Poética: Hacer lo nuevo más nuevo. Texto de Joshua Mehigan

En el número correspondiente a marzo de 2013, y en conmemoración de “A few don’ts by an imagiste” de Ezra Pound, publicado en 1913, la revista Poetry de la Poetry Foundation ha llamado a varios autores a actualizar la poética del autor de los cantos. Presentamos, en versión de César Bringas, el texto de Joshua Mehigan (Nueva York, 1969).  En 2005 mereció el Hollis Summers Poetry Prize.

 

 

 

 

Hacer lo nuevo más nuevo

 

 

Cuando me pidieron que hiciera una lista de prescripciones, à la Pound, me preocupé un poco. Mi primer impulso fue tratar de ser gracioso. Entonces empecé un proyecto que involucraba leer miles de páginas de nueva y no publicada poesía. Eso me puso pensativo y serio. Era como si todos los jóvenes poetas hubiesen dicho de antemano seis o siete cualidades que deberían tomarse en cuenta y cargado con ello solos. Es como si se esforzaran de más para lograr un efecto. Esto no es nada nuevo, pero es parte del asunto.

Como siempre todo es sobre un tipo de irregularidad. Hay un sensacionalismo ordinario, como cuando la palabra ano o hegemonía aparecen de repente en un poema acerca de un tazón de fruta. También hay una tipografía no convencional: la itálica voz-desde-el-más allá, una secreta sangría en los sistemas, el alejamiento de la puntuación, etc. Pero hay una nueva e implacable fascinación con la caprichosa discontinuidad. Una táctica oscura, que podría incluir un pensamiento no lineal, elipsis e imaginaciones oníricas. La Oscuridad puede ser salvaje (Breton) atmosférica (Bishop) o imitativa del pensamiento (Elliot) y puede recompensarte con una alucinante revelación (Dickinson). Pero he encontrado últimamente  que la oscuridad  es extraña e inflexible, baila al son de la superficialidad de las modas,  no hay nada mejor para ello que quedarte quieto y tratar de ser “bonito” y vacío. Incongruencias hay al por mayor, se dividen en dos sabores, una pretenciosa comicidad y otra muy, muy pesada seriedad. Un puñado de líneas de estilo irónico que están por todas partes y que se transforman en los Estados Aburridos de la Profundidad, una profundidad  simulada que reemplaza a la profundidad con resultados que probablemente suenen como Ashbery o James Tate. Lo más que se puede esperar de éste tipo de poemas es un ingenio hueco que podría denominarse “una perspectiva maravillosamente sesgada”.  Parte de esto, por supuesto, es lo que en materia de inconformismo han hecho los poetas. La reduplicación automática de gestos provocativos es embobante. El campo se vuelve más y más homogéneo, los mismos camuflajes o cualquier buen tipo de escondite, los poetas siguen con los mismos guiños como si fueran devastadoramente originales. La poesía es entonces una conformista inconformidad a lo Green Day con gafas irónicas.

Quizá el conmemorar a Pound fue lo que lo trajo a mi mente, pero no es casual que él esté ahí como una de esas canciones de la radio. Después de todo ¿no son al fin de cuentas todas estás retraídas tendencias la reducción al absurdo del Modernismo? Cada una de ellas está marcada por una exageración al culto de las cualidades cultivado por Pound, llevado a la novedad, a la prioridad imaginativa fragmentada  y difícil. Todas ellas son deseables algunas veces, una o dos todo el tiempo. Pero la formula especialmente popularizada por los modernistas y sus seguidores disponen cuál debe ser el más brutal y convincente modelo desde el que los jóvenes poetas han tenido que comenzar.

Se puede sostener que los Modernistas son los únicos responsables. Ellos mismos quizá quieran colocarse como los oráculos de algo definitivamente indestructible. Pero ellos no inventaron nuevos principios poéticos. Pound menciona a algunos jóvenes poetas como sus mayores influencias y muchos tienen a sus Williams y Stevens en poetas posteriores, a la mitad del camino lo que conseguimos es un poco de agua, sodas o cervezas. Como sea que llegáramos al él, el Modernismo siempre está ahí y aparentemente aún no iniciamos el proceso que nos conducirá a odiarlo lo suficiente.

Los movimientos literarios siempre se agotan antes de que sus últimos adherentes lo noten. Pero en estos días es como estar en una escalera mecánica llena de gente y que los del último escalón lo detuvieran todo. El Modernismo es un caso especial y duro por las características específicas de sus principales y más celebrados principios, muchos de los cuales podrían haber intimidado a Billy O´Reilly hasta dejarlo del tamaño de un pequinés. Por supuesto el Modernismo es complicado pero sus líderes martillearon sus puntos más revolucionarios con celo evangelizador. Su cruzada por lo novedoso e iconoclasta continuó abriendo espacios para pioneros como Rothko, los Stooges o Béla Tarr. Pero, después de un tiempo, la sobre demanda hace lo que debe hacer y devalúa la nueva invención. La novedad se vuelve rara, la falta de iconos aplasta y no hay nada más predecible que la fantasía.

Los modernistas iniciaron su propia versión del ellos contra nosotros de los regímenes autoritarios y todos los opositores eran ridiculizados o tomados como clichés o vanos o atrasados, el frío beso de la Muerte en todas las artes. Mientras tanto los clichés modernistas se interiorizaban porque se volvían clichés del Modernismo, enemigo de todos los clichés.

Al final la poesía sólo se ve radical desde afuera, y no lo sabe, mientras desde el interior todo parece estático. Antes los poetas salían de éstas situaciones haciendo algo nuevo, pero ahora la novedad parece superflua. No hay forma de entrar al juego sin subir las apuestas, o sin engañar y mentir con las cartas que tenemos para ello, o hacer que todos acepten un nuevo juego. Si has sido poeta por un tiempo puede ser que no veas lo raro y monótono que todo se ha puesto pero si te das la vuelta y lo miras como alguien normal, entonces podrás verlo.

 

 

 

 

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