente perdió la ubicación cardinal.
Pero repetía las sílabas heladas de su nombre.
Dio los primeros pasos oscuros,
afuera, entre el frío y la noche,
las luces agónicas.
En un momento lejano—
su mano en el vacío de la noche—
buscó la mano invisible de sus ancestros,
pero el frío la volvió dentro del abrigo.
Como un autoengaño
sus ojos buscaban entre la gente—
entre la noche, entre las ventanas…
entre el humo de un cigarro solitario—
mientras sus pasos cansados
siguieron avanzando en la ciudad desconocida.
Buscando el camino
vio el cielo que era de nubes gruesas y oscuras…
Aún sigue buscando—
con ese cuerpo que el tiempo desgasta en silencio—
como la primera noche
que respiró fuera del vientre.
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Missael Duarte Somoza (Juigalpa, Nicaragua, 1977). Es poeta y crítico literario. Ha publicado los poemarios Líricos instantes (Leteo, 2007), Lienzos de la otredad (Foro Nicaragüense de Cultura, 2010) y Canvas of the Otherness (Leteo, 2012, edición bilingüe) y Cuerpo fragmentado (Lector Disléxico, 2024). Merecedor de una beca del Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y Haití en México y becario del Programa de Movilidad Cultural para Profesionales Iberoamericanos de la Cultura, de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Ciencia, la Educación y la Cultura, (OEI). Tiene una Maestría en Escritura Creativa por la Universidad de Texas El Paso y completó un doctorado en literatura y estudios culturales en Texas Tech University.