Isaac Gasca Mata (1990). Maestría en Literatura Hispanoamericana, con mención Cum Laude, por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha presentado sus cuentos en diversos foros a nivel nacional como la FIL Guadalajara. Algunos de sus textos aparecen en revistas como Neotraba, Círculo de Poesía y Oficio. Fue jurado del V Concurso Nacional de Poesía Amapola Fenochio. Es autor de los libros Genealogía de los infames (2024), Teatro cocodrilo (2024), Yo, el maldito (2022), El libro de las personas invisibles (2020), Tristes ratas solas en una ciudad amarga (2019) e Ignacio Padilla; el discurso de los espejos (2016). Fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Puebla. Actualmente es docente de Humanidades en un proyecto académico que atiende estudiantes destacados de Nuevo León.
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CALIGRAMAS PINTADOS EN LA CAVERNA
(Ediciones Puebla, 2025)
PRÓLOGO
Ut pictura poesis
Horacio
Cuando el poeta chileno Vicente Huidobro escribió en su Arte Poética “Por qué cantáis a la rosa, ¡oh, Poetas! / Hacedla florecer en el poema” probablemente tenía conocimiento del entusiasmo que genera la lectura de caligramas. El lirismo de la palabra escrita trasciende los límites tradicionales del verso cuando se presenta como un dibujo de lo que expresa. Es decir: fondo y forma fusionados en un solo sentido. El resultado es poderoso, cautivador, deslumbrante. Sin embargo, la plasticidad de la poesía visual es un reto que pocos se atreven a asumir debido, entre otras cosas, a las largas horas de paciencia, esmero y corrección que se necesitan para lograr que la rosa florezca en el poema.
Desde los primeros caligramas en la poesía latinoamericana, desarrollados de la mano de José Juan Tablada, distintos autores de habla hispana incorporaron este concepto en sus creaciones. Algo tiene la poesía visual que acapara la atención de los autores pues, aunque es difícil realizar caligramas debido a la exigencia interdisciplinaria que requieren, los poetas no cesan de intentar la imagen perfecta, la que sintetice el pensamiento y la palabra, el significado y el significante. Al escribir caligramas el poeta no solo expresa una idea, también dibuja con las letras del poema el perímetro del objeto que representa. Tarea rigurosa y extenuante, pero, de ser exitosa, con resultados notables.
El caligrama se ubica en la frontera entre la poesía y el dibujo, entre la palabra y la visión, el discurso y el cuerpo. Los lectores de poesía son seres analíticos, sensibles y visuales, quizá esa es la razón de la fascinación que provocan pues el dibujo poético satisface estas tres características. Si agregamos que el caligrama evita necias verborreas y tiene un diseño exquisito, estaríamos hablando de que no solo la rosa floreció en la hoja, también los elefantes barritaron, los barcos navegaron, los cocodrilos mordieron y el león rugió. Ese es el poder del caligrama: la impresión visual que no logran los versos tradicionales.
Los caligramas no son un invento de las vanguardias francesas ni de las japonerías del Modernismo, aunque las obras de Guillaume Apollinaire y José Juan Tablada lo sugieran. Los caligramas acompañan al quehacer poético desde sus orígenes. Pensemos en el poeta Simmias de Rodas quien ya en el 300a.C. escribía poesía visual con forma de huevo, hacha o un par de alas con las que el poeta trascendió a la posteridad como el primer occidental en dibujar poesía. Esta escuela sorprende más en Occidente que en Oriente debido a que la mayoría de lenguas de origen europeo heredaron el alfabeto fonético de los helénicos y no el ideogramático que impera en las lenguas asiáticas como el chino o el japonés. En Occidente estamos acostumbrados a representar los fonemas de nuestra oralidad mediante símbolos que no cambian. La “T” será “T” así se encuentre al principio o al final de la palabra y sonará igual sin importar qué letra la anteceda o cuál la suceda. En las escrituras ideogramáticas esto no ocurre pues sus signos representan conceptos, no sonidos. Durante un viaje a Japón el poeta modernista José Juan Tablada se percató de esta peculiaridad de los Kanjis nipones e intentó reproducirla utilizando la escritura fonética del español. En sus poemas vemos que antes de dibujar la luna sobre Li Po, o el pajarillo que trina sobre una rama, el mexicano escribió sobre caracteres japoneses sin lograr el efecto deseado. Fue una labor de depuración y ensayo lo que llevó finalmente al poeta a lograr que “la rosa floreciera en el poema”, tal como quería Huidobro. Por esos mismos años Guillaume Apollinaire desarrolló en París su propia innovación estética: los caligramas. El escritor vanguardista bautizó su propuesta con el nombre con el que ahora se conocen y cuya etimología griega significa “Bella letra”. El lector relacionado con el tema recuerda el retrato de la novia de Apollinaire o la silueta de la torre Eiffel dibujados con letras con tan buen gusto que hicieron escuela.
El barco de Cristina Peri Rossi, la cola de ratón de Lewis Carrol y el deforme espantapájaros de Oliverio Girondo son muestras de lo que las Cali grammas aportaron al panorama de la poesía visual occidental.
En la escritura española usamos caligramas todo el tiempo. Un rápido vistazo al origen de las letras nos mostrará que, por ejemplo, la letra A en fenicia se llamaba Aleph y representaba la cabeza de un toro que con el tiempo su grafía en los distintos alfabetos, primero griego y luego latino, giró hacia la derecha hasta convertirse en la letra A mayúscula con la que ahora escribimos, solo que los cuernos de ese toro abstracto ya no están de lado sino que ahora apuntan hacia abajo. Tal parece que la necesidad de las sociedades antiguas de compartir conocimiento con seres de otros lugares y tiempos las motivó a inventar un método de comunicación capaz de trascender las limitaciones humanas: así nació la escritura.
En principio la escritura necesitaba referentes para la representación del entorno: rosas, toros, leones, venados y seres humanos fueron los primeros signos lingüísticos marcados con una mezcla de sangre, vegetales y excremento en las paredes de las cavernas neolíticas como la de Chauvet en Francia, Loreto en México o Altamira en España. En el documental La cueva de los sueños olvidados (2010) Werner Herzog filmó por primera vez el interior de uno de estos tesoros de la humanidad que permaneció intacto durante 30,000 años. La caverna de Chauvet no está abierta al público debido a la fragilidad de los signos rupestres, rudimentaria escritura, que conservan sus paredes. Osos, caballos, rinocerontes y leones son hermosos vestigios de la comunicación que desarrollaron los seres humanos en aquella región hace treinta milenios y que de alguna manera se conservaron hasta la actualidad. Mensajes son las escenas de caza, las manadas de felinos, las manos superpuestas impresas en la roca, el bisonte esperando embestir, mensajes son las flechas simuladas en el tórax de los herbívoros, las marcas de sangre manifiestas en el cuello de los carnívoros. Tales pinturas rupestres son dibujos y escritura… como los caligramas. En este punto sería inconcebible omitir aquel poema de José Emilio Pacheco llamado Prehistoria donde el poeta declara: “En las paredes de esta cueva/ pinto el venado/ para adueñarme de su carne,/ para ser él,/ para que su fuerza y ligereza sean mías/ y me vuelva el primero/ entre los cazadores de la tribu./ (…) En este ladrillo/ trazo las iniciales,/ el alfabeto con que me apropio del mundo al simbolizarlo./ La T es la torre y desde allí gobierno y vigilo.” Pintura y escritura: una sola desde el comienzo.
Las imágenes rigen la cultura contemporánea. A mediados de la tercera década del siglo XXI somos más visuales que nunca. Parecieran lejanas, irreconciliables con nuestro mundo actual, aquellas figuras plasmadas en las cavernas. No obstante, a más de trescientos siglos de distancia aquella escritura se presenta otra vez en la cultura de las redes sociales, de las apps que resuelven la vida de las personas con un solo click, del navegador de internet. El ser humano actual (Homo memes) otorga total atención a su pantalla de teléfono para encontrar mensajes qué interpretar. Si una imagen atrapa su atención más de cinco segundos es probable que la persona lea la publicación y valore si vale la pena profundizar en ella. La imagen impacta, conmueve o al menos atrapa. La imagen comunica tanto como los leones de Chauvet o la rosa de Huidobro.
En conclusión: escribir caligramas es retornar al origen de la poesía, ahora que estamos tan cerca de su fin. Ya sea en una caverna o en el celular, la creación lírica-visual continúa vigente.
A continuación, cinco de los cincuenta y ocho caligramas que constituyen la obra: