Gustavo Osorio de Ita hace una revisión del libro Epafrodito [o de la poética oscura] del poeta chileno Héctor Hernández Montecinos.
Héctor Hernández Montecinos (Santiago de Chile, 1979) es poeta y ensayista. A los 19 años recibió el Premio Mustakis a Jóvenes Talentos. A los 29, el Premio Pablo Neruda por su destacada trayectoria tanto en Chile como en el extranjero. Apareció en Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (2010) de Pre-Textos y El Canon Abierto. Última poesía en español (2015) de Visor, entre otras. Sus últimos libros son Teoría de la sobrenaturaleza (Summa, Perú, 2023) y Epafrodito [o de la poética oscura] (Círculo de poesía, México, 2024).
Epafrodito [o de la poética oscura] o molecular o de darle vida a los fantasmas
En 1980, Giles Deleuze y Félix Guattari establecían, en Mil mesetas, una estructura lineal para comprender la comopsición del sistema, de la ideología, del mundo mismo. Hablaban de tres tipos de líneas: molares (las sólidas, las que formulan sistémica e ideológicamente al mundo, los domgas, el canon, la tradición), moleculares (las que desestabilizan, las que insinuan, las que desvían, las que ponen a temblar, las de la revolución) y de fuga (las que rompen, las que quiebran las que también se solidifican con el tiempo, las que irremediablemente se vuelven en algún punto líneas molares). Deleuze pensó –hasta el 4 de noviembre de 1995, fecha en la que decidió lanzarse por la ventana de su apartamento en la avenida de Niel– que había que permanecer siendo línea molecular, en torno a la cual explicaba:
El segundo tipo de línea es de segmentación maleable o molecular. Son líneas que describen siempre pequeñas modificaciones en el plano, desequilibrios que producen desvíos, delinean caídas o impulsos; no son, sin embargo, menos precisas: ellas incluso dirigen procesos irreversibles.
Aquí, en Epafrodito [o de la poética oscura] (Círculo de Poesía, 2024) a mi parecer el poeta, ensayista, editor y gestor cultural Héctor Hernández Montecinos (Santiago de Chile, 1979) construye de manera tácita mas textual un otro adjetivo, el de “molecular”, una “poética molecular”. Pues estamos aquí ante una poética que tiende a configurarse como una línea molecular: una que desestabiliza, cuestionando, en primera instancia, los límites de su principio genérico; estamos aquí ante una confesión, una autoficción, una autopsicobiografía, mapas (con fronteras moleculares, por supuesto, como aquel de la página 59 del libro, donde se marcan los lugares con estrellas donde se ha estado, donde se señala una ruta cósmica de ser y de lectura, donde se puede hallar la poesía); estamos aquí ante una poética, ante la Poesía, ante la poesía que es una teoría, una que “no tiene un fin sino que es pura mediación, que no necesita una conclusión general porque en ella todo fragmento es concluyente” (58); estamos ante un arrobamiento y la epifanía y la crisis de esta epifanía, estamos bajo la máscara de alguien que se postra frente al espejo y nos dice y se dice:
“Leíste libros y viste que en esas mentiras podías esconder las tuyas” (9)
…
El pasado es siempre un fantasma. Las mentiras son fantasmas. Este libro está plagado de fantasmas, y todo mundo bien sabe que todos los fantasmas están también hechos de líneas moleculares. Se entreveran entre la dureza de las líneas molares de los vivos –sólidas, duras, inflexibles– y las líneas de fuga de aquellos que se van para no volver. Aquí se da vida a los fantasmas. Se da vida a los intersticios, a las intermitencias, a los intergéneros. Se da vida a un tú que eres yo a quien se le dice:
Luego escribiste, luego pudiste sacar la voz, luego los enfrentaste y eso fue todo lo que has hecho en poesía. Darle vida a tus fantasmas y también quitársela.
Y aquí también esta rara avis que es tanto autoficción cifrada en el tú, como autobiografía del otro, donde ambas subjetividades coinciden plena y potenciariamente en un elemento central: hay que vivir como se escribe. Es decir poniendo y poniéndose en tela de juicio, de-creando, con autenticidad, con amistad, con dolor, con puntos que cortan cada uno de los versos como en el poema que versa:
Toma papá.
Toma estas piedras por si aparecen los coyotes.
Coge papá estas piedras.
Son piedras mágicas.
Eso papá.
Abre tu mano.
Acércate un poco.
Acércate un poco más.
Así el lirismo –y los versos y la vida– van del yo al tú en Epafrodito [o de la poética oscura]. Van de la mirada crítica y radiográfica en torno a la composición de múltiples y divergentes momentos estéticos y generacionales a la evisceración de la emoción profunda; van del sincretismo al sincerismo, de la sentencia a la dubitación, transitando por imágenes donde el texto muestra la fotografía y la vida directamente al hacernos parte de un campo vivencial, por ejemplo cuando retrata:
En las pocas fotos donde estamos juntos esconde su pierna atrofiada por la poliomielitis detrás de mí. En esta parezco de unos cuatro, pero tengo dos años. (17)
Y también propiciando la profunda inmersión en la historia personal que se imbuye de la macrohistoria; ahí donde lo publico se entrevera con lo privado así como lo lírico con el testimonio y la narrativa; y luego nos explica el barroco –un transbarroco, quizás, en la idea de Ávila y Mazzotti–, con este fantástico fragmento:
Mi madre recuerda los allanamientos, el hambre y el miedo a las balas perdidas, que no estaban perdidas. Mi abuelo lo había echado de la casa luego de abofetearlo cuando le dijo que se quería casar con ella. Lo hicieron en agosto de 1973. Iba a decir que duró poco la felicidad, pero nunca hubo felicidad. Él trabajaba como basurero en los camiones que recorrían La Granja, Puente Alto, Peñalolén. Eso lo supe por lo variopinto de las cosas que teníamos, en su mayoría recogidas de los desechos de los más pobres entre los pobres. Cada uno de nosotros usaba un tenedor distinto, un plato distinto, las sillas eran distintas, los vasos, todo. Mi origen del barroco, digamos. (18)
Un barroco íntimo, pragmático, exhuberantemente encarecido, real, palpable, magnífico.
…
Sí, hay que escribir como se vive. Y se vive en el borde, – en La Granja, Puente Alto, Peñalolén. Y también se lee desde el borde y desde la desestabilización: se lee desde el margen y no solamente el margen, pues se debe molecularizar tanto la instancia de enunciación como la de recepción; a ser fantasma también se aprende. Y también, nos enseña Epafrodito, se lee pensando que lo que hemos intentado edificar son máscaras para leer –como en la tragedia griega– más alto y fuerte; y leemos en este libro que el libro no debe de decir, sino que tiene que ser, que hay ahora una imperiosa necesidad por que el libro ya no dicte sino que acontezca.
Pero, ¿dónde y cuándo este acontecer? Donde viven los fantasmas: desde el no lugar, desde las horas muertas donde el yo de este libro sentencia:
Creo que esas horas muertas en los no lugares pueden ser los momentos más oportunos para escribir con esa distancia, con esa matemática que se necesita para desangrarse sin morir.
Así, también existen lugares moleculares donde se lee y se escribe, donde se resiste a la muerte para –paralelamente– asirse de la lucha contra las líneas molares del sistema, dice la poética oscura: “La lucha era contra el sistema, pero el sistema era el hambre, el miedo, el dolor día a día.” Se lucha entonces contra el sistema –eso que, como bien señala, es el resultado del poder–, pero desde el yo, desde el yo en el tiempo y lugar del margen, desde la poesía, con versos como:
No a las respetables putas de la belleza
No a los distinguidos perros de la poesía
Nosotros hemos cantado a nuestra generación sin lograr despertarlos del miedo
Nosotros hemos jugado a ser palabra derramando a tiros el desenfado
sobre las cabezas de los boquiabiertos que nunca imaginaron
un arrebato como este para la poesía y para lo que se vive de ella
…
Se resiste a la muerte fantasmagóricamente escribiendo y leyendo desde otra parte y en contra del oficialismo molar, se lucha afilando una nueva arma, una sustentada en la ternura, en la crítica, en la sentencia, en una nueva sensibilidad; reflexionando quizás metapoéticamente, como cuando señala en torno al concepto de “poesía latinoamericana”:
La poesía latinoamericana son estos desbordes, sus ingresos y sus puntos de eyección, pulsiones y repulsiones desde el poema hasta la misma noción de poesía, poéticas que se solazan en su afán de no serlo, en su contraste, en su propia oposición como si se tratara, efectivamente, de esta suerte de teología negativa, pero literaria.
O bien aforísticamente, donde crípticas sentencias no resumen el pensamiento, sino que lo hacen explotar, como por ejemplo en “Notas para Kors”, donde dice:
La vida humana teme a las convenciones. Los cobardes temen al qué dirán. La escritura es mi única libertad para que la idiotez del mundo no me entre por los ojos de la historia.
Y así también, con versos como:
Cantábamos al ritmo de nuestras lenguas
cada vez que se nos aparecía una incógnita en el camino
vaticinaba yo que si hubiese estado despierto
este sueño sería un poema
escribíamos todo lo que podíamos imaginar juntos
y nos olvidábamos de la antigua vida
de los golpes que inflamaron nuestros corazones
de lo exuberante que puede resultar la vanidad
del recuerdo de una mentira idéntica a la infancia.
Versos donde uno puede aprender a desangrarse sin morir, con la Poesía.
Aquí líneas moleculares que se disparan en la noche de una poética oscura, dibujando nuevas fronteras de una cartografía fuera del tiempo por donde deambulan fantasmas al borde de la vida. Quizás –o así quiero pensarlo– andan buscando esa última línea de fuga, el consejo 31 de los “33 consejos a los alumnos que nunca conoceré”, que dice:
Eres joven y estás sano, Epafrodito. Mañana no será así. Ayer en la mañana tenía 19 años y escribí mi primer poema con conciencia de poema. Anochece. Imagina a los lectores del futuro. Imagínalos leyéndote en este momento. Escribe para que no te avergüences más rato y el único infalible remedio para eso es escribir sin miedo. Es el único consejo que te puedo dar ahora.
Eso, “Escribe sin miedo”. Ahora.