Cómo empezó / cómo va (Una introducción)
Afloré del sueño una noche, mi espalda un lío tenso, y conduje en reversa
desde lo idiopático hasta lo que supuse eran glorias
cada escena una indulgencia de un cuerpo que poseí.
Uno fue cargado sobre otros cuerpos, flotó sobre ellos, ingrávido.
Otro se enhebró a sí mismo, un cuarto de dos parejas, en maniobras intrincadas.
Intercambió parejas de baile fácilmente.
O tropezó con un extraño a su casa. La vigilé
esperé a que el sol saliera
y mientras veía por la ventana
se fue, envejeció
durmió junto a su (nuestra) madre muriendo.
Juntas escuchamos el traqueteo hacerse más foráneo que cualquier acento
hasta hacerse acento puro,
inaudible.
Se tardaba tan poco en llegar del apartamento al hospital.
Trataba de escribir un libro sobre mi madre
y los cuerpos hacían por alejarse de ella,
procurando placer.
Con mi cuestionable cuerpo cincuentón los arrebaté del goce
a este sitio,
para mapear donde el miedo comienza
para las niñas, para las mujeres.
Lo que intento decir es que este libro es todavía sobre mi madre
que en su ausencia me he criado una vez más con inquietud
pues así es como crío yo.
Me hablé, el único recurso cuando eres
invisible.
Pero luego escuché a alguien caminar atrás de mí, cuando era un cuerpo al que
otros seguían.
Una mujer fue metida a la fuerza a un carro en la boca opaca
de un estacionamiento, y los ojos que no cuadraban lo presenciado a los cinco años
son los mismos con los que ahora veo.
Las lecciones acumulativas, el miedo.
Debí saber que ser mi propia testigo era de por sí un riesgo. Cómo puedo
ver eventos desarrollándose cuando mi cuerpo es completamente sintomático
de otros cuerpos,
incluido el propio.
El problema con la memoria es que solo las palabras pueden re-crearla para los demás.
Cada palabra es su pasado y deseo
para un futuro.
Cada palabra, cada enunciado, un fragmento.
¿Y cómo puedes desenredar de la narración los motivos del hablante?
¿No es la segunda persona una forma de esconderse? ¿Por qué no usar simplemente el Yo?
Mi hija dijo, abrazándome, soy un percebe y si me apartas
moriré.
Me ha tomado dos décadas idear una buena réplica para cada retoño.
Te sorprenderían todas las mejoras en la iluminación del baño, la fea
observación frente al espejo
difusa luego clarificada
las palabras del amante desvaneciéndose con el vapor
para dejar al libro aparecer.
Un libro ordenado en prosa y con punto de vista. Para atestiguar mi cuerpo como una
cosa distante que se reúne a través del tiempo para completarse.
Escribí enunciados que no se cortan. Busqué una narrativa lógica para ordenar
la mezcolanza de la memoria.
A veces quería confundirme por otra y decir, Disculpa, no eres a quien buscaba. Perdón por molestarte.
Las opciones no eran opciones, los espectaculares eran informativos e
hipercríticos mientras viajaba para recuperar cada una y encontré en el camino
una hija. No usé un mapa
y sin embargo ella estaba en un territorio intensificado con mi madre
y su madre antes que ella
otras madres y otras hijas.
Estoy hastiada pero ahora sé que mi miedo es un mapa preciso, incluso si la memoria es
menos que fidedigna.
Y las lecciones nunca estuvieron en otra parte, sino en la joroba
de los hombros cara a la pantalla de algo que he escrito y
borrado un millón de veces antes.
A la tecla de retroceso le gustaría que suprimiera la dolencia del relato, hasta
que el relato se haya ido y se mueva libremente.
Cuando llegue al océano, prometo botar un top de bikini
que nunca hizo mucho por el alma.
Por ahora, dejaré a mi hija este libro como un manual, como reliquia de familia, como
el vestido de bodas de mi madre en la parte inalcanzable del armario; tan glamoroso
como aciago.
¿Lo harías?
1.
¿Cargarías a tu hija en la espalda a través de un río?, ¿le pedirías a alguien que la pusiera, sabiendo que morirás, al borde de una carretera fronteriza?, ¿la bajarías del último bote que se llena rápido como un cucharón?, ¿sería acaso sacada y arrojada como pez a otro país?, ¿orarías por una gentileza para mantenerla a flote cuando su cama se hundiera bajo el peso de un extraño?, ¿esperar y esperar por ella, sabiendo que está muerta? Está viva y lo único que conservas de ella es un número escrito en la palma. ¿Llamarías y serías transferida y puesta en espera?, ¿su mano solo la memoria de su mano cuando tenía siete años?, ¿cómo se vería su mano ahora?, ¿nunca la olvidarías?, ¿te contactaría cada noche, una imagen que dibujó bajo su cuna?, ¿pisarías un barco oscilante, sus casi tablillas, sus casi remos, y que te la entregaran como un saco pesado de tiernas fortunas?, ¿le gritarías para acallarla?, ¿llorarías cuando ella no ve?, ¿pensarías, Moriremos, viviremos, nada puede hacerse, hemos vendido todo, todo desapareció?, ¿tomarías un avión, un autobús, un tren?, ¿caminar y caminar y soñar con sombra?, ¿le cantarías cuando esté demasiado sedienta, demasiado cansada, demasiado famélica?, ¿volverías a pronunciar en tu lengua el nombre que la aleja de ti y lo sentirías apretado como un tornillo?
2.
En el puesto de control fronterizo, el centro de detención tras ella, una mujer pregunta por el megáfono, “¿Cómo se siente cuando pierdes a tu hijo por un minuto en el supermercado?”. ¿Qué si ese minuto se volviera una hora, un año, una vida?, ¿correrías por los pasillos, las calles, tu cabeza? Como la vez que pensaste haber dejado a tu hija en el campamento bajo el sol del oeste de Tejas, cuando todos se habían ido al museo de arqueología. ¿Cómo la imaginaste esa noche, un lobo solitario rondándola, una manada de hombres? Esta es la segunda protesta en cuatro días. Para llegar aquí, tuvieron que caminar un sendero largo, láminas de arena cortando diagonalmente en sus rostros. Olvidaste el cartel que tu hija hizo, un díptico de una sirena sumergida en el océano cantando, sus brazos, su cabello ondulando sobre ella libremente. Y junto a ella, la misma sirena—sin notas musicales orbitando su cabeza, su cabello lánguido—en una jaula diminuta. El cartel podría haber protegido a tu hija de los elementos. Cuántos discursos más, ella quiere saber, al tiempo que a un actor de tu infancia se le pasa finalmente el megáfono. Su padre y tú toman turnos cargándola de vuelta al carro.
3.
Paseaste en canoa por el río esa mañana. Tu hija al frente, tú atrás, cada una remando con desprecio por la otra, mandando la canoa a la ribera. Seguías olvidando las instrucciones del guía: cuando te dirijas hacia una roca gigante, lanza tu cuerpo no hacia adelante, sino hacia atrás. La insultaste mientras desatracabas la canoa de isletas pedregosas o fuera del fango con tu remo. “Estoy haciendo todo el trabajo”, le dijiste. “Estoy muy cansada”, respondió. Esa noche ella suplicó dormir en la tienda de campaña con las otras niñas, y ansiosa de estar a solas, para completar un pensamiento, la dejaste ir, a encerrarse en paredes de nailon. Ahí fue contada la historia del padre enojado que asesinó a niñas de cerca de diez años, así que ella te buscó a mitad de la noche y pidió que la dejaras volver a entrar. Se durmieron tomadas de la mano, y mientras el colchón de aire se desinflaba, su cuerpo se dobló en el tuyo. En la mañana, cuando besaste la frente húmeda de tu hija, ¿podrías habértela imaginado fría como el piso de cemento?
4.
Esta es la protesta a la que viniste, en contra de ti y de tu imaginación. Quieres gritar por un megáfono a tu reflejo, la imaginación es un privilegio. Como lo es un supermercado. Como lo es un colchón inflable. Como lo es la canoa. Y la tienda de campaña. Y las negativas de tu hija y el tedio. Como lo es el remo para empujar contra la orilla. Como es la contra, cada forma labrada a expensas de alguien más. Como lo es la historia contada como una atracción de miedo, que por un minuto—mientras levantas las manos sobre tu cabeza y gritas—te libera de tu cuerpo, sus calcificaciones. Como lo es la foto capturada a mitad de la atracción que decides no comprar. “Algo me pasó cuando era un poco mayor que tú”, tu madre te dijo al final de la charla sobre la menstruación. La imaginación vuela, las rodillas hieren el aire mientras escala la cima hacia una seguridad inalcanzable. Ella era la chica que el hombre buscaba. “Pude escapar, pero nunca le dije a mi madre”. No todos los expuestos al sol se enfrentan a un poema que luego considerarán débil. Tu madre una vez preguntó “¿Qué significa ‘orgánico’?” Y antes de que pudieras contestar, ella dijo, “¿Quiere decir más caro, verdad?” No fue una broma, sino que previno tu virtud. Tú, la ayudante de la Tierra, tú, la comercio justo, tú, la médula de suave poesía. A diario le recordó a tu padre revisar que trajera en su cartera la green-card antes de salir por la puerta. Su miedo de ser llevados a la fuerza por no hablar inglés, por mirarse como que no pertenecían. Acorralados con todos los latinoamericanos de quienes se apresuraban a diferenciarse, aunque acogieron a un amigo y a su hijo evadiendo la migra. A tu padre le gustaba contar la historia de las mujeres quienes, durante la Guerra Civil española, fueron rapadas y desfilaron en la calle como advertencia. Pero ese era otro país, querías señalar. Te estás desviando del rumbo, estás tan lejos de la razón. Difícilmente puedes reconocer que no todos los horrores conducen a la trama familiar. Esta es la protesta: tú estás aquí. Tú has estado en otra parte y regresado. Puedes irte cuando quieras. Tienes el pasaporte que lo demuestra. Pero estás agarrando el muslo de tu hija, preparando tu cuerpo para el impacto del avión. ¿Y a quién salvarías si no a ella? En la cama lees las noticias: las cárceles y los centros de detención, los asilos de ancianos, todos llenos de moribundos, aunque lo que sucede dentro de ellos es turbio, las cifras maquilladas.
Tú, el cuerpo y el libro
Tú viviste con el cuerpo. No había espacio para el libro. Tú viviste con el libro, y el cuerpo rompió una ventana tratando de entrar. Tú dejaste al cuerpo quedarse una noche en el sillón y limpiaste las heridas en sus manos. El libro dijo, no estoy celoso, pero pronto pidió atención. En la lectura de poesía ambos se presentaron y fue una decisión imposible. En la cama era el libro o el cuerpo. A veces curvilíneo, a veces flaco. Ninguno se veía mejor en la mañana. Limpiaste sus manchas después de que se embriagaron y lloraron. Otros libros se miraban pretenciosos, bacanes e independientes. Eran todo epifanía y apóstrofe. El libro empujó al cuerpo a hacer cosas imposibles, pero solo el cuerpo podría soportar otro cuerpo y esa era la cuestión principal. Por un tiempo tuviste poco que decirle al libro y te preocupaba que el cuerpo fuera todo lo que tuvieras.
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Rosa Alcalá, poeta y traductora galardonada, ha publicado varios libros de poesía propia, así como traducciones de poesía de escritores latinoamericanos. YOU, su cuarta colección de poemas fue publicada por Coffee House Press en 2024. Ha recibido el premio Foundation for Contemporary Arts Grant to Artists, una beca creativa de la Woodberry Poetry Room de Harvard y una beca de la National Endowment for the Arts en Traducción. Su libro Spit Temple: The Selected Performances of Cecilia Vicuña fue finalista del Premio PEN de Traducción. Sus poemas y traducciones han aparecido en publicaciones como Harper’s, The Nation, American Poetry Review, Poetry y en dos volúmenes de The Best American Poetry. Ensayos críticos sobre su obra se encuentran en American Poets in the 21st Century: Poetics of Social Engagement; The Fate of Difficulty in the Poetry of our Time; y The Poem Is You: 60 Contemporary American Poems and How to Read Them.
Adelmar Ramírez. Estudió una licenciatura en psicología y una maestría en escritura creativa en la Universidad de Texas en El Paso. Se doctoró en literatura y lenguas hispánicas por la Universidad de California Los Ángeles. Ha publicado los libros Fuera de temporada (2017) y Prestanombres (2022). Apareció en la antología de poesía joven mexicana Poetas parricidas: generación entre siglos (2014), publicada por la editorial Cuadrivio. Sus poemas, traducciones, y ensayos críticos pueden encontrarse en revistas como Círculo de Poesía, Digo.Palabra.TXT, Poetika1, Ciberletras, Minero Magazine, Párrafo Magazine, Celehis, Chasqui, Orbis Tertius, La rabia del axolotl, Albedrío, y Otro páramo.