PATRIA
Cuando mamá limpia las cosas mueren. Así ocurre todos los domingos. Ana Gabriel, Rocío Dúrcal, Juan Gabriel, Marisela: los cuatro jinetes del apocalipsis. La casa se vuelve cuerpo embalsamado. Cada mueble, plato, taza, baldosa en el suelo, huele y rechina de limpio. Les ha fregado el alma, cadáveres impolutos, como si nunca los hubiéramos usado. Ni mi propio cuarto reconozco, soy un extranjero que no entiende los usos y costumbres de la limpieza, mis cosas vuelven a su lugar de origen, a un estado inerte y primigenio que me impide habitarlo, pues no soy capaz de encontrar nada de lo que antes sabía por instinto. Las criaturas de mis pesadillas se han ido, han emigrado a otros hogares. Los secretos que tenía guardados bajo la cama, en los cajones del buró, en viejos cuadernos escolares, son desechados. Ni un solo secreto me ha durado más de un mes. Todo aquello que mamá no ve útil, lo barre, lo trapea, lo estruja con sus guantes de látex, y lo avienta a la bolsa de basura. Los posters de Batman, del Hombre Araña, de mis bandas favoritas, se van, y la cruz, las fotografías con los abuelos, de la familia en mi bautismo, vuelven a ocupar las paredes. Mi cuarto deja de ser interesante, se transforma en esta versión tan rudimentaria de sí misma. Es cualquier otro cuarto, el que sale en las revistas de interiores. Quisiera jugar, para levantarme el ánimo, pero mis juguetes sobre la estantería están ordenados de formas extrañas que no entiendo, a veces en posición de firmes, a veces sentados, las piernas abiertas, la cabeza hacia abajo, a veces solo yacen amontonados en una esquina, esperando las ordenes de mamá para que yo los arregle. Mis zapatos retornan a sus respectivos lugares, como si recién los hubieran usado fantasmas muy bien educados, algunos pares de plano desaparecen, siempre los más viejos, los que más usaba, y eso me pone triste. Mi ropa, impecable, sin una sola arruga, tan incómoda como la primera vez que la usé, y las sábanas de la cama se me figuran la coraza de un insecto gigante, aletargado por oscuros pensamientos con olor a lavanda. Y me adviertes, mamá, me adviertes que no empiece con mis chingaderas, que me comporte, que sino me va a ir como en feria. No entiendo, mamá, no entiendo cómo esperas que ame este lugar si ni siquiera puedo dejar las huellas de mis propios pasos, si no debo olvidar ningún rastro en el suelo, ninguna migaja en la mesa, ninguna mancha en mi cuerpo, si cada semana, tengo que volver a reclamar este cuarto como mío.
EL DOLOR ES MEMORIA
Lo desconocido es lo que debes recordar
(Úpanishad Jaiminiya).
El dolor es memoria.
Así fue como yo aprendí a decir mi nombre.
Por el dolor aprendí la forma de mi cuerpo,
el agudo filo de sus bordes, sus manchas de sal en mi sombra.
Por el dolor aprendí a llamar hambre al hambre.
Sed a la sed.
A pronunciar la verdad como quien se despide de un viejo amigo.
Aprendí
que siempre recordaré el camino a casa
de la misma forma en que se recuerda la mordida de un perro,
la espuma caliente de su sangre.
Por el dolor me fue vedado extrañar.
Por el dolor naufragué la fiebre convulsa de la adolescencia.
Me enamoré,
procreé mi memoria en otro cuerpo
y por la fuerza de mi mano
esa memoria aprenderá a decir su nombre
como si fuese el mío.
MOTEL
¿Quién ha sido ese otro temblor que se desvanecía cálidamente bajo las sábanas?
¿Quién arañaba con su lengua el espacio vacío entre nuestros cuerpos?
¿Quién plantaba los suspiros en nuestras bocas,
quién aleteaba nuestros gemidos?
¿Quién tenía nuestros ojos
y nos espiaba como espiamos cuando queremos saberlo todo sobre el otro,
igual que un niño detrás de una ventana?
¿Eran realmente tus pies los que se frotaban contra los míos,
eran realmente mis dedos los que entraban en tu carne?
¿Y quién fue la promesa que nos dimos en la oscuridad del cuarto
cuando ya no soportábamos más la superstición de la piel?
¿Era el nombre de un hijo, de un padre, de un novio, de un amante?
Después de esta noche
¿Quién orinaba por nosotros, quién escupía en el lavamanos, quién se sonaba la nariz,
quién nos intercambiaba de sexo
mientras nosotros éramos una maraña de temblores y espasmos en algún lugar de sus mentes?
¿Quién nos dejará ciegos, atónitos, entumecidos
por no haber sido capaces de dejar abierto el corazón a todos los seres?
¿Quién saldrá de nosotros
ahora que abrimos este cuarto a tientas
tan llenos de culpa, avergonzados?
¿Quién dice las palabras Por qué no te basta mi cuerpo?
Amanece pero
¿quién responderá por estas preguntas?
¿Realmente eso fue todo
lo que pudimos decirnos.
MADRIGUERA
Al fondo
de la palabra Bosque,
oculto,
entre sotos escampados,
un rostro pálido
se asoma.
Es lo que calla el bosque
para ser bosque,
para que nosotros
lo entendamos bosque,
y no esta criatura hambrienta
que espera
nuestro retorno
su real pronunciamiento.
Julio César Calleros Rodríguez, Ensenada Baja California, México (1997). Escritor y fotógrafo amateur. Reside en la Ciudad de México. Su Instagram es jccr_photo.