Poesía hondureña: Armando Maldonado

Leemos poesía hondureña. Leemos algunos poemas de Armando Maldonado (1983). Actualmente es director de la Biblioteca Nacional de Honduras “Juan Ramón Molina”. Su libro más reciente es Tratado único del hombre solo (Editorial Efímera, 2024).

 

 

 

 

Armando Maldonado​​ (Honduras,​​ 1983)​​ es poeta, editor, catedrático universitario y gestor cultural. Fundador del Grupo literario Máscara Suelta. Fue miembro activo del Colectivo de Poetas PaísPoesible y participó en el Taller de Poesía Edilberto Cardona Bulnes. Es miembro del World Poetry Movement y de la Sociedad Literaria de Honduras. Miembro del Consejo Editorial Nacional. Es de los fundadores y director de la Escuela Nacional de Poesía de Honduras. Actualmente es director de la Biblioteca Nacional de Honduras “Juan Ramón Molina”. Director y editor de Ediciones MALPASO.​​ Ha publicado los libros de poesía:​​ Tratado único del hombre solo​​ en 2024 por Editorial Efímera,​​ Cartas a Penélope​​ en 2023 por Sofos Ediciones,​​ La Bitácora del Mayor Tom​​ en 2022 por Ediciones Malpaso,​​ Vals atravesado​​ en 2022 por el Festival Internacional de Poesía Los Confines,​​ Caligrafía de la sed​​ en 2021 por Ediciones Malpaso,​​ Ciudad que no canta​​ en 2021 por Chifurnia Libros,​​ Misa de los suicidas​​ en 2019 por Ediciones Malpaso,​​ Coloquio de la tempestad​​ en 2019 por Chifurnia Libros,​​ Un poema que hable del mar​​ en 2016 por Chifurnia Libros y​​ Así tu cuerpo en 2013 por Chifurnia Libros.

 

 

 

***

 

 

 

 

Para incendiar Roma​​ 

 

Para incendiar Roma​​ 

solo se necesitó una idea,​​ 

una palabra,​​ 

una chispa.

 

Para derribar Roma​​ 

se ocupó más que eso.​​ 

 

Es extraño​​ 

que todos los caminos​​ 

conduzcan a Roma.​​ 

Quizá todos los caminos​​ 

llevan a la ceniza​​ 

y a las ruinas de ciudades​​ 

que solo existen​​ 

en las palabras y las ideas.

 

Los hombres​​ 

se vuelven herrumbre​​ 

en el andar de los caminos,​​ 

y los caminos llevan​​ 

al incendio donde el hombre​​ 

es leña abundante​​ 

en el festín del fuego.

 

Somos ruina y ceniza,​​ 

palabra y chispa​​ 

que todos los caminos​​ 

han forjado​​ 

bajo las quemantes​​ 

lamidas del sol.

De​​ Tratado único del hombre solo, 2024

 

 

 

 

 

 

La caracola de Pascal

A Raquel

Soy el que ha paladeado la miseria del universo antes de que los rabinos quisieran hacer hablar a sus golems. No opinaré de lo infinito ya que ese es el oficio de los constructores de galaxias, los costureros de las supernovas, los que hilan agujeros negros dentro de un caldo cósmico. Acá yacen las multitudes que vislumbraron la creación en su espectro lineal. Acá en mi mano derecha, acá en mi mano está tu rostro. Déjenme en mis cálculos y en mis anotaciones, la música vendrá al rescate de tu mirada. El oro de tu rectángulo se abre en tu sonrisa. Mírate, pequeña. Caracolas han poblado tu rostro. Yo envejezco en tu brillantez. Soy el que no sabía que la espiral te habitaría. Soy el que escribió sin saber tu nombre sobre las aguas de Saturno. Soy el que abrió los ojos del mundo a tu rostro. Un piano muerde los rincones donde escribes canciones. El tiempo

es un torbellino que no nos deja sujetarnos de las manos. Suéltate. Habrá luz fuera de este vórtice.

De​​ Caligrafía de la sed, 2021

 

 

 

 

 

 

La jirafa

 

 

La tinta

de Shen Du

se secaba

en el sueño

del emperador.

La jirafa

miraba sobre

la Ciudad Prohibida

y su lengua muda

advertía

de la guerra

y la caída

mientras

el emperador

se dormía

en la tinta

de Shen Du.

 

De Un poema que hable del mar, 2016

 

 

 

 

 

 

 

La herbolaria

 

Me liberaron de la muerte para orquestar la agonía de sus enemigos.

 

Juro por los dioses que solo hacía mi trabajo.

 

 

Nací bajo el signo de las langostas, Locusta es mi nombre, sabia en las fragancias del reino de las plantas. De los druidas aprendí la invocación de la muerte en los elementos y a ver el pasado en el musgo de las arboledas.

 

Claudio era emperador, tenía perlas carnívoras en su voz y había llegado la hora de recostarlo en las riberas tristes por donde pasan los olvidados.

Al hijo de Mesalina, juro que no lo toqué por placer. En el pasaba una hiedra como la voz de un camello anciano que nunca nadie descifró. El pobre tenía catorce años.

Nadie me dijo que el precio de mi vida no dependía de la poción o el veneno sino de mi savia púrpura de mujer. Nadie me dijo que todo el velo de mi cuerpo​​ sería ultrajado y roto como las bacinicas de Nerón en su ebriedad.

A Nerón le di el néctar de un melocotón herido, la espuma acudió a sus nervios como un mar embravecido por medusas. No hubo dios que viniera a su encuentro cuando la oscuridad lo arrulló sobre las cenizas de la ciudad.

Díganme por favor señores que me juzgan ¿Quién en la ciudad besaba las monedas del emperador al levantarse o besaba los pies de su estatua? Ustedes invocaban a la muerte para que fuera una serpiente bicéfala que susurrara palabras invertidas en las sábanas del emperador.

 

Juro por los dioses que solo hacía mi trabajo.

 

Acá estoy frente a todos, desnuda, con el alma sangrando y guindando de mi pubis. Miren el cuerpo que profanarán las bestias del sur y del oriente. Mi sangre envenenada amamantará los pozos del que beben sus hijos y sus vacas, mis huesos pulverizados calcificarán sus pulmones abiertos cuando quieran respirar amaneceres con la cara sucia. Miren a una pobre que su pecado fue contar hierbas como zafiros, tener cáliz en un vientre que arrulla cada noche de tormenta a un hijo muerto.

 

De​​ Caligrafía de la sed, 2021

 

 

 

 

 

 

Tiempo de té

 

Supongamos que resucitara Leopardi y revisara mis poemas.

Supongamos que no soy tan malo y le gustan.

Supongamos que viene a mi cocina y pone agua a hervir para preparar el té.

Supongamos que nos olvidamos del poema y conversamos sobre​​ 

 ​​ ​​​​ enamoradas.

Supongamos que la plática se torna sobre los funerales que debe tener un​​ 

 ​​ ​​​​ poeta ilustre.

Supongamos que Leopardi trata de recordar un verso de Petronio en mi​​ 

 ​​ ​​​​ cocina.

Supongamos que le digo que solo tengo azúcar de dieta.

Supongamos que me habla mal de Hölderlin.

Supongamos que Leopardi ha perdido los estribos por los cordones de sus​​ 

 ​​ ​​​​ botines.

Supongamos que he mostrado de nuevo mi poema.

Supongamos que no soy lo suficientemente culto para hablar del piroclástico​​ 

 ​​ ​​​​ de Pompeya.

Supongamos que la tetera ha chillado en mi estufa y Leopardi sirve el té.

Supongamos que entramos en confianza y le receto remedios para su curva​​ 

 ​​ ​​​​ espalda.

Supongamos que me da consejos de como escoger bien una chaqueta azul.

Supongamos que Leopardi saca una navaja de su bolsillo y parte el pan.

Supongamos que tristemente le acerco de nuevo mi poema.

Supongamos que lo lee y lo pone para que su taza no manche mi mesa.

Supongamos que reímos, reímos cómo dos amigos vencidos por lo trivial de​​ 

 ​​ ​​​​ la eternidad.

 

 

De​​ Caligrafía de la sed, 2021

 

 

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