Poesía mexicana: Brígido Almendárez

Presentamos una muestra del libro de poemas El hábito de la certeza (2019), del poeta potosino Brígido Almendárez

 

 

 

 

 

YANKEES VS RED SOX

 

Celebrará el público​​ 

el batazo eléctrico,

hablarán tras la lomita​​ 

de un​​ wild​​ pitch;

gritarán los locutores

«¡no va a regresar!»,

y luego en el​​ score

se anunciará un rotundo 7-0.  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

En la radio corearán el vuelo​​ 

de aquella bola​​ 

que ha cruzado el parque.​​ 

Pero ninguna voz​​ 

recordará ese juego,  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

donde la vida era la pelota​​ 

que nunca pudo

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ atrapar mi guante.

 

 

 

AZOTEAS

 

Puestos a escoger​​ 

preferiría que mi ventana diera al Bósforo,​​ 

y no a esta jungla de antenas y tinacos;

pero uno no es Adán,​​ 

y no hay paraíso inmobiliario. ​​ 

Hay una tarde que he perdido

como se pierde una moneda​​ 

de dos pesos;​​ 

y en mi ventana​​ 

el cadáver de una mosca.

En la tarde no hay señales:

un relámpago,​​ 

o una mujer llamando​​ 

para decirme que me extraña.

Hay sólo el recuerdo –no la nube–​​ 

que perseguí a los cuatro años.​​ 

Y a estas​​ horas ​​​​ 

la polvareda de la luz cuando se marcha,​​ 

y detrás de las ventanas

el ruido de las cosas que no cambian.

 

 

 

C.P. 78170

 

Si la casa no vine a nosotros,​​ 

¿por qué entonces ir a ella?​​ 

Si se queda aferrada a sus cimientos​​ 

no hay razón para volver a ella.​​ 

La casa ha de entender que es sólo eso,​​ 

un lugar al que volvemos​​ 

por carecer del valor para largarnos.​​ 

La casa es la prueba más grande​​ 

de que el miedo existe;​​ 

fue inventada por alguien que odió la madrugada,​​ 

alguien que extravió en la noche una cantina.​​ 

Es un lugar tan absurdo,​​ 

a veces ni siquiera es casa,​​ 

pero está ahí,​​ 

como un punto en la cartografía

con su número en la entrada,​​ 

su farolito, su jardín siniestro.​​ 

No es más que un invento que el pirómano creó.​​ 

Si no arde

mejor es que no se hubiera construido,​​ 

porque de casa sólo lleva el nombre.

 

 

 

FICCIONES

 

Como si tú fueras yo,​​ 

como si yo fuera tú. Y nos quisiéramos.​​ 

Afilar la lengua con mil hojas de navajas,​​ 

pintarnos en el pecho un perro herido.

Como si tú fueras yo,​​ 

y no supieras la velocidad exacta​​ 

a la que quiebra un fémur.​​ 

Como si yo fuera tú,​​ 

y fumara de pie frente a los puentes,​​ 

mientras despido barcos de papel​​ 

que no zarparon ayer –por la neblina–.​​ 

Como si tú fueras yo y lo supieras, ​​ 

y aún así siguieras siendo.​​ 

Como si yo fuera tú y me quisieras,​​ 

como si tú fueras ambos, ​​ 

como si fuéramos una implosión divina,​​ 

un derrumbe que sucede dentro.​​ 

Como si tú fueras dentro,​​ 

como si yo fuera en ti un árbol.​​ 

Y creciera.

 

 

 

EL HOMBRE QUE MIRA DESDE LA VENTANA

 

Esboza una línea,​​ 

da forma a un garabato,

vuelve a la amnesia en busca de sentido;​​ 

pero en la calle no sucede nada,​​ 

ni un grito​​ 

ni un susurro,​​ 

no hay gato quemando su novena vida;

nadie salta en busca de un ahogado.​​ 

Afuera pasa que no pasa nada,​​ 

sólo una nube,​​ 

un Datsun rojo.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Y luego nada.

 

 

 

ADENDA A SAN JUAN 1:1

 

En el principio era el verbo. Y el verbo era confuso. Y la confusión se hizo carne. Y la carne se fundió en el cemento. Y el cemento fue lápida. Y la lápida incendiaria. Y lo incendiario fue el tiempo. Y el tiempo fue noche. Y la noche fue lapidaria. Y lo lapidario fue llama. Y la llama devino en hoguera. Y la hoguera fue ceniza. Y la ceniza –antes– testimonio del fuego. Y el fuego fue esparcido en el viento. Y el viento nos llevó a todas partes. Y todas partes fueron una. Y tú fuiste todas. Y todas nosotros.​​ 

Y​​ nosotros​​ un pronombre.  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​  ​​ ​​​​ Lejano.

 

 

 

PARQUES

 

Algo tienen de cementerio. Algo hay de gueto en ellos. Habría que​​ prohibirlos, eliminarlos​​ del mapa para que no figuren con sus hojas muertas, sus jacarandas estridentes. Para que nadie más padezca en ellos. Olvidarnos de que existen. No pasear ahí a los perros. Abandonarlos a su suerte, dejarlos con sus mil hormigas, sus migas de pan, sus palomas en febrero. Ver de lejos su quiosquito, su jardinera. Su fuente siempre seca. Cruzar por ahí como quien cruza un cárcamo.​​ 

Saber que algo hay de peste en ellos y no poder siquiera colocar una advertencia. Dejarlos ahí. En medio de la calle. Como ingenuos mataderos. ​​ 

 

 

 

LIMBOS

 

Si existe un final,

que alguien me diga dónde,

escondido en qué parte,

sacudiendo qué mundo.

Si existe un final,

quiero que sea a mi medida,

acorde con mis circunstancias,​​ 

hecho sólo para mí.

Un ladrido apenas,

una nube que se aleja,

un final​​ final:

Inevitable. No estridente.​​ 

Cotidiano.

 

 

 

 

Brígido Almendárez. San Luis Potosí. Es maestro en Filosofía del Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue becario del Programa de Apoyo a la Creación y el Desarrollo Artístico (PECDA) en la categoría ‘Jóvenes creadores’ (2010). Ha obtenido el Premio de Literatura “Manuel José Othón” en dos ocasiones; por los libros “Bitácora del mar en tierra” (2012) y “El hábito de la certeza” (2019). En el año 2020 colaboró en la revista digital del IPBA con la videocolumna ‘La educación sentimental’​​ Actualmente es docente en diversas instituciones educativas y dirige el “Taller de escritura creativa” del Instituto Potosino de Bellas Artes.

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