Poesía mexicana: Vicente Quirarte

Vicente Quirarte (1954) está cumpliendo setenta años y lo celebramos leyendo su poesía. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Colegio Nacional. En 1991 recibió el Premio Xavier Villaurritia y en 2011 el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde. En año 2000 se publicó en la colección Ensayos y Poemas de la UNAM Razones del samurai. Poesía reunida 1978-1999. Su primer libro de poemas fue Teatro sobre viento armado (1979). La miel de los felices es su título más reciente. La fotografía de portada es de Rogelio Cuéllar.

 

 

 

 

 

 

 

Encuentro con la nieve

 

Nevó toda la noche y amanece

la tierra inmaculada.

Quién pudiera decir que bajo el manto

prepara su verdor la primavera.

Si la pureza existe,

qué semejante es a la nieve:

hoja blanca que el mundo nos concede

para probar que nada permanece

 

 

 

 

 

 

 

Puerta del verano

 

IV

 

Una mujer y un hombre pueden, por ejemplo,

entrar en un hotel (ese templo escondido

que de sólo invocarlo se aparece)

y amarse a plena luz del día.

 

Pero una mujer y un hombre deben antes

entrar en un cine aunque jamás se enteren

de lo que ocurre en la pantalla

y él mire la pelusa de durazno en su mejilla

y ella le oprima el muslo cuando sienta miedo.

O una mujer y un hombre pueden

salir a caminar y que la mano de él parezca

prolongación de la cintura de ella –o viceversa–

y que entonces sea mayor la cadencia

del caminar de la mujer

(porque a eso sólo se parece

un barco bogando en altamar

algunos días de primavera),

o pagar el café ya frío cuando los ojos

y las manos han dicho sí mil veces.

Y ya sin tocarse, hacerse o decir nada,

una mujer y un hombre pueden, finalmente,

entrar en un hotel y darse el cuerpo,

dejar abierta la ventana para dejar que pasen

la brisa caliente de los parques y el recuerdo

de los que salen del cine,

del tintineo de cucharillas con tazas,

de la débil voz que va diciendo “así”.

 

 

 

 

 

 

 

vi

 

Debe ser, ante todo, más que bella,

y toda la belleza que no use

ocupe hasta las horas de su ausencia.

Debe ser bellísima

y estos versos acepten que su aliento

es materia inferior a lo que cantan.

Ha de ser tan hermosa​​ 

como su cabellera azotada por el viento,

caballos que entran a una ciudad de madrugada

o pueblo que desfila después de la victoria

entre besos y flores de muchachas.

Ha de saber besar tan suavemente

que parezca un lápiz HB

en una hoja de papel Fabriano,

o ha de volverse ola encabritada

con la violencia sin retorno de la tinta.

Ha de ser pero tan bella

que su nombre se pierda y su recuerdo

imprima un sello de agua en mis cuadernos

y en mi hambre y mi sed y mi derrota.

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuerpo encarcelado

(Fragmento)

 

IV

 

Cuando te tiendes, desnuda y bocabajo, tu espalda me mira aunque tú duermas: tranquilo mar con su rebaño de islas que, a pesar de la poesía, bautizamos pecas. Nadie sabe que allí late un sueño no realizado de Dios. ​​ El ritmo de tus pechos, la última gota de sudor, el cabello vertido en las almohadas, como si aun dormida construyeras un mundo de nombre tan real como tu ropa que levanto en mi camino al baño. Más allá del deseo de besarte y confirmar en la caricia –inútilmente mi pasión– comparto el cansancio de Dios tras concebirte, esa fatiga que sólo es privilegio de quien ha ocupado el día de sur a norte, seguro de que mañana es una hoja en blanco invadida por palabras que, si antiguas, cobran nuevo sentido en cada acto.

 

 

 

 

 

 

 

En la anarquía del silencio todo poema es militante

 

El reloj

que después de las cuatro me enloquece

dice que te acercas

con la alegría de una marcha en primavera:

sólo tu boca es tan roja

como las banderas que luchan contra el viento.

Sólo tu piel tiene la luz

para los ángeles ciegos de mis manos.

oh, camarada mía,

cuando haga saltar uno a uno​​ 

los botones de tu blusa

comenzaré por hacerte confidencias:

yo milito en la Liga de tus Medias

y más que discursos mi praxis será incendio

que arranque la raíz de la costumbre.

 

No hay capitulación:

sólo ocupar tu epidermis al milímetro,

chocar las molotov de nuestras bocas,

brindar en honor del viejo Hegel

y al tocarte los pechos confirmar

la irrevocable ley de los contrarios.

 

 

 

 

 

 

 

Lesson one

 

Estaré explicándote​​ 

la diferencia entre​​ shall​​ y​​ will,

diciendo que la primera forma

resulta ya anacrónica

cuando me dé cuenta de que el día

no es el que veo por la ventana

sino el que nace,

turbulento y diáfano, entre tus piernas

(un pájaro corteja a su hembra

en los cables de luz).

 

Diré esos claveles necesitan agua

cuando comprendas que​​ oo​​ se pronuncia​​ u

y que no se explica por qué​​ blood

(como nadie podría explicar la resistencia

de tu sostén de encaje veneciano).

 

Haré más larga aún la consonante en​​ hard

y no podré pronunciar la palabra​​ theater

porque la voz se me irá mucho antes.

Seguramente en esta primera lección

no quedará muy clara

la teoría general de los tiempos

porque cuando comienzo

a explicarte los verbos auxiliares

siento que tu aroma y tu piel son ya los míos

mientras te digo que leamos la parte que nos toca

de los viajes de Gulliver.

El primer beso es más largo

que el tiempo en que explicamos vocales y diptongos.

Y al tiempo en que descubro el mar entre tus pechos

miro en el suelo el libro abierto

en la página donde Gulliver yace náufrago en la arena

ante la mirada absorta de los de Lilliput

y por la ventana

el pájaro logra a su nueva compañera.

 

 

 

 

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