Presentamos una selección de poemas de Dónde empieza el hombre de Marino Berigüete (Barahona, República Dominicana, 1962). Es poeta, escritor y diplomático. Miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua. Ha publicado libros de poesía, ensayo, literatura infantil y novela. Entre sus libros de poemas destacan Mujeres y Odas a Barahona; de ensayo El despertar de las palabras; de cuentos Trece cuentos supersticiosos del sur y Gotas de agua, así como la novela El plan Trujillo. Ha colaborado como articulista en distintos periódicos, como Última Hora, La Nación, El Siglo, entre otros, y ha sido profesor en las universidades Central del Este y Pedro Henríquez Ureña de Santo Domingo.
DÓNDE EMPIEZA EL HOMBRE
I
¿Dónde empieza el hombre?
¿En mis manos
en mi ser
o en el otro ser que nos mira y piensa?
¿O empieza en un otro vientre
o en la imaginación de un otro hombre
que al menos grita
para saber si existió
o si yace debajo de la tierra?
¿Dónde nace el primer impulso?
¿En la caricia de un vendaval
o en el susurro del pensamiento?
¿En los pliegues del alma
o en el reflejo de un mirar perdido
donde el eco de una vida
se cuestiona y se expande?
¿Dónde se gesta el primer suspiro
en el latido de un corazón
o en el temblor de una mano?
¿En el vientre del tiempo
o en la sombra de la memoria
que busca en las raíces profundas
que confirmen su existencia?
¿Dónde surge el primer grito?
¿En la boca del silencio
o en la garganta de la eternidad?
¿En la entraña de la tierra
o en el vuelo de un sueño
clamando por ser visto
por ser escuchado
por saber si fue?
II
Mis manos exploran aquello que nos obliga a quitarnos la piel
para descubrir si un alma escondida
o construir una torre
para ver si un horizonte
o lanzar un grito
para saber si un eco
o abrir los ojos
para comprobar
si estamos despiertos.
Mis pasos persiguen aquello que nos incita a caminar sin rumbo
para sentir si un camino trazado
o dibujar un mapa
para entender si un destino
o plantar un árbol
para ver si raíces
o seguir un río
para comprobar si un mar.
Mi voz clama por aquello que nos lleva a romper el silencio
para escuchar si existe una respuesta
o escribir un poema
para saber si palabras
o abrazar la sombra
para ver si la luz
o cantar al viento
para comprobar si hay vida.
III
El fondo de las cosas no es el ser ni el no ser.
Es esencia que se escapa entre los dedos
luz que parpadea en el horizonte
latido que vibra en el vacío
gesto que se disuelve en la memoria.
El fondo de las cosas no es el principio ni el fin.
Es viaje sin mapas ni destinos
suspiro atrapado en el viento
reflejo que se pierde en la noche
pregunta que no espera respuesta
El fondo de las cosas no es la forma ni la ausencia.
Es chispa que se esconde en la oscuridad
sueño que despierta en el alba
melodía que danza en el silencio
mar que se funde con las lágrimas.
El fondo de las cosas es misterio sin nombre.
Presencia que nos envuelve sin saberlo
realidad que se asoma a la orilla
tiempo que decide detenerse.
IV
Mi niñez conocía los secretos
de los vientos que no soplan los ríos que se detienen
en el aire las sombras que se desnudan
al mediodía las palabras
que flotan sin destino.
Mi niñez entendía los silencios
que cantan en la madrugada las huellas que caminan
hacia adentro los espejos que reflejan el vacío y las historias
que se escriben
nunca.
Mi niñez recuerda los colores
disueltos en la luz todas las puertas que no se abren
ni se cierran esos relojes que se olvidan
del tiempo y las miradas
que buscan lo invisible.
Mi niñez era un mundo antes del mundo
y sabía de los sueños sin dueño
y de los caminos que se trazan en el aire
y sabía ya de los hombres que se detienen
en el papel.
V
En el núcleo de todo cuanto somos
no es la luz ni la sombra.
Lo habla la brisa que se quiebra en el ocaso
una pared de tiempo que descansa en su vacío
y estos ojos míos que se reflejan en lo profundo.
Como todas las visiones que se disuelven al tocar.
En el centro de todo cuanto existe
no es el sonido ni el silencio.
Me lo revela el sonido que se esconde en el viento
una frontera de sueños que roza la realidad
y esta voz mía que se desvanece en el abismo.
Como todos los ecos que se apagan al nacer.
En el corazón de las cosas
no es el ser ni el no ser.
Me lo enseñan las hojas que se caen en el otoño
un horizonte de ausencias que dibuja la memoria,
y este pensamiento mío que se vuelve sobre sí mismo.
Como todo pensamiento que se pierde en la comprensión.
VII
El viento se adentra
la luna
se desplaza
en la penumbra
la luz respira
tranquila avanza
fluye
La luz late
La sombra se extiende y se vuelve
noche
el viento juega
con pasos ligeros
La luz
La oscuridad suspira
La nada solitaria
el silencio acompasado
el tiempo emerge
en el mañana
disolviéndose
El presente en tus ojos
Las horas se cruzan
el tiempo es flujo
el cuerpo se descompone
lo real persiste
el mundo es mundo
Tú y yo no somos nada.
VIII
El aire es el vehículo, más aún, el asidero de la palabra.
Georges Didi-Huberman
El vacío se convierte en alas
en un susurro que despliega
la esencia de lo intangible.
El horizonte se abre
no como límite
sino como puerta
esa que lleva hacia lo que no
se nombra.
El viento no es sólo aire
es la caricia de lo eterno el impulso
que transforma la caída
en un nuevo vuelo.
Y el ave —que es y no es ave—
comprende que morir
es sólo otra forma de ser
un desliz hacia el abismo
donde todo se renueva.
Ahí la gravedad se desvanece
y el espacio se pliega
sobre sí mismo
abrazando al pájaro
que no deja de volar nunca.
Ahí el vacío revela su secreto:
no hay final
sólo un perpetuo comienzo
un círculo donde la caída
se convierte en ascenso
donde el viento es el eco
de un vuelo sin fin.