Poesía ecuatoriana: Mauricio Maldonado

Leemos algunos textos del primer libro de poemas de Mauricio Maldonado (1986), publicado por Valparaíso Ediciones.

 

 

 

Mauricio Maldonado Muñoz (Quito, 1986) es filósofo del derecho y escritor. Ha estudiado en Ecuador, Argentina, Italia, Francia y Estados Unidos. Sus intereses entrecruzan la filosofía analítica, el derecho y la literatura. Es profesor en la Universidad San Francisco de Quito. En su rama, ha publicado libros y artículos en español, italiano e inglés. Su debut literario lo hizo con el poemario​​ Paraconsistencia​​ (Valparaíso ediciones, Granada).​​ 

 

 

 

 

 

 

 

El hotel infinito

 

¿Y qué importa si no tiene usted una reserva?

En una de sus infinitas habitaciones,

hallará siempre un espacio.

 

¿Pero qué será de usted a la hora del desayuno?​​ 

¿Y logrará llegar siquiera a su habitación?

Innumerables son los muertos

que se atiborran

de entre los que recorren la inenarrable distancia.

 

La administración ha adoptado otra política:​​ 

a la llegada del nuevo huésped, todos cambian de habitación;

así, la primera está siempre disponible.

 

Yo pertenezco al primer grupo,

y solo escribo estas líneas para dejar testimonio:

emprenderé el viaje hacia la salida (o sea, la entrada),

hoy por hoy​​ 

es ese el camino de los muertos.

 

 

 

 

 

 

 

Nochevieja

 

En cuanto se consume el monigote que te despide, me pregunto:

¿Qué año será hoy?​​ 

¿Dónde he perdido la memoria y las gracias del calendario?

 

Jano nos mira,​​ 

a él nos consagramos.

 

Los fuegos artificiales no dejan de explotar

y los perros ladran y se esconden.

 

(He descendido a los cielos,

como también se asciende a los infiernos:

estas palabras no quieren decir gran cosa.)

 

Yo cuento los años​​ ab Urbe condita:

para salvar lo que de la civilización tenemos,

para criar una orquídea en la maleza,

julianos y gregorianos han de disputarse el tiempo.

 

Tiempo, que me darás consuelo, dolor, miedo…

 

¿Pero dónde dormirán las gentes de las calles?

¿Cuándo llegará el día en que no se venderán rosas en los semáforos?

¿Esperanza en los santuarios?

 

Porque herido, de heridas abiertas y sal y quemaduras,​​ 

he venido de nuevo:

fósforo en mano para los años viejos.

 

De mi país solo tengo la certeza de las montañas y la calma del mar.

De la arena he rescatado el reposo tenue,

la actitud del primer hombre de la historia en descubrir las cavernas,​​ 

el fuego, la pintura...

 

Todo lo demás tiene la forma del lenguaje.

 

 

 

 

 

 

 

Bifurcaciones

 

He existido azarosamente en este tiempo.

 

Pero no ha de ser tan violenta esta vida que llevo,

ni tan dolorosa ni tan infeliz.

 

Un punto medio: el​​ aurea mediocritas,​​ 

que es virtud y es defecto.

 

Cercano al final de los finales,

me veré al espejo, ya cansado,​​ 

pensando en el olor del café:​​ 

el café de la hacienda del abuelo.

 

En otro tiempo, no tendré jamás ese recuerdo:

el abuelo había perdido su hacienda en un juego de cartas.

 

Y como las cartas, el azar nos barajará de nuevo.

 

En algún caso nos hemos conocido:​​ 

para siempre lejanos o desnudos.​​ 

En otro, sin embargo, nos hemos ignorado:

sin saberlo, será también un trago amargo.

 

 

 

 

 

 

 

Insomnio

 

Una poetisa muerta de cáncer en su juventud había dicho en uno de sus poemas que para ella, en las noches de insomnio, «la noche ofrece sapos, perros negros y cadáveres de ahogados». Era un verso que Eguchi no podía olvidar.

 

Yasunari Kawabata,​​ 

La casa de las bellas durmientes

 

A la llegada de la última hora de la vigilia

el reloj viaja lentamente:

tic, tac, tic, tac, tic, tac.

 

La calma de la calle contrasta​​ 

con una habitación atiborrada de pensamientos:

dar vueltas en la cama, buscar el lado frío, ir a la cocina,​​ 

abrir un libro, ver la tele, clavarse en el celular, meditar…

 

La noche ofrece entuertos,​​ 

sonidos lejanos y viajes homéricos.

 

La eternidad hecha en jirones,

la poeta de Eguchi,

el personaje de Sorrentino.

 

La penumbra es tan sublime que,​​ 

por un momento,​​ 

dan ganas de amar el insomnio:​​ 

la soledad tan sola, el alma de lo oscuro.

 

Amanece de nuevo,​​ 

un día millones de veces repetido:

levantar las persianas, beber un café, saltar al mundo.

 

 

 

 

 

 

 

Memoria

 

La memoria del universo:​​ 

la mente omnisciente, el ser omnipresente,

para siempre borrados.

 

Un día nos serán arrebatadas las palabras

y ya no podremos recordar.​​ 

 

Quedará solo la interminable roca:​​ 

girando en sí, en torno al astro,

en vaivenes y círculos y de nuevo lo mismo.​​ 

 

Ya nadie sabrá de aquel hombre divisando el cielo,​​ 

del telescopio propicio y de la inquisición.

 

Será cancelado el último suspiro​​ 

y la última bocanada de humo del último cigarro de la historia.​​ 

 

Y otra vez será como el incendio de la biblioteca de Alejandría:

la página nunca hallada,​​ 

para siempre perdida, para siempre ignorada.

 

En el principio era el​​ Big Bang.​​ 

Y después una danza​​ 

(infinita y lenta) de estrellas vagando sin sentido.

 

En el final, también terrible,​​ 

no quedará sino un lánguido ruido.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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