Yo, Judas Caballo. Texto de Natalie Diaz

En versión de Arlette Xochipiltecatl Chamorro leemos un breve texto de explicación de la poética de Natalie Diaz (Estados Unidos, 1978). Está afiliada a la comunidad indígena del Río Gila. Jugó baloncesto profesional en Europa y Asia antes de regresar a Old Dominion University para completar su maestría en Bellas Artes (MFA). Publicó When My Brother Was an Aztec en 2012 y, con Postcolonial Love Poem (2020) mereció el Premio Pulitzer. Actualmente vive en Arizona, donde trabaja con los últimos hablantes de la lengua Mojave.

 

 

 

 

 

Mi hermano, mi herida

 

¿Qué se siente seguir escribiendo sobre tu hermano? El descaro fácil de los que​​ me hacían​​ preguntan solía enfadarme hasta que me di cuenta de que​​ esa​​ no es mi pregunta, así que no le debo ninguna respuesta. Es la pregunta de otra persona, la expectativa de otra persona sobre mi trabajo, sobre su propio trabajo quizás.

Quizá mi escritura nunca​​ ha tratado​​ sobre​​ mi hermano. Quizá siempre trató​​ sobre​​ mí,​​ sobre​​ lo que no entiendo,​​ sobre​​ lo que más temo. Temo mi incapacidad para resolver el sufrimiento de mi hermano y el que él causa. Peor aún, temo de lo que soy capaz: de mi propia capacidad para la desesperación, para las cosas que no son de Dios, de mi capacidad para poner​​ los​​ torpes corazones​​ mío y​​ de mi hermano en el charco de luz de mi escritorio,​​ y ponerles nombre.

 

 

Se parece a muchas cosas:​​ a Judas, al caballo y al amor.

 

 

 

***

 

 

Cuando la Oficina de Gestión de Tierras (BLM) captura mustangs salvajes en el desierto, lo denomina «reagrupación», y lo hace porque dice que los mustangs devoran los recursos de la tierra, que el ganado necesita. Los rebaños se reúnen en helicóptero,​​ volando bajo, con el piloto y la máquina inclinados hacia delante y los rotores girando como sierras. Vuelan tan bajo que el polvo de la estampida se eleva hacia el cielo. Los rotores hacen tanto ruido que el golpe de las pezuñas contra la tierra se silencia, incluso a cámara lenta. Los helicópteros son como vaqueros espaciales y se abalanzan sobre la manada, empujando a los caballos hacia los pantanos, por encima de las colinas y a través de los espacios abiertos en dirección a los improvisados corrales de cautividad.

La reunión de estos seres salvajes también requiere un gran traidor​​ –un caballo de Judas–​​ entrenado por la BLM y liberado​​ encubierto en la manada, para conducirlos a la trampa. El flautista de Hamelín de los caballos que los conducen hacia un oscuro final.

Tengo una obsesión:​​ el miedo a la traición. La revelación de algo que debería mantenerse en secreto. La revelación de algo que no puede mantenerse en secreto. La doble culpa de la historia de mi hermano: primero, la incapacidad de cambiar la conclusión de esa historia; segundo, la decisión de contarla. Pero ¿no es también mi historia?

 

***

 

Judas Iscariote aparece y desaparece en muchos borradores de mis poemas. De vez en cuando, perdura. En el poema, que también es una historia de ficción, “Cómo ir a cenar con un hermano drogado”, llego para llevar a mi hermano a cenar. Él aparece en la puerta vestido de Judas. Al final del poema, el papel de Judas de mi hermano no es más que un disfraz, un disfraz que le he sugerido que lleve anudado al cuello el cordón de una lámpara. Durante la cena, un gallo canta desde su interior, pero es el hablante, el «yo», quien obsequia a la camarera y al lector con treinta monedas de plata. Después de todo, ¿no dijo Jesús: La mano de mi traidor está conmigo sobre la mesa, y no he traicionado yo a mi hermano invitándole a la mesa para que mis lectores sean testigos?

Tal vez toda esta noción de Judas se complique por el hecho de que mi hermano ha empezado recientemente a llamarse a sí mismo profeta. Me ha contado varios momentos en los que la gente de la pequeña ciudad donde crecimos se alineaba en las aceras y callejones, lanzando latas de cerveza vacías a sus pies descalzos, gritándole: «¡Profeta! ¡Profeta! Y como la palabra profeta está relacionada con el latín vates, se puede interpretar que sus apóstoles le gritaban: ¡Poeta! ¡Poeta!

 

***

 

Los mustangs salvajes del desierto son supuestamente descendientes de los caballos de la Caballería del Ejército. Los hombres de la Caballería fueron brutales con los mojaves cuando llegaron a nuestras tierras. En cierto modo, mi hermano también es descendiente de esa Caballería. Los animales y fantasmas que aquellos hombres dejaron atrás han estado corriendo, cogiendo velocidad, levantando tormentas de polvo y truenos que hoy retumban en nosotros.

 

 

 

 

 

Fueron los animales

 

Cuando escribí el poema “Fueron los animales”, uno de los dos poemas incluidos en el número de marzo de​​ Poetry, la priomera versión comenzó en el momento real en que mi hermano apareció en mi puerta llevando su «arca». Yo había estado en mi mesa escribiendo. Mi cuaderno estaba abierto. Le dejé entrar en mi casa, y él desenvolvió su arca, hablando rápida, agresivamente, incluso mágicamente. A menudo me parece mágico, quizá porque me cuesta aceptar su realidad. Cuando por fin se fue, escribí textualmente las cosas que había dicho. Ese fue el primer borrador de “Fueron los animales”. No lo escribí para construir un poema. Lo escribí porque eso es lo que hago con las cosas que me desvelan. Las arrastro por una página. Cuando vuelvo la vista atrás, veo que apenas toqué las páginas con el bolígrafo: la tinta es tenue, las letras no están unidas, como si fueran a desaparecer, como hilos que pudiera arrastrar fuera del libro hasta el suelo. ¿Esta aparente reticencia a escribir sobre ello me hace menos Judas, menos Judas-caballo?

Si es así, ¿qué pasa con las fotos? Yo también tengo fotos de ese día. Yo no quería tomarlas. El insistió. Es decir, mi hermano me rogó que hiciera fotos,​​ como prueba, dijo, para cuando ocurriera. Por «eso», se refería a la inundación, lo que nos ahogaría a ambos.

Hoy, apenas puedo mirar las fotos. Los ojos de mi hermano parecen moverse en ellas, su rostro está agitado -como un cuadro de Francis Bacon- cargado, no como debería ser una fotografía y menos aún como debería ser un hermano.

Hay un verso en el poema: “Sujetó el trozo de madera tan suavemente”, y esta suavidad se muestra en las fotos. Es una línea editable, tal vez. Sentimental, tal vez. No obviamente poderosa o emocionante. Pero la emoción más verdadera que recuerdo, o al menos una que he luchado por recordar de aquel día. En aquellos momentos frenéticos y atómicos, mi hermano fue gentil con su trozo de arca, su astilla de salvación. Y tal vez por eso he guardado esas fotos en mi teléfono​​ -​​ porque sus manos destrozadas parecen por primera vez milagros, porque puedo ver a mi hermano en ellas -mi verdadero hermano- y tomaré cualquier parte de ese niño que pueda encontrar.

O quizá sea la parte Judas de mí la que quiere quedárselos. La parte que se pregunta qué me permitirán traicionar de mi amor por él, qué me permitirán traicionar de este mundo donde reunimos cosas guapas y salvajes y las llevamos al matadero.

Quizá si leo “Las tres versiones de Judas” de Borges suficientes veces, quizá entonces sepa una respuesta. Tal vez la respuesta sea que Jesús le pidió a Judas que le traicionara, necesitaba que Judas le traicionara. ¿No transforma esta respuesta mi traición a mi hermano en mi devoción por él? O, quizás al final no soy diferente de Runeberg, y usaré a Judas según lo necesite, y al final me convertiré en Judas. Porque sí lo siento en mí, el Judas​​ –‘vago por el jardín de​​ nuestra desesperación y lo hago florecer–​​ te llevo a mi hermano una y otra vez. ¿Pero no lo amo también? ¿No le beso también en la mejilla?

 

 

 

***

 

 

Por qué no hablo de flores cuando las conversaciones

con mi hermano llegan a silencios incómodos

 

 

Perdónenme, guerras distantes, por traer

flores a casa.

             Wislawa Szmborska

 

 

En las montañas de Cachemira,

mi hermano tiroteó a muchos hombres,

hizo estallar cráneos en pieles morenas,

tiñó de carmesí la blanca arena del desierto.

 

¿Qué se puede decir a un hombre

que ha recorrido un mundo así,

cuyas manos y cuyos ojos

lo han traicionado?

 

¿Había flores por allá?  Pregunté

 

Esta fue su respuesta:

 

En una aldea, una turba de hombres

envolvió a una mujer en sábanas.

La mujer no se resistió.

Sus pies descalzos se arrastraban en el polvo.

 

La acostaron sobre el camino

y la apedrearon.

 

El primer hombre era su padre.

Lanzó dos piedras, una tras otra.

En el camino, el hermano de la mujer

le había llenado los bolsillos de piedras.

 

La multitud era un enjambre

de abejas trastornadas. La andanada

de piedras contra su cuerpo

ahogó sus gemidos.

 

La sangre estalló en las sábanas

como un racimo de violetas,

como cien rosas en flor.

 

[Traducción de Francisco Larios]

 

 

 

 

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