Gabriel Gargurevich (Lima, 1975) es periodista, escritor, profesor y músico. Ha sido coeditor de la sección Política de La República y periodista de la sección Sociedad de ese diario, así como editor de la revista de modas Para Ti Perú. Fue periodista y subeditor de la revista Cosas Perú por siete años. Colabora con el suplemento El Cultural del diario El País de Uruguay. Fue compositor, guitarrista y vocalista de la banda nacional El Ghetto. Su primer libro, 8 Mujeres. Retratos de peruanas que encontraron el éxito (y el poder), fue publicado por Penguin Random House. Su primer libro de poesía se tituló Serpiente Underground y publicó una novela titulada Más de la cuenta. Su segundo libro de poesía es Pogo en el bosque.
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Amante del ritmo
Una vez que saltan al papel hay que darles luz, así acuchillen tus ojos, palabras oxidadas se graban en las paredes frías, fantasmas en las grietas esculpen, purga plateada en los ojos del sueño.
Amante del ritmo, me muevo, una sirena de madrugada, comulgo tortugas y vino, las piernas anzueladas, atadas a una nube de metal, vuelvo al mar dentro de una botella.
Amante del ritmo, mis sueños son sucios y asesinos, matan, la gente tira piedras desde abajo, se clavan en el azul del cielo, voy esquivando nubes, caigo en los brazos de un cantante de música popular, padre y madre de la creación.
El dedo medio está chueco, no tiene arreglo, si quisiera tocar la guitarra no podría, escribo, sigo el ritmo de las ardillas en los cables de luz, muy temprano en la mañana, mis pensamientos son palomas dispersándose luego de un disparo.
Escribo enfermo, condenado, una sirena de madrugada, de la mano de todos los demonios, somos raíces animadas y antes de eso, nada, luego de eso, nada, un ligero soplido de fuego es algo por lo que uno merece vivir.
Mejor revivir en un mausoleo que se cae a pedazos, los dedos de los muertos se enredan con los cables que se templan, se anudan y siguen su curso; la corriente se ramifica, continua, palomas de brea en los cables, cierro los ojos, se oye un disparo, se dispersan, luz acuchilla mis ojos: mi casa es un diamante.
El hombre canta de noche (bis).
De día también.
A expensas del bosque
Entonces decidí seguir senderos de árboles simétricos
Monjes impartiendo bendiciones
Luces que desintegran la vereda por la que camino descalzo
Pétalos sagrados besos de árboles tristes cenicientos
Regreso al bosque soñando fugas de cielos que abrazan
Y reparto soledades como monedas sagradas
Que se entierran en las raíces de amores ocultos
El precio a pagar por una vida seca
Que renace contra el viento corpóreo multiplicador de almas
Donde amarro a falta de cuerpos mis venas liberadas
En el aire melancólico feliz
Que acaricia la traición la locura y la orfandad
De los vasos a medio tomar
Del tabaco a medio fumar
De la cena que se va por la borda de un barco oasis fantasmal
Que pasa por el bosque citadino al son de una sinfonía olivar
Los rostros resplandecen de tristeza
En las columnas talladas de un palacio virreinal
para decapitados
Por las dagas del amor que se marchita
Como los olivos que nadie mira en el suelo
Y las setas acogen con ternura
A los corazones sangrantes en fuga
De pechos santos mientras la ciudad dormía
Y yo soñaba caminando con los pies ampollados
A expensas del bosque contorneado por la niebla
que sale de mi pecho
Olvidado Mendigo Callejero
Adicto a los placeres metafísicos de muelles coloridos
holográficos
Cuyo rechinar salta de la caja musical
Los payasos llevan tacones y labios de mujer
Caminan como yo todo torcido inexistente
Nadie soy yo
Un tronco es un ojo cuya
lágrima me fosiliza
Y en el amanecer revivo