TRANSFORMAR LO TURBIO EN ALGO BELLO
Sobre Lugares comunes, de Zulma Francelia
Po Roxana Cortés
En 1957, Gaston Bachelard publicó Poética del espacio. En este libro, el filósofo francés realizó un ejercicio antiexplicativo. Desde una visión fenomenológica, mostró que es posible abordar el espacio poético no sólo de manera estrictamente intelectual, sino también lúdica. Según él, cualquier espacio merece nuestra atención, ya que nos enraizamos con el mundo a través del modo en que lo habitamos.
Al comenzar la lectura de Lugares comunes, pensé en el capítulo III, donde Bachelard analiza el espacio a través de metáforas tanto de objetos como de palabras ordinarias. Para él, “todas las palabras desempeñan honradamente su oficio en el lenguaje de la vida cotidiana”; e incluso las palabras más habituales, aquellas que se adhieren a las realidades más comunes, no pierden por eso sus posibilidades poéticas.
Lugares comunes de Zulma Francelia se enmarca en esa poética de las posibilidades. Su libro apunta hacia un modo de compartir una experiencia inmediata del mundo. Se estructura en dos secciones (Lugares comunes y Lugares no tan comunes) cuyo hilo conductor se entreteje mediante el cuestionamiento por las raíces. Zulma se sirve de diferentes formas de enunciación, donde palpita la ambivalencia entre pertenecer o no a algún sitio. Ella nos dice:
Sueño otra vez con la lejanía de mis raíces,
con un cielo que ya no es el mismo
donde tampoco me reconozco.
Nada me quita la sensación de estorbar en la vida
y no puedo evitar preguntarme
cuál es mi papel aquí,
allá.
Zulma nació en Jalisco. Según su biografía (que consulté en algún sitio de Internet), se crió en Cuauhtémoc, Chihuahua. Luego, llegó a esta urbe vertiginosa: la Ciudad de México. Ignoro cuántos años ha vivido en esta ciudad, pero creo que entre más tiempo se vive aquí, más se emborrona o reafirma la noción de pertenencia a algún territorio. Lugares comunes muestra ese desdibujamiento. En esa medida, no me parece extraño que Zulma despliegue una especie de diario o bitácora de sus emociones. Ella calibra su voz a un ritmo y tono conversacionales; página tras página no tiene reparos en valerse de la libertad autorreferencial, del carácter confesional y una franca sensibilidad generacional.
La latencia generacional (millenial) atraviesa todo el libro. Zulma teje un cuestionamiento al cual intenta dar sentido. Se pregunta constantemente ¿quién soy?. Pero este ejercicio autorreflexivo no se agota en un monólogo. La tensión de su voz personal resuena en la voz colectiva, ahí donde podemos reconocernos porque sus poemas vuelcan malestares de nuestra época: crisis existenciales, trastornos psicológicos, estados mentales alterados, la misoginia, el insomnio y la depresión. Cada malestar se enuncia desde la experiencia citadina.
Vuelvo a Bachelard, él dice que “la ciudad es un mar ruidoso”, y esos ruidos oceánicos se presentan como un lugar omnipresente a lo largo de este libro. Trazan una cartografía urbana que remite a Walter Benjamin, pero aquí no aparecen las figuras del bohemio ni del flâneur sino una aproximación disruptiva desde la mirada femenina. En poemas como “Poder de la invisibilidad”, “Cotidiano” y “A veces el tiempo”, esa mirada se perfila en el registro testimonial:
no soy la misma de hoy
soy estas cuatro paredes que me rodean
soy un cuerpo nauseabundo
buscando encontrar
tras de sí
sus propias huellas.
Zulma ha dejado el rastro de sus propias huellas en estos “lugares comunes”, logrando aclimatar al lector en una atmósfera que genera un sentimiento de comunidad, pero no una que apunta hacia lo trascendental sino hacia aquello que emerge a la superficie. Anne Carson escribió que lo profundo es aún más profundo en la superficie. Este libro parece dejar registro de esa superficie, una donde Zulma escribe desde el yo, ese que “anda por este mundo raro y absurdo”. Un yo que superpone el tejido biográfico con el introspectivo. Ese espacio común de la experiencia del mundo contemporáneo, donde un eco reverbera y logra cuestionarnos:
(cómo transformo nuevamente
todo esto turbio
en algo bello).
LUGARES COMUNES
de Zulma Francelia
A VECES EL TIEMPO
A veces el tiempo
es un gato negro estirando las patas a media sala
lamiéndose sus partes y mirando por la ventana.
A veces es el diablo vestido de seda
y medias de red
en la esquina o en la cama.
También es una lágrima seca y blanca,
un roce insignificante en el metro,
un lunar junto al ojo
que no se sabe si estará mañana.
Y entonces el tiempo se ríe de nosotres
pensando que quizá somos demasiado tontes para existir,
porque tampoco sabemos existir,
no sabemos ni siquiera llorar.
La silla se vuelve una ausencia,
un acuerdo de sacar al perro dos o tres veces por semana,
cada quien por su parte,
como matrimonio fallido compartiendo custodia.
Mientras los libros se empolvan,
sueño otra vez con la lejanía de mis raíces,
con un cielo que ya no es el mismo
donde tampoco me reconozco.
No soy la misma de hace un año,
no soy la misma de ayer,
no soy la misma de hoy.
Y el tiempo…
El tiempo se viste de saludos cordiales,
de comidas cotidianas,
de noticias mañaneras
o de un moretón que poco a poco
va volviendo al color de la piel,
esperando su regreso.
Y de pronto se lo lleva todo,
con la prisa de un niño acompañando a su madre a una casa ajena
o como quien está de paso en un hotel y no quiere ser visto.
Y al final todo lo que tengo
ni siquiera me pertenece.
METAMORFOSIS
No tengo alas.
Nunca tendré alas.
Pero puedo ser, eso sí,
el hombre raro que despeluca a las gallinas
despiadadamente.
Que una a una
se vayan revolcando con el lodo.
Las puedo unir también
con los alambres que robé de la cerca del vecino,
ponerme una cabeza de pollo,
hacer como que vuelo,
como que cacareo,
como que pongo huevos.
Puedo también corretear niños,
dejar las huellas de mis patas flacas en la tierra
y después morir
despiadadamente
en una triste jaula.
Quisiera un frasquito para mis lágrimas,
que me coman los gusanos o la gente,
que se las unten
y también se conviertan en gallinas.
PAPEL O PIEDRA
Aquí en medio
soy como tierra en una grieta
que no puede quitarse,
como astilla que sale hasta que la piel se humedece
o hay que sacarla con pincitas para la ceja y una aguja.
Nada me quita la sensación de estorbar en la vida
y no puedo evitar preguntarme
cuál es mi papel aquí,
allá.
Quizás mi propósito es simplemente
revolcarme como gusano en agua puerca,
bailar como gusano,
vivir como gusano,
mientras mi última neurona lucha por sobrevivir
en este hueco tan inútil como tieso.
Quisiera que mis ojos fueran los de Edipo,
andar por la vida huyendo de un destino irremediable,
vivir en la oscuridad completa
para no tener que cubrirme la cara con las manos
que apestan a cigarro desde las ocho de la mañana
y se aferran a esta vida,
así como la última neurona
o como garrapata en un perro callejero.
Aún no pierdo la buena costumbre
de dar los buenos días
y echar una que otra maldición,
mientras este gastado cuerpo,
esta gastada neurona,
esta gastada vida
al fin termine de largarse.