André Bretón, en el prefacio que prepara para la edición bilingüe de Brentano en 1947 en Nueva York, recuerda: “(…) unos días antes me había regalado su Cahier D'un Retour Au Pays Natal, en una pequeña edición que formaba parte de una revista de Paris donde el poema había pasado inadvertido en 1939, y este poema no era nada menos que el más grande monumento lírico de su tiempo. Me concedía la certeza más rica, aquella que no se puede esperar nunca de uno mismo: su autor había apostado por todo aquello que yo siempre había creído justo y, de manera incontestable, había ganado.” La presente traducción es de Gustavo Osorio de Ita.
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Cahier D'un Retour Au Pays Natal
(Fragmento)
Al filo de la mañana, el viento de ayer que se alza, la traición de las lealtades, el deber incierto que se escapa y esta otra pequeña mañana de Europa…
Partir.
Así como hay hombres-hiena y hombres-pantera, yo sería un hombre-judío
un hombre-cafre
un hombre-hindú-de-Calcuta
un hombre-de-Harlem-que-no-vota
el hombre-hambre, el hombre-insulto, el hombre-tortura
de quien, en cualquier momento, alguien podría apoderarse y hacerlo rodar a golpes, matarlo –matarlo perfectamente– sin tener que dar cuenta de nada sin tener que rendir ninguna excusa sin señalar a nadie
un hombre-judío
un hombre-pogromo un paria
un mendigo
pero, ¿matamos al Remordimiento, hermoso como el rostro en estupor de una dama inglesa al hallar en su sopera una calavera de Hottentot?
Yo redescubriría el secreto de las grandes comunicaciones y de las grandes combustiones. Yo diría tormenta. Yo diría torrente. Yo diría tornado. Yo diría hoja. Yo diría árbol. Yo yacería humedecido por todas las lluvias, por todo el rocío. Cabalgaría como sangre frenética sobre la lenta corriente del ojo de las palabras en caballos locos sobre retoños frescos sobre coágulos en toque de queda sobre los restos de un templo hecho de piedras preciosas lo suficientemente lejos como para disuadir a los mineros. Quien no me comprendiese, no llegaría a escuchar jamás el rugido del tigre.
Y ustedes fantasmas tornándose azules por la química de un bosque de bestias perseguidas por máquinas retorcidas por un árbol de azufaifa con carne podrida por una cesta llena de ostras de ojos por un lazo de lanas cortadas en el hermoso sisal de una piel de hombre yo para ustedes tendría palabras suficientemente vastas como para contenerlos y a ti también tierra tendida tierra ebria
tierra gran sexo elevado hacia el sol
tierra gran delirio del manto de Dios
tierra salvaje surgida del mar para hacerse estrecha y en la boca un tufo de cecropias
tierra cuyo rostro tormentoso sólo puedo comparar con el bosque virgen y loco que desearía poder mostrar como rostro para los ojos indescifrables de los hombres
me bastaría un sorbo de tu leche de jiculi para descubrir en ti siempre a la misma distancia del espejismo – mil veces más nativa y dorada por un sol que no atraviesa ningún prisma– la tierra donde todo es libre y fraternal, mi tierra
Partir. Mi corazón vibraba por enfáticas generosidades. Partir… arribaría suave y joven a este país mío y le diría a este país cuyo limo forma parte de la composición de mi carne: “He deambulado largo tiempo y vuelvo a la fealdad desierta de tus heridas”.
Vendría a este país mío y le diría: “Abrázame sin miedo… Y si no sé sino hablar, es por ti que hablaré”.
E incluso le diría: “Mi boca será la boca de las desgracias que no tienen boca, mi voz, la libertad de aquellos que se desploman en los pozos de la desesperación.”
Y al llegar me diría a mí mismo: “Y sobre todo mi cuerpo así como mi alma, que tengan cuidado de no cruzarse de brazos en la estéril actitud del espectador, porque la vida no es un espectáculo, porque una mar de dolores no es un proscenio, porque un hombre que llora no es un oso que baila…”
¡Y he aquí que he llegado!
De nuevo esta vida que cojea delante de mí, no esta vida, esta muerte, esta muerte sin sentido ni piedad, esta muerte donde la grandeza crasamente fracasa, la deslumbrante pequeñez de esta muerte, esta muerte que cojea de pequeñez en pequeñez; estos golpes de pala de pequeñas avaricias sobre el conquistador; estos golpes de pala de los pequeños esbirros sobre el gran salvaje, estos golpes de pala de las pequeñas almas sobre el Caribe con sus tres almas,
y todas estas muertes inútiles
absurdas bajo el chapoteo de mi conciencia abierta
trágicas futilidades iluminadas sólo por esta fosforescencia y yo solo, brusca escena de esta mañana
donde ocurre el hermoso apocalipsis de los monstruos y después, volcado, se calla
la aún caliente elección de cenizas, de ruinas y de hundimientos.