Poesía costarricense: Carolina Quintero Valverde

Leemos poesía costarricense. Leemos algunos textos de Carolina Quintero Valverde (1989). Su libro más reciente es Cámara de Gesell con editorial Perro Azul (2024).

 

 

 

Carolina Quintero Valverde nació a finales de 1989 en San José, Costa Rica. Publicó su primer libro​​ Pequeña muerte en el Ártico, con editorial Perro Azul​​ ​​ (2010), como parte del proyecto Poeta Joven, su segundo libro​​ Datos Adjuntos​​ con editorial Espiral​​ (2016) y su más reciente libro​​ Cámara de Gesell​​ con editorial Perro Azul (2024). Sus poemas han sido publicados en diversas revistas latinoamericanas y algunos han sido traducidos al italiano y al francés. Ha participado en diversos festivales y encuentros de poesía en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, México y en su país. Es graduada de la carrera de medicina de la Universidad de Costa Rica y posee una maestría en Salud Pública y Epidemiología.

 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

Sótano de las golondrinas

 

i

A muchos metros de profundidad

hay una fractura en medio de la tierra.

En su interior,

duermen miles de aves.

 

Cuando amanece,

el batir de sus alas

hace un estruendo.

 

Tormenta de aves que despierta​​ 

en el corazón de un peñasco.

 

La evolución​​ 

las hace volar juntas  en espiral.

 

Al atardecer,

cada ave regresa​​ 

con todo el cielo bajo sus alas.

 

Se clavan como una flecha

y serenas,

cierran sus ojos.

 

 

 

 

 

 

 

 

ii

 

Nosotros

somos puntos moviéndose en el mapa,

hasta apagar nuestra ubicación

y encender la luz de nuestra casa

en la noche oscura.

 

Localizables​​ 

en nuestras migraciones​​ 

de regreso,

nos estrellamos con frecuencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

Buganvilia

 

Dijeron que en el jardín​​ 

había una buganvilia,

que acá la usan como medicina

para afecciones respiratorias.

Dijeron que es una enredadera,

de la que hay 18 especies,

que puede medir hasta 12 metros.

 

Al entrar​​  

encuentro una veranera,

igual a la que vi por primera vez

en la casa de la infancia.

Recuerdo mi retina golpeada

por su color

y en mis manos​​  sus estambres blancos.

 

Cierro los ojos​​ 

y escucho a abuela hablar​​ 

sobre lo hermosa que está la veranera

afuera de casa.

 

Yo le cuento que hay una igual

en mi nuevo departamento,

que cuando salgo ​​ y es otoño

sus flores están sobre el suelo​​ 

y no puedo acostumbrarme​​ 

a pisarlas.

 

Le cuento que acá,

la toman en infusiones,

que yo misma la bebo

e intento regresar,

curarme.

 

La buganvilia se llama así​​ 

desde los 1700,

en honor al apellido de un explorador francés. ​​ 

En la RAE,

​​ su significado está bajo buganvilla.

Bugambilia con b​​ 

también es una película mexicana del 45,

que nunca terminamos de mirar.

 

Abuela,​​ 

la veranera me siguió​​ 

para que la llame de otra forma.

Cuando salgo al jardín​​   

le hablo como si fueras vos,

le cuento que soplaste sus 4 sílabas​​ 

en mis oídos

desde hace muchos años

y así empezó a ser.

Abuela,

​​ no sabía que se podía llorar tanto​​ 

al mirar una flor,

sin estar en un cementerio.

 

 

 

 

 

 

 

 

Zona de niebla

 

Avanzamos sin detenernos,

a un lado ​​ el precipicio

al otro  amenaza un cerro.

 

Solo mirás tus propias manos​​ 

en el volante.

Las nubes se posan​​   

sobre la calle y el auto,

avanzamos despacio.

 

Se pierde la señal de GPS,

la música de la radio

se detiene.

Nos estorba el silencio,

el verbo que no logra conjugarse.

 

Humedad suspendida;

las gotas no pesan lo suficiente

para llover,

somos ese estado de la materia.

 

 

 

 

 

 

 

 

Radiografía de las cosas

 

Ajusto el peso exacto de mi equipaje

en dos maletas.

Recuerdo la arquitectura de la habitación,

si en alguna de sus esquinas

olvidé algo.

Miro el libro que dejé bajo la cama,

el único pijama que me daba calor

y usé la noche antes de partir.

 

Me pregunto:​​ 

¿Qué se mirará de nuestro equipaje​​ 

en las pantallas de los aeropuertos?

El perfil de sus formas,

la conformación de sus átomos.

 

¿Y si pudieran ver lo que dejamos?

Lo que en el último minuto

decidimos abandonar,

lo que empacamos primero​​ 

y lo que decidimos tirar.

 

A treinta y ocho mil pies de altura

repaso la lista mental​​ 

de lo que llevo.

 

El camino está oscuro.

Los edificios son apenas perceptibles.

La sombra de las nubes

pesa sobre las llanuras.

 

Mi país se hace una pequeña mancha,

también mi reflejo​​   en el vidrio.


 

 

 

Librería

También puedes leer