Casi ya no se escribe (buena) poesía de amor. Tal vez este sentimiento ha perdido prestigio en nuestro occidente postcristiano, y/o las metáforas que lo designaban han envejecido y retornado a su plano sentido original. Por eso mismo resulta tan difícil y valioso encontrar un libro de poemas como éste, donde el deseo halla una imagen que lo aprehende, sin pretender atraparlo, en su continuo movimiento de ascenso y descenso, mientras el inasible mar encuentra un lecho en las pasiones y pulsiones humanas.
Poesía musitada al oído, íntima revelación, es la de Rubén Márquez Máximo, y a la vez clamorosa voz que aúna y refleja a sus lectores, como la de los antiguos griegos, que contaban y cantaban el amor al mismo tiempo entre sus anfiteatros. Algo de Chopin asoma en su cadencia, variaciones de una recurrencia que atraviesa las edades: aquella tensión que acerca y aleja a los amantes, esa marea que no pueden gobernar sino que los posee y abandona entre la oscuridad y las persianas, sabiendo que la noche es el lenguaje de los mudos.
Amar es asomarse al mar del otro, asesta el poeta, y todos comenzamos a rememorar nuestros propios mares, nuestras propias mareas, mientras en estas páginas se desnuda la palabra / solitaria herida / navegando oscuridad entre los labios.
Gabriel Chávez Casazola
Mar de noche
***
El mar era la noche que temblaba entre nosotros
el tiempo que trascurre en la mirada azul de la penumbra
la voz del cuerpo cuando ama
y el cantar profundo de las cosas que callamos.
El mar era la luz perdida en el silencio
un murmullo que quiebra cuanto toca
un cuerpo que suelta sus destellos
el gemido de un faro a la deriva.
El mar era lo que no cabía en nuestros ojos
la palabra que inundaba la noche y nuestros días
silencio que profundo el viento invade
y una palabra indescifrable por tus labios.
El mar nos inundaba y la noche era callada.
***
Frente al mar
miré los días para mirar tus ojos
y todo calla y se siente el mar distante
como se oscurece la mirada de la noche
como se escapa el aire
hacia ninguna boca.
***
La noche es el lenguaje de los mudos
no de los que callan
sino de los que llevan sus palabras
mar adentro.
***
Esperaba amarte entre las sombras
esperaba hundirme en tu gemido
en el ahogo del jadeo
y del barco que se pierde.
***
Era la lluvia del domingo cayendo en los tejados
las gotas que cubrían los cristales
la humedad cantando sobre el puerto.
Era la lluvia un manto sonoro sobre el aire
y cada gota un gemido que incitaba
una caricia sobre el cuerpo de las cosas
un silencio que escurría.
Era la lluvia aquello que escuchamos
aquello que estremece el cuarto
mientras otra lluvia comenzaba adentro.
***
En esos días
sentí su cuerpo sobre el mío
acaricié el aroma de sus pechos
besé su piel con mis palabras
y dibujamos el mar en las miradas.
Por un instante
bebimos del mar de nuestras bocas
y olvidamos que a lo lejos
el horizonte crece
y se apaga.