Víctor Ruiz Velazco (Lima, 1982) dirige el sello editorial Lustra Editores desde 2004. Bajo el título de Barlovento (Paracaídas Editores, 2012) reunió sus primeros cuatro libros de poesía. Por el libro Fantasmas esenciales (Campodónico Editor, 2012) recibió el Premio de Poesía José Watanabe Varas. Con El fin de la poesía ganó el Primer Premio del Festival de la Lira en Cuenca. Es editor de Planeta de Libros Perú.
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Principio de incertidumbre
Te enamoras de alguien que pasa por la calle y en sesenta segundos te imaginas una vida plena con esa persona, luego intentas seguirla entre la multitud, aun sabiendo que no le hablarás porque no soportarías que ella no quisiera conocerte. La sigues y empiezas a sincronizar tus pasos con el ritmo de sus pulsaciones, con sus latidos: te tiene y nunca lo sabrá; esa será tu victoria, tu pequeña hazaña, la cual habrá de recordarte tu fragilidad, tu soledad en aquel bosque al que has ingresado como cazador solo para ser devorado por tus propios perros de presa. Aunque te victimices, sabes que es mejor que sea así; no soportarías el peso de la realidad, descubrir un lunar en su rostro perfecto. No. No se trata de amor. Eres Acteón y te buscas. Tu mirada te busca. Te han matado, y el ciclo vuelve a iniciar.
Ciudades imaginarias
Una buena novela es como subir a un taxi en A y decirle al conductor «toma esta ruta que siempre uso para llegar a B». Entonces el conductor toma un desvío «para llegar más rápido», afirma. Después de dos desvíos más, ya no sabes dónde te encuentras y eso te asusta. Piensas que algo anda mal. Esperas no toparte con una luz roja porque de seguro se suben dos sujetos que, en complicidad con el conductor, terminarán por robarte hasta la dentadura. Tres luces rojas después, aún no te han robado, pero no puedes evitar sentir ese sudor frío bajando por tu espalda. Sabes que algo malo está por pasar, pero lo trágico es no saber el momento exacto. «¿Opondré resistencia o dejaré que solo suceda?», piensas. En el momento siguiente empiezas a sentir que te asfixias y el pecho se te va cerrando. No puedes pasar saliva sin hacer un ruido demasiado grotesco por fuerte. Sabes que no aguantarás mucho más… Y entonces, cuando estás a punto de lanzarte del taxi en movimiento, este se detiene y descubres que acabas de llegar a B, diez minutos antes que si hubieras tomado la ruta de siempre
Ser normal
Ser normal es estar negado. Puedes ser gordo o flaco, alto o pequeño; algunas personas realmente pequeñas o realmente altas viven de su tamaño. Pero nunca es bueno tener un tamaño promedio. Puedes ser bello o feo. Puedes tener el tabique desviado. Eso sin duda sería una marca de masculinidad. Motivo de infinitas historias que irás mejorando con el paso del tiempo, delineando y detallando cada vez más sutilmente, tanto que aprenderás a degustar el momento en que tu nariz dejó de ser una réplica perfecta de la nariz de Alain Delon. Ese golpe, esa fractura, esa desviación que nunca buscaste corregir será sin duda tu gran victoria. Y también tu pequeña victoria sobre la propia genética de tu madre y la giba que te heredó y que, aunque mínima, palidece enteramente, desaparece en el camino en que tomó tu tabique a consecuencia de ese golpe artístico, magistral. Golpe de suerte, como todo lo genial. En cambio, ser exactamente igual a lo que se asume como la media de la población es frustrante. No tener un rasgo distintivo que provoque la idea del fetiche en quien te dice lo que eres reduce tus posibilidades de ser algo más que un nombre. Y es que todos quienes destacan en algo tienen un nombre y un epíteto. Desde Héctor, el del tremolante casco, hasta El colorado Franco. Ser Franco, a secas, sería realmente trágico. Puedes ser inteligente o tonto, lento. Tener un CI de 75 es símbolo de nobleza. Tener un CI de 132 o más es importante para que la nobleza vuelva a sus viejas costumbres de mecenazgo. Tener un CI de 90 es impropio. Ofensivo. Devastador. Ser normal es estar condenado al fracaso.
Recordatorio
Cuando escribes una novela no importa por dónde vayas, no importa que tomes atajos o desvíos, no importa incluso perderse si al final vuelves a la senda. Recuerda solo dos cosas: en primer lugar; se trata de la senda que solo tú puedes transitar; también que tarde o temprano todos los caminos conducen a Roma, o a B. Estas máximas no serían de ayuda si, por sobre todas las cosas, no logras entender que lo verdaderamente importante es saber exactamente dónde se encuentra Roma y dónde B.
Círculo Hemingway
Quizá la conciencia trágica de la vida de la que están imbuidas las narraciones de Hemingway pueda resumirse en solo un par de datos de su biografía: cuando el escritor tenía nueve años firmó en el libro de visitas de una familia amiga «Ernest Hemingway médico». Muchos de los cuentos en que aparece el niño Nick Adams junto a su padre, médico rural, se basan en la reconstrucción de la memoria que realiza Hemingway de sus días de infancia junto a su padre, un médico-ginecólogo naturista. En uno de los viajes que Clarence Edmonds, padre de Ernest, realiza para asistir a un curso de capacitación en la clínica Mayo, impactado por la belleza del lugar, envía una postal a su ya entonces joven vástago haciendo votos para que llegado el momento este pueda llegar a estar también allí.
Como sabemos, finalmente Hem no siguió sus pasos, en cuanto a su elección profesional; pero como una especie de máxima que nos dice que debemos tener cuidado con lo que deseamos, el autor de «El río grande de dos corazones» y «La breve vida feliz de Francis Macomber», entre otros, llegaría a la clínica Mayo, no como médico sino como paciente para someterse a los veinticinco electroshocks con que buscaron combatir la depresión que, junto a todas las penurias que pasó en dicho lugar, afianzarían su determinación de quitarse la vida, como su propio padre lo había hecho años atrás.
Del Eros resarcido
El último capítulo versa sobre la forma en que son hechas las alfombras persas. Cómo pasan de ser algo ornamental a encerrar el espíritu de su artífice. Lo increíble de que ninguna sea igual a otra, a pesar de que la técnica es siempre la misma (en realidad son dos, y acaso la única distinción resulte en el modo en que es anudada la fibra a la trama). Cómo este oficio pasa de ser algo hecho por un hombre a ser lo que identifica a una nación, un país, aquello que remite a toda una cultura, una religión y su mirada compasiva del mundo. Cómo este oficio se convierte en un arte y el arte en una forma de experimentar la presencia de lo divino: una forma de vida que aspira a la perfección que, finalmente, rechaza por decisión propia, por simple humildad.
Las verdaderas alfombras, las más valiosas alfombras persas, siempre tienen un hilo suelto. Jalando ese hilo podrías reducir la obra de arte a un estambre que le serviría de entretenimiento a un gato. Jalando ese hilo ―tal vez este— se puede borrar los estampados de colores, las imágenes impresas; cada una de las cuales tiene un significado particular de acuerdo a la posición en que se encuentra ubicada y en la manera en que interactúa con otros símbolos dispuestos en el lienzo: lenguaje, escritura y creación unidos indisolublemente por la trama. Jalar este hilo suelto hasta hacerlo solo hilo, con sus dos puntas, parecería posible solo para quien no sabe en verdad apreciar la belleza, o para quien no desea compartirla con nadie. Yo he jalado el hilo que unía al narrador con Odette, porque nunca volverían a ser los mismos que fueron antes de la llegada del amor, cuando todo era posibilidad y deseo. No necesito adivinar cómo acabarían en algunos años si él, montado en el valor del cual carece, fuera a su encuentro galopando olas y nubes, o si ella decidiera venir al suyo, dejando su verano y su sol: él volvería a ser solo un hombre, entonces, y ella solo una mujer, y eso nunca sería suficiente para ninguno. Nunca más tendrían La Punta ni el deseo de ser arrestados por besarse en plena vía pública. Con los años, después de hacerle el amor, el narrador, ya no la abrazaría y se daría media vuelta para poder dormir plácidamente. Tal vez entonces a ella tampoco le importe que nuestro narrador duerma plácidamente después de hacerle el amor. Quizá para entonces ella prefiera no hacer más el amor con el narrador. Esas son solo suposiciones, pero lo cierto es que nunca volverían a ser los mismos que fueron antes del amor y eso es trágico y bello.
De esto se trata todo: un único hilo que ha atravesado toda la trama del telar para componer
un mundo antes inimaginable de color y belleza. El espíritu de su artífice ha sido encerrado aquí, en una de estas líneas tal vez. Pero el espíritu, así como todo lo que viene del hombre, no le pertenece al hombre, al artista, ni a ningún otro que no sea Dios; esta es su conexión entre Él y su creación. Es por eso que las verdaderas alfombras persas tienen un hilo suelto, para ser deliberadamente imperfectas y no competir contra Dios. El amor es para Odette y para el narrador ese hilo suelto. Ellos cambiarán después de su llegada. Empezarán a dar todo por sentado, incluso el amor, y ese sería el comienzo de su debilidad. Y es que el amor se hace eco de cualquiera, recuerda el narrador, mientras piensa en Odette. Acto seguido jala esta cuerda, porque nunca irá a su encuentro y porque ella no vendrá al suyo. Porque saben que basta con uno para que lo suyo no prospere, pero ninguno desea ser quien lo eche todo a perder. Han amado tantas veces y tan mal que aún pueden hablar del amor sin ruborizarse. Y sí, fue real entonces. Están seguros. Quizá hasta lo entienden: se entregaron y nunca más volvieron a ser de ellos mismos; la muestra, nuevamente, son ellos, antes de la llegada del amor que arremete como lo más real después de la muerte. Pero nada es real, a fin de cuentas, todo está sugerido por un juego de encajes fantásticos que deslumbran la mirada, los instintos y nuestro más elevado sentido de la piedad. El narrador no irá por Odette porque ella le ha mostrado el amor y con esto solo le ha dejado a cambio la posibilidad del quebranto. El narrador decide, entonces, por primera vez sin duda alguna, jalar esta cuerda, aparentemente infinita, que no tendrá a Odette atada del otro lado. Después de todo tuvieron un día solo para ellos dos, ¿quién puede aspirar a tanto en una vida plagada de desencuentros? Ese habrá de ser su triunfo sobre el amor, dice para sí: un día perfecto que recordará siempre, aunque nada sea perfecto. Pero eso lo sabe, nada tiene por qué ser perfecto.