Poesía mexicana: Lilia Ramírez

Leemos poesía mexicana. Leemos algunos textos de Lilia Ramírez. Mereció recientemente una Mención Honorífica en el II Certamen Literario Corina Rodríguez 2024, Sede de Occidente, Universidad de Costa Rica.

 

 

 

 

 

 

Lilia Ramírez​​ nació en​​ Orizaba.​​ Diplomada en Estudios Avanzados por la Universidad Autónoma de Madrid, tiene una maestría en Ingeniería Industrial por el Instituto Tecnológico de Orizaba y ha sido Jurado de los​​ Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango, Guatemala, género de poesía.​​ 

Ha impartido talleres de poesía y fue columnista del Diario​​ El Mundo de Orizaba​​ entre​​ 2010 y 2020. Ha obtenido los siguientes reconocimientos: Mención Honorífica en el II Certamen Literario Corina Rodríguez 2024, Sede de Occidente, Universidad de Costa Rica; Premio Nacional de Poesía Rogelio Treviño 2020, Tintanueva Ediciones; Mención Honorífica IV Premio internacional Bitácora de vuelos 2020; 1er lugar nacional poesía​​ Jardín de figuras abiertas​​ Bitácora de vuelos Ediciones 2020; ​​ 1er lugar nacional​​ Erradicando la violencia contra las mujeres,​​ INDESOL 2017; ​​ Mención Honorífica XXXI Juegos Florales Nacionales de Coatzacoalcos 2017; 3er lugar Concurso Poesía Academia Literaria Ciudad de México 2016; Mención Honorífica Premio Nacional de Poesía Tuxtepec Río Papaloapan 2009; 3er lugar Juegos Florales Nacionales de Papantla 2008.​​ 

Ha publicado​​ libros​​ de poesía​​ como​​ Todos somos isla​​ (2022),​​ ​​ De un azul incontrolable​​ (2022),​​ Laudes para cualquier hora del día​​ (2022),​​ El alma de la caña​​ (2009),​​ Flores del Cosmos​​ (2003)​​ o​​ Retratos de Aromas​​ (2000).

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

Credo

 

Creo en mí como cree la noche​​ 

en las sombras que le nacen

 

Creo como si fueran peces

los que cuelgan del silencio

 

Creo como si todo fuera nube​​ 

y la nube, un contorno de tormenta

 

Pero nada es cierto, las sombras,​​ 

el silencio y los peces,

son meramente voluntades cotidianas…​​ 

 

 

 

 

 

 

Silencio de sirenas

 

Soy sirena silenciada

por la gubia que talla la madera

Soy sirena de desierto, lagartija

y me brotan por los ojos las arenas.

 

El trigal es un demonio.

 

El pan se parece a los beduinos

que se tapan del sol con manto de agua

se comen los higos del rebaño

y a las seis,​​ ordeñan a las cabras.

 

Soy yo quien las ordeña

antes de sacrificarlas

antes de dejarlas ir por el arroyo

antes de convertir en pan los arenales

antes de morir de hambre entre los riscos.

 

Y en este trigal de todos y de nadie

admiro a los que antes que yo

se atragantaron con hierba, muriendo

de este amarillo intenso

de este ahogo de sirenas.

 

 

 

 

 

 

 

 

Solsticio de verano

A Federico Díaz Granados

 

El verano es un niño colmado de preguntas,

de luminosos barcos en la dársena.

Gracias a él, llené renglones y renglones

con respuestas, ignoro si atinadas,

cuando al leer a Ospina en voz alta,

meditamos cuántas cosas puede ser la luna.

 

Nuestros ancestros ya sabían

que remojar pan y café de olla, hermana tanto,

como nacer juntos, a los versos.

Es como expresar con palabras

colores tejidos por manos diferentes

tan iguales al poeta.

 

La pregunta surgió tan armoniosa

como el amanecer de buganvillas

en la encalada pared de un libro de poesía:

— ¿Qué ves por la ventana?

dotada de pupilas que mudan su color

según instantes y personas

(olivas, cuando hiciste la pregunta)

vi una rosa ardiente a unos metros de nosotros

y entre la ventana y su herrería,

me hablaste con lenguaje de poeta

de las torres atacadas

y el paraguas negro dibujado

con bolsillos neoyorquinos

de donde cayeron llaves y monedas al vacío.

 

Sería la fe en nuestras razones

o el breve consumir de la rosa

sobre mil metros del mar

o el mensajero que todo lo sabe

y muere después del cometido

pero me esforcé por encontrar

en el libro que encalaban tus metáforas

el verdor que fueron los cañaverales

con sus esqueletos de azúcar.

 

Después los ritos de viaje: mi cintura y tus brazos,

labios que atestiguan si las rosas han abierto

en un jardín extraño. Lo acostumbrado.

 

Desconozco si la inmensa luz de junio

que sosiega los encantamientos

de la sierra de Cuetzalan

las rosas que calcinan soles

y los que saltan en caída libre

huyendo de un incendio

aumentarán, de hoy en adelante,

la incertidumbre de escuchar​​ 

redonda poesía​​ 

mexicano palmoteo

en la azul tortilla​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ hecha a mano.

 

 

 

 

 

 

 

Voluntades cotidianas (2015)

 

 

 

Ciudades que habito

 

Me voy apropiando​​ 

de las ciudades que habito

como quien va sabiendo​​ 

los secretos del arroz con leche
el punto del atole

la muerte de los niños

el pasar de los aviones.


Los nombres de sus calles
van formando un alfabeto
en que se alinea la marcha de los transeúntes​​ 

con el nombre

de los desamparados

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de los desaparecidos

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de los ejecutados.

 

Las ciudades que habito

quiebran sus ventanas al alba

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ al alba.

 

 

 

 

 

 

 

La merienda

 

Una tarea nocturna

mi ser de niña hizo indispensable:​​ 

esperar a mi padre, habitual trasnochador,

para calentar su leche en un pocillo

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ que algún vendedor​​ 

dejó en nuestra puerta​​ 

cuando comenzaba a venderse el aluminio.

 

Le acompañaba a “beber” leche y él remojaba su pan

siempre en silencio.​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Sin reproches ni sonrisas,

sin esa calidez que yo misma padezco.

​​ 

Ahora, cuando necesita más calor,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ no encuentro el pocillo,

me digo que no conduce bien el calor.​​ 

Ahora, detesto el aluminio.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

Ciudades que habito (2016)

s/t

Sería bueno conocer las unidades del miedo, saber medirlo en metros de torturas o en litros de violencia. Años luz, quizá. En libras de vacunas o tal vez, en pasos al quirófano, en las notas altas de un pentagrama al aire libre. Saber medir algo, dicen los científicos, es poder administrarlo, cortarlo en continentes, ensamblarlo como un​​ frankestein,​​ venderlo públicamente; detenerlo, por si crece. Así, sería posible vencer al miedo.  ​​​​ 

 

 

 

 

 

Laudes para cualquier hora del día​​ (2020)

 

 

 

 

 

Rosario para difuntos

Cuarto misterio

 

Desnuda en un sueño

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ que abarca mi cintura​​ 

vago en indecisas calles​​ 

por parques de juego dormidos

midiendo la menuda ausencia

como molinos sin viento.

​​ 

Un desatino me encuentra​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ con la gente​​ 

y la vergüenza alcanza mi memoria.

 

Es el ruido del mar confinado en una caracola​​ 

este bosque donde el silencio reina

como un murmullo que enciende su figura​​ 

y alcanza la ventana​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ húmeda de nube.

 

Se acompasa al canto alguna brizna ​​ 

y se vierte en el pulso del monte​​ 

y entiendo que sola mi mirada​​ 

es, desde mi aposento

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ el cruzar de las aves agoreras

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ el fulgor del sol enrojecido

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ el rasgar de las hormigas

​​ en su lento y firme desfilar​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ al cementerio.

 

 

 

 

 

 

El movimiento de las sombras (2021)

 

 

 

 

 

 

 

Hogueras

 

Nuestro mundo acaba de encontrar otro.

Miguel de Montaigne

 

 

I

 

No importa si ciertas pulsaciones

desnudan lo sagrado​​ 

del espacio.

 

Las caricias siempre imponen su dualidad:

alborotadas abejas

esparcen su candidez

al momento de encender​​ 

la aurora.

 

Queman sus alas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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