Nicole Kidman1
En un pequeño baño de un departamento lujoso, Mary, que también es Nicole, pero que también es Alice, se maquilla. Peter conecta con sus ojos y se pierde en la verde laguna que habita en ellos. Su largo cabello se enreda con las palabras que logra soltar antes de ser captada por un Peter que celebra. Sostiene los lentes de una cámara para entonar los himnos de acercársele a lo lejos. Es una calle y cabe perfecta. Los ojos bien cerrados de Peter, le ayudan a observar la oscuridad que Kubrick disparó. La puerta abierta de un bazar resulta misteriosa, desdibuja los tonos que Peter ha estudiado para obturar los guiños de su mano al detonar la ráfaga. Alice descalza la calle y camina sin preocupación. Detrás de un cristal asoma la muerte con el cuerpo de un hombre que sabe vestir como un Dios humano. Esta vez no importa si la calle tiene sombras asidas al piso de los peatones. Peter acciona. Dispara. La espalda blanca de Nicole corre sus tirantes mientras sus manos, en posición de cruz, dejan revoletear las alas de un par de ojos que aprenden a volar.
Robin Wright2
Te fuiste un sábado en la mañana. El aire a su paso azota puertas, silencios que aprietan la garganta. El aire también es una escalera de nubes que se forma detrás de otro cúmulo de nubes. Es curioso lo que un joven recuerda. Peter navega en el bagaje de su memoria y sabe que Jenny está ahí, vestida de blanco con una tiara de flores transparentes. Es difícil hacer este disparo. Cómo callar la mano que le dicta lenguajes inaudibles. Cómo menguar la calma de su necesidad. Jenny aparece de pronto, por saltar, en una terraza cercana a las escaleras de nubes alumbradas por los rascacielos. Llora Peter, por única ocasión. Y alterna entre sus armas la decisión de disipar un dolor anclado en los lagos de sus anchas aguas. Haz lo mejor que puedas con lo que Dios te ha dado, dice entre dientes. Jenny sonríe. Y arroja sus años a una casa que fue una casa que no quiso olvidar. Supone que no hay suficientes años para arrojar tantas piedras a los cristales del corazón. Porque una infancia en el alcohol, no vuelve jamás a los pájaros que aletearon los maizales de la niñez. Por eso Peter prepara una piedra, se ata los cordones de la resignación y dispara, para acabar con el dolor.
Te fuiste un sábado en la mañana y te enterré,
aquí,
bajo nuestro árbol.
Peter parafrasea:
ojalá la muerte no formara parte de la vida.
Jorge y Luis, albañiles de oficio, cuelgan sus bolsos de manta en las
ramas de un árbol. Vacían el agua de lluvia que ha capeado un tambo
de pintura y lo siembran de cabeza. Al borde de lo que ahora funge como
mesa, desenvuelven tortillas, chiles y frijoles. Una rebanada de queso,
un termo de café. Sobre bloques de hormigón, sentados, los hermanos
mastican una idea: la casa no tiene pinta de fantasma. No creen lo que
dicen que sucede. No creen en las sombras que se tiran de los
ventanales por las noches, ni en los gritos que mueven las cortinas
roídas. Para ellos, a su corta edad, el grafiti es el único elemento sonoro
que construye alucinaciones. Pero practican el miedo al límite del taco,
del queso, y de los chiles y frijoles negros.3
Álbumes incompletos4
Nunca fui un buen coleccionista.
No completé ninguno de mis álbumes.
Si acaso llené
una caja con viejos timbres postales
cuando mi madre me heredó la filatelia.
Nunca les di el uso que deseaban
las tarjetas de Marvel,
ni acaricié el lomo de las tabas
que Coca cola
lanzó como Hielocos
una tarde de 1997.
No, nunca fui un gran coleccionista.
Pero me conformo
con la vieja caja de zapatos
donde desde hace más de treinta años
confluye incompleta,
mi colección de fracasos.
Del libro Las armas que me dejó la guerra (Colección Volcán, no. 28, Metáfora Editores, Quetzaltenango, Guatemala, 28 p., 2022). Sin ISBN.
Ibid.
Junk (Editorial Lengua de Colibrí, Comitán de Domínguez, Chiapas, México, 37 p., 2023). Sin ISBN.
Tristera (Funámbulo Editores, Monterrey, Nuevo León, México, 65 p., 2024, en prensa). ISBN: 978-607-69931-1-8
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Fernando Trejo (Tuxtla Gutiérrez, 1985). Ha publicado, entre otros libros de poesía, Cuaderno invertebrado (Premio Juegos Florales San Marcos 2006), Las alas de mis ensoñaciones que son pájaros (Premio de Literatura Joven Max Rojas 2011), Solana (mención honorífica del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2014), Ciervos (Premio de Poesía Inédita Enoch Cancino Casahonda 2014), Base Atenas (Premio Centroamericano de Poesía Rodulfo Figueroa 2015), La abuela está en la casa porque he visto su voz (Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2018) y Tristera (Premio Nacional de Poesía Tijuana 2022). Es Premio Estatal de la Juventud por el estado de Chiapas en el área de Poesía. Ha sido becario del PECDA Chiapas en 2005, 2008 y 2022; y del programa de Jóvenes Creadores del FONCA en 2018. Dirige el Colectivo de Arte y Cultura Carruaje de Pájaros. En 2020 la Asociación de Poetas y Escritores del estado de Chiapas le otorgó la Presea Armando Duvaliar por mérito a su trayectoria poética.