Sara Fernández es Cineasta de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente, está terminando una maestría en producción artística en Cuernavaca, Morelos, México. Ha dirigido tres cortometrajes, exhibidos en varios festivales nacionales. Ha trabajado como sonidista y compositora sonora en diversos proyectos audiovisuales. Hace parte del colectivo Emilia II Cine, con quien curó la muestra Un mundo sin adultos en la Cinemateca de Bogotá. Escribe poesía. Ha publicado un poemario, Corte invisible (2022), y otros poemas en fanzines y antologías. Paralelamente, hace música experimental, como solista y en colectivo. Explora las potencias y las fragilidades de la voz y su relación con el cuerpo y la escritura. Se ha presentado en varios escenarios en Bogotá y en México, y ha girado por Chile y Argentina. Tiene un disco solista en vinilo, Surcos y cimas. Le gusta cocinar y caminar.
***
Las abejas
densidad del aire
sensación surreal del sueño junto a otro cuerpo
sus aretes dorados
sus pestañas cortas
su lengua suave
quisiera verla mañana
besar su camiseta verde
más quesadillas de quelites
más plantas enredadas y misiones extraterrestres
un recorrido imaginario por el bosque de aragón
gracias litros de magia oscura y cacahuate japonés
eres muy bonita
me recuerdas a las abejas
al asombro y la caminata nocturna // al licuado de papaya
si hallara una estela de ruidos
un pasaje subterráneo
cerraría los ojos
nado libre
entre tu calle y la mía
Caballos perdiéndose en el monte llamados por la oscuridad
las canchas vacías
2 toallas en el balcón
y
el olor de la ropa seca
de la piel bajo
el olor a champú del súper
los higos no son frutas
son flores llenas de insectos
raros pistilos azules en el camino
mi espalda caliente por horas
después del baño de sol
protuberancia en el pecho
poemas que parecen listas
mi escritura es mi brujería
en el centro del olor del jazmín
un aleteo
no quiere llorar
pero le arden los ojos
siempre es igual cuando llueve
la ciudad es una piscinita pútrida puerca preciosa
y luego la luz sobre los cafés chinos
sobre el pelo cenizo de alguien que conocía
la melancolía y los dibujos en el cielo en los parques
que dicen no te vayas pero me tengo que ir
a un lugar que llama su casa
te quiero más que nunca
ciudad monstruo
me asfixias no me dejas respirar
casi me curaste el corazón
te haría un homenaje secreto
poner flores en una esquina
regalarle dulces a la virgen
una estrella para su manto o el planeta del misterio
qué rojas se ven las flores
tan luminosas
qué maravillosa es la tarde después de la lluvia
Proyecciones
de la misma forma en que das la vida
te es concedido quitarla
con una palabra
nombras la desaparición:
como quien corta una hoja
eres un cuerpo pesado
enroscado en una cama
un insecto gigante
te gustaría ocupar menos espacio
en el mundo
ser más pequeño
sin genitales
una superficie lisa brillante como el nácar
dormir sin el veneno que te punza a diario
imaginas el mar que viste en las películas
la cautiva arrojándose a la corriente
a tu lado
las sombras de los árboles se proyectan en el suelo
interceptadas por las ventanas
como un cine de la naturaleza en la casa
[ ]
hace días pensaste en inventar un alfabeto
diminuto ilegible
ya no tomas café
te da reflujo en las noches
como si tuvieras treinta años más
dos hijos entrando a la adultez
y deudas bancarias
el corazón dormido
escribes acostada
boca arriba
con los ojos
en el techo brillan los planetas que pegaste cuando niña
el sonido de las estrellas al caer a tierra
escribes
después de los sucesos del nuevo mundo
fuerzas del orden y guaridas incendiadas
fuego en todos los rincones del mundo
en los barcos petroleros
en las raíces de los árboles
en los periódicos narran la desaparición
de una piedra colonial
el estrépito de un siglo
que apenas empieza
salpicado de bacterias alienígenas
y
demonios prehispánicos