La poesía no atrae el consumo: Cantar de Chancay de Julio Barco
Fojas cero: la cultura Chancay, de la que deriva el toponímico que recibe el distrito y el megapuerto de reciente inauguración, se asentó en los alrededores de la novísima estructura; basó su economía en la agricultura, el comercio y la pesca; y, además, exploró ese más allá de la orilla, a partir del caballito de totora. Justamente, este tipo de balsa hecha de tallos y hojas de totora trenzadas tiene una data de más de tres mil años. Transportémonos un segundo a la costa de Chancay, en la quietud de la pesca artesanal que, cuando bastaba para la subsistencia de los poblados allí establecidos, llegaba a otras latitudes. Tal vez nos parezca romántico volver a otro tiempo en que, aparentemente, la explotación de la tierra recibía un cuidado particular.
I
De la cultura Chancay al puerto: en 2007 se vislumbró la posibilidad de su construcción, tardó casi una década en que se pusiera el primer bloque. El resultado, producto de una asociación de capitales, la empresa minera Volcan y el conglomerado chino Cosco Shipping Ports, ha sido hasta ahora el orgullo de la administración Boluarte: el puerto más grande de América Latina, inaugurado en el marco de la cumbre APEC (Foro Cooperación Económica Asia-Pacífico) que albergó Perú hace poco. Chancay 2030 parece ser el eslogan, al puerto se sumará un polígono industrial que se espera concretar en el transcurso de un lustro. Algunas preguntas para romper el hielo: ¿si generará, en su primera etapa alrededor de 7500 empleos, el aumento de la plusvalía de los terrenos aledaños, becas para los familiares de asociaciones pesqueras y, entre otros beneficios, el mejoramiento del hospital local, por qué la incomodidad? El progreso es a lo que aspiran las naciones latinoamericanas, en especial, luego de regímenes autoritarios y oleadas socialdemócratas y de una neoliberalización de la mentalidad.
Julio Barco, a lo largo de su trayectoria, ha sido un escritor que coherentemente rearticula la incomodidad y el malestar de la cultura misma, en poemas que pueden encenderse como barricadas en el intelecto ajeno. Su tono, advierto, es un fuerte yo que busca ser un otro y el mismo en simultáneo. Últimamente, tras su trilogía de la gastronomía peruana (Chaufa, Ceviche y Salchipapa, 2024) y del vertiginoso y colosal diario El nuevo fuego (2023), su poesía y prosa ha tenido una curvatura hacia lo social que no se debe perder de vista. Quiero decir, si antes el joven aún hablaba desde los márgenes de una Lima cruel y desigual, precisamente desde El Agustino, trasuntando en el papel los golpes de la vulnerabilidad social y las ilusiones que el mismo sistema de vida produce y reproduce, ahora parece conectarse con el ethos del precariado peruano. El poeta antes cantaba con la voz de los grandes de la poesía, ahora parece emplear como un telón de fondo distintas temáticas en las que vierte una amalgama de experiencia, pensamiento y emoción. Cantar de Chancay es, precisamente, eso, un desasosiego que viene a partir de más eslóganes de modernidad y progreso.
“Progreso y fatalidad son dos caras de la misma moneda”, escribía Hannah Arendt a propósito de las transformaciones sociopolíticas que fueron conducidas por el imperialismo y el totalitarismo (el Tercer Reich de Adolf Hitler y la Unión Soviética bajo Iósif Stalin). La observación es certera, si se trata de la historia europea del siglo XX, pero ¿qué podemos decir de todo un continente que vivió una fuerte colonización y el intento de convertirse “a imagen y semejanza” en una Europa mestiza? El hilo del que podemos tirar es larguísimo, por ahora basta decir que progreso y fatalidad están tejidos a las idas y vueltas. La distancia del continente americano de otros opera como una barrera natural: la llegada es anabática, es decir, se llega navegando. Barco canta la llegada de españoles, ingleses, yanquis (estadounidenses) y chinos, ¿a qué carajos vinieron? El viaje de Colón, por situarnos en un punto clave de la navegación, se originó en una búsqueda de rutas alternativas para llegar a la India, tras las dificultades al tránsito terrestre por territorios del Imperio Otomano. Navegar, por tanto, tenía una motivación mercantil, como si estuviésemos volviendo atrás a la época de los fenicios. El Mediterráneo, sin embargo, fue un mito que cayó con la toma de consciencia de los océanos Atlántico y Pacífico. La circunnavegación de Hernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano contribuyó a generar la imagen del planisferio. Por otra parte, las expediciones españolas y portuguesas, fundamentalmente, buscaron identificar las riquezas naturales para extraerlas e im-portarlas al continente europeo. La fuerza y la rabia poética de Barco apuntan al expolio del conquistador, del colonizador, de un proceso de subjetivación que coloca a un explotado y a un explotador en un bucle de antagonismos y lucha perenne.
La presencia china en Perú merece un capítulo aparte: en 1849 llegan los primeros inmigrantes al puerto del Callao, bienvenidos tras la Ley China. En ese tiempo, las naves mercantiles atracaban en la costa limeña, cuyo tiro y afloja con el puerto de Valparaíso, en Chile, fue y es una constante competencia, producto del desarrollismo-nacionalista decimonónico y, luego, renovado por los autoritarismos que vivieron ambos países sudamericanos. No es casualidad que, ante la construcción del megapuerto de Chancay, los chilenos “están preocupados” por la pérdida de un cierto predominio de la zona. O, por otro lado, los discursos de orgullo vacío ensalzaban la obra recientemente inaugurada, por ejemplo, Boluarte decía que Chancay y Callao “convertirán a Perú en un Hub Portuario y en la economía más fuerte de Sudamérica”. Nada peor que estos tufillos contrarrevolucionarios y populistas de camino a una edad de oro. Fatalidad y progreso: durante la década de los noventa, Chile que se sumaba a la “tercer ola de democratizaciones” y Perú que sucumbía al fujimorato, entraron al APEC. Entre tratados internacionales y ajustes a la rápida (olvidando las observaciones de José Carlos Mariátegui que reconocían las particularidades del Perú), la modernización trajo la noche al fujimorato: el caso Lucchetti fue un ejemplo del salvajismo neoliberal respecto de la naturaleza. La globalización nos afectó diversamente, pero compartimos ese mínimo común de la velocidad: satisfacer el deseo es algo que demora menos tiempo y por lo que se trabaja en maneras de demorar aún menos. Arjun Appadurai, en esa línea, observa que las interacciones globales tienen una tensión entre la homogeneización y la heterogeneización cultural y, por tanto, no coinciden el lugar desde donde se habla y el lugar desde donde se lee.
II
Cantar de Chancay llega temprano y tarde a esa moneda que, de un lado, es progreso y, del otro, fatalidad: “Privatización, altos óleos de utilitarismo, la receta / Del Banco Mundial para manipular un pueblo / hambriento, / Desempleado, ignorante de su dignidad” (p. 53). En agosto de 2024, el Banco Mundial comunicó la aprobación de un crédito para la República del Perú para “modernizar el Sistema Nacional de Focalización”, pero ¿un pueblo puede vivir de promesas y fórmulas tecnocráticas de burócratas y científicos que viven sin mayores dificultades? La poesía de Barco denuncia esos problemas históricos que, por sí solo, todo un país no ha podido solucionar. Recuerdo un verso de nuestro poeta que -si mal no me recuerdo- decía cómo escribir un poema hoy si hay jóvenes que no han almorzado. Quizás no sea descabellado sostener que nuestra conexión con todo el mundo también trajo algunas desigualdades que se movieron silenciosa y paulatinamente hasta desbordarse.
“MADE IN CHINA” es justamente la derrota de la producción local, adiós a las economías autárquicas y bienvenidas las economías de ¿guerra?: la estrategia, por tanto, es buscar la ganancia externalizando la producción a los chinos. “No interesa el color de la piel / Nada más que dinero mueve al mundo / 8Mi mujer lo sabe / Mi hija lo sabrá / Mis amigos lo supieron siempre / La poesía va entonces de tener un sentido estético /En un mundo confeccionado / Por el capital” (p. 14). La reflexión metapoética de Barco se yuxtapone en la polifuncionalidad y la amplitud de los mensajes que su poesía entrega. Y es cómo hacer tiene que ver con todo: pensar la materialidad de un trabajo artístico, literario o poético es también transparentar su condición de posibilidad. Es decir, humanizar las prácticas letradas y los modos en que el trabajo intelectual deviene trabajo. Contra ese zumbido del MADE IN CHINA o también del “Made in / Hecho en RPC”, una cura del espanto es la arquitectura del poema como vehículo que conduce la cultura, el sentir o simplemente una inquietud para pensar con otros: “Mis poemas no son productos chinos Empacados / en grandes industrias” (p. 31). La reflexión de Barco, sin embargo, no es novedosa, lo que no quiere decir que la falta de originalidad sea un pecado o un motivo de irrelevancia: no es un problema de escritura, sino de lectura. O sea, serán las y los lectores o la crítica en general la que recibirá los ecos en función de una continuidad de viejos mensajes o si habrá una conexión virtuosa con otras aristas de la vida en general. Pier Paolo Pasolini, durante los años sesenta y setenta, inició una fuerte cruzada contra la sociedad de consumo. En la emisión del 27 de julio de 1971, del programa Terza B: facciamo l'appello, declaró: “Io produco una merce che dovrebbe essere la poesia, che è inconsumabile” (Yo produzco una mercancía que debería ser la poesía, que es inconsumible). Pese a que la emisión se remonta a 1971, su transmisión efectiva se realizó el 3 de noviembre de 1975, al día siguiente de la muerte del escritor. Es sabido que Pasolini incursionaba en otros formatos (audiovisuales y escritos), pero en los momentos en que se reconocía al interior de la poesía, su ars vivendi, su fuego se iluminaba aún más. En Poeta delle Cenere (escrito entre 1966 y 1967 y publicado en 2010; la primera traducción al español es de 2015) describe a la poesía como “la lengua de la acción” y hace una incisión en su propia obra poética, cuyos puntos de fuerza son Le ceneri di Gramsci (1957) y Trasumanar e organizzar (1971).
La poesía no se consume, se usa. Barco lo tiene claro: “La poesía no se vende / No es un producto chino a ofertar en una rifa. / La poesía, esta tristeza, no surge en los enormes / locales / Ni se infecta de las tertulias en el corazón del alba / Ni del infierno de los recitales y concursos” (p. 33). Las capas metapoéticas evidencian ese motor de la poesía: pongámoslo así, ¿por qué seguir escribiendo, leyendo o publicando poemas si no son una mercancía ni tampoco permiten que se pueda vivir de ello? Barco a menudo repite el mantra del artista dedicado a su arte, independiente de si no hay para comer y no hay futuro, es el orgullo esa luz que abre camino al andar. El poeta, además, dedica palabras a su amado pueblo: “No hay futuro en el PERÚ / Y lo mejor sería irse a otro país” (p. 24). Como Job en la Biblia, descree del maná que puede caer del cielo: lo cierto es que Barco es más peruano que el ceviche. Su vocación social queda con creces plasmada en sus obras precedentes y que, en un esfuerzo conjunto de su persona y la de quien escribe, está bien resumida -y canalizada- en el volumen Siete arengas populares (2023). El futuro está, pero es poco auspicioso: evitar el fin del mundo es solo un paliativo y, sin embargo, la vida continúa.
El mundo está lleno de lo que los teóricos del primer capitalismo cognitivo llamaron “prosumidores”, a saber, individuos que producen y consumen en simultáneo. Barco, en ese contexto, corta con un sutil bisturí la relación entre prosumidores de poesía, no es casualidad que siempre tenga una palabra para el cruel campo cultural en el que las artes pululan y que, frecuentemente, se ve envenenado por el poder y la institucionalización de los agentes y los modos en que la poesía se vincula con la gente. La poesía no es una mercancía, se aleja de la estructura que Pasolini bien describió en su última entrevista en vida -concedida al periodista Furio Colombo- es decir, “tener, poseer y destruir”. La educación recibida, recalcaba el escritor italiano, en el seno de la sociedad de consumo. El panorama no es desolador del todo, Cantar de Chancay en su poema “Cerveza helada” nos abre esa ventana del universo de cosas que solo la poesía nos puede dar: “¿Cómo hacer del instante un poema?”. La pregunta es crucial: antes del megapuerto, un instante en que un viejo amor se soldaba al futuro y que, de esa unión, hay una “flor lila” que consagrará para siempre esas ganas de permanecer aquí. Justamente, en la inocencia: “No se intuye que caerá la noche / Que vendrán los chinos (…) Nadie intuye desde el Castillo / Que vienen las naves, aqueos y fenicios / Cargan mercancía a raudales / No hay felicidad entre los objetos” (p. 12). De esta genial lección de lo que un poema de amor puede llegar a tocar, la crítica de esa fatalidad desarrollista: “No importa el progreso / Solo besarnos lentamente antes del crepúsculo / En estas calles con chapitas de cerveza / Y olor a sal en las sillas en las sombras / En los recovecos de nuestro amor” (pp. 12-13). El instante se superpone a ese porvenir inevitable, Chancay es un escenario posible de esos viejos nuevos modos de aferrarse a la vida: el amor. Y si “no hay felicidad entre los objetos”, ¿dónde está? En los sujetos y en el “sentido de la poesía en una situación así” (p. 15).
III
“Este es el canto de Chancay este es el canto de la gente pobre de la gente que no tiene nada este es el canto de mi corazón que gira en torno a todos los algoritmos este es el canto de mi velocidad” (p. 16), ¿hasta qué punto una decisión comercial o técnica toma en cuenta e involucra la voz de quienes se verán afectados? El espeluznante teorema de Coase -economista que en 1991 fue acreedor del Premio Nobel de la disciplina- bajo el cual hay niveles de contaminación aceptable, vale decir, aquella en que quien contamina es capaz de mitigar las molestias y problemas de la población a partir de una indemnización. Si se puede pagar para contaminar sin mayores tapujos, podríamos llegar a pensar que el megapuerto a partir de toda esa lógica de integración de los habitantes de Chancay traerá beneficios, incluso si ya trae perjuicios para la salud, ¿podemos tirarnos marcha atrás ante una eventual “zona de sacrificio”? El poeta es claro: “Puerto Chancay nadie más te buscaba antes (...) Nadie sabía que tu voz era un respiro que todos repiten / Sin embargo, ya vienen los empresarios chinos / Acaban de plantar miles de toneladas (...) Chancay, entran los buques vastísimos (...) Metales de palta que con furia cantan el progreso (...) ¿Y qué será del niño que veía el mar desde su ventana?” (pp. 18-19). El sujeto que representa el poema será el testigo del prometido progreso, a costa de una vida bucólica, pero, en principio, libre de la violencia neoliberal. Un siglo atrás, la práctica del futurismo era observar y agudizar las manifestaciones tecnológicas de la humanidad; hoy, en cambio, sin exaltar, tenemos que poner atención a nuestros límites y botones de autodestrucción futura.
En el horizonte aparecen las siluetas que cantan un porvenir esplendoroso: no más hambre, no más pobreza. La demanda por no más violencia es puesta en segundo plano por las otras, la subsistencia es el mínimo que una sociedad desea cuando no la tiene. Las referencias de comida en la obra de Barco no son un mero recurso de embellecimiento, incluso mejor que una pieza de música docta o una cita del filósofo ilustrado favorito: son una estética que, a su vez, es una política. En el Perú hay hambre o, en las mediciones de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), situación de inseguridad alimentaria: como sea, el índice habla de más de quince millones de personas; supera la mitad de la población total del país. En el Perú los vínculos entre la poesía y el hambre no son nuevos. Aunque si lo son los textos de la trilogía gastronómica, justamente, el peldaño en que la estética se vuelve política y combativa. Antes las referencias no abundaban, pero sí estaban presentes. Quizás podría hacerse un vademécum de términos que orbitan en la obra de Barco: tentativas que toman mayor fuerza delante de esfuerzos intelectuales y sensibles como Cantar de Chancay.
A contrapelo, hablamos de comer: “Me abrazo al sentimiento peruano de mi Perú / Y lloro comiendo anticucho / Mirando a los aviones que llegan y se van” (p. 23). El simplonismo: ¿qué pretencioso? ¿qué banal? El poemario denuncia la dificultad de vivir en el país (“PORQUE AQUÍ TODO ESTÁ JODIDO”, ídem, p. 23) y subraya el momento de la comida: pensamiento en acción o palabra que enciende. La poesía de Barco es una arenga contra el hambre: aunque cante a la tristeza de una comida peruana (Ceviche), el momento de la deglución es lo que el poeta pone en evidencia. De sus versos vemos que la padece y, a la vez, la celebra, porque permite la vida. Considero, personalmente, que, con el poeta, tenemos una conversación sin fin; en alguno de nuestros diálogos, me contó del proceso creativo de la trilogía de marras. Me quedó tatuado a fuego que “el estómago es un cerebro”. A la vez, desencadena las pasiones que abundan en el “estado de poesía”, como decía el gran Roger Santiváñez. Desde poéticamente habita el ser humano hasta un trance por el que el poeta se conecta con la peruanidad o ese “sentimiento peruano de mi Perú”. Barco se conecta con lo que la tierra y el mar le dan al ser humano: el alimento, pero no cualquier alimento, sino lo que caracteriza a la gastronomía del Perú. Lo peruano como Pachamama.
Comer es el Perú es un acto revolucionario. El mismo hablante lírico mira los aviones que no se parecen sino a los barcos del ayer y las naves sin huella de carbono del mañana. El flujo es también como el poeta corre a través de la página, pongamos atención a como Barco despliega el verso. Del mismo modo -y siempre vuelvo a la trilogía esa- Chaufa se ha escrito de un tirón, no como una vieja nueva corriente de la consciencia, sino fiel a la vitalidad de quien escribe: quiero decir, escrito de boleto y sobre-viviendo. De lo que puede construirse, Cantar de Chancay también alude a la ruina, aunque de manera implícita. O se lee por motivos o en el constante devenir-jodido del Perú, la poesía canta el hambre de hoy (o el comer como un acto sagrado) y pide el pan del mañana. La ruina de Chancay o quizás la fractura ha sido o será el megapuerto. Y no me refiero desde el punto de vista técnico, es una profanación ancestral en nombre del progreso. Una fatalidad: la ruina del niño que hará su vida delante de un gigante de acero. En “La canción del Cuchimilco” habla, sin embargo, de otros males: “nos hemos / resignado / A vivir del oro, a probar las hierbas milenarias / de los Centros Comerciales” (p. 38). Somos nosotros los que damos de comer a ese progreso, a esa globalización e intercambio de bienes y servicios. Somos nosotros los que abandonamos las tradiciones o adoramos a los Baal del neoliberalismo. Nos hemos resignado, tal vez, a lo mismo que destruyó a los colonizadores: vivimos de lo que creemos oro, pero aprendemos que el hambre es inequívoca. El precio es alto, todavía necesitamos poetas que canten y nos cuiden desde la experiencia. Cantar de Chancay es oponerse a ese nuevo colonialismo, hablarle de una economía de lo que no se pierde (la poesía) y de la materialidad que es ser interpelado para desempeorar el mundo. Uno de mis libros de cabecera del 2024.
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Julio César Barco Ávalos (Lima, 1991), estudió en la Universidad Nacional Federico Villareal, donde fundó el grupo Tajo. Es profesor, escritor y columnista en el Diario Uno. Director de Lenguaje Perú tanto web (https://lenguajeperu.org.pe/) como fan page (www.facebook.com/lenguajeperu.pe) donde dicta conferencias sobre Poesía y Literatura. Administra la página facebook Poético Río Hablador. Premios: Mención Honrosa Poeta Joven del Perú (2020), Premio Huauco de Oro (2019), Premio Gremio de Escritores (2018) Premio Especial Antenor Samaniego (2019) Finalista Sección Cuento Antenor Samaniego (2019). Participó en el festival de poesía Latinale, organizado en Alemania, en el 2021. En los últimos cinco años, viene recorriendo el Perú dando recitales y talleres en lugares como Trujillo, Pisco, Tacna, Cajamarca, Chiclayo, Cusco, Arequipa entre otros. Es autor de más de veinte libros de poesía, novela, ensayo, antología, aforismos, libros para niños.
Guarda una memoria de sus transmisiones virtuales en el siguiente canal de Youtube: https://www.youtube.com/c/JulioBarco
Página Web personal https://www.juliobarco.metaliteratura.com.ar/
NICOLÁS LÓPEZ-PÉREZ (Rancagua, Chile, 1990) poeta, traductor y abogado. Sus últimas publicaciones son el tratado lírico De la naturaleza afectiva de la forma (Chile/Argentina, 2020) y el libro Metaliteratura & Co. (Argentina, 2021). Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Escribe, colecciona escombros de ocasión y traduce en el blog La costura del propio códex. Administra la mediateca de poesía La comparecencia infinita.